¿Han sido los últimos treinta años una pesadilla neoliberal de la
que la crisis nos ha despertado y, en cuanto la socialdemocracia
recupere la iniciativa política, volveremos a la época dorada de
crecimiento y reducción de las desigualdades del Estado social de
mediados del siglo XX? Thomas Piketty responde negativamente. No es
pesimismo o una conjetura sobre la impotencia de la socialdemocracia,
es el resultado de un análisis pormenorizado sobre la evolución de
la riqueza y las desigualdades en los principales países
desarrollados en los últimos doscientos años.
Los hechos son inapelables: el
rendimiento del capital (r) ha sido sorprendentemente estable
históricamente, en torno al 5 %, mientras que la tasa de crecimiento
(g) ha oscilado entre el 1 y el 1,5 %. El crecimiento entre el 3 y el
5 % de las tres décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial es
una excepción. En estas condiciones, donde r>g, los patrimonios
tienden a acumularse a un ritmo mayor del efecto redistributivo del
crecimiento por el aumento de la producción y los salarios,
generándose desigualdades crecientes que, en los últimos años, han
superado el pico de desigualdad que se produjo justo antes de la
Primera Guerra Mundial, cuando el stock de capital equivalía
a entre seis y ocho años de la renta nacional total. Hicieron falta
dos guerras mundiales y “el suicidio de los rentistas” entre las
dos guerras (es decir, vivieron por encima de sus posibilidades en el
sentido de que el gasto anual que les generaba su ritmo de vida era
mayor que la renta que percibían de su patrimonio) para redistribuir
las cartas y empezar casi de cero.
Tras la Segunda Guerra Mundial,
precedida por la Gran Depresión y las políticas redistributivas que
inspiró, el fuerte crecimiento de las economías en reconstrucción
y expansión y la agresiva fiscalidad progresiva, con tipos
marginales superiores de alrededor del 60-70 % en Europa y del 80-90
% en Estados Unidos, así como el acceso generalizado a la educación
y los seguros por enfermedad, desempleo o vejez, aseguraron el acceso
de las masas trabajadoras a un pequeño patrimonio, convirtiéndolas
en clases medias. Si en 1913 un 10 % de la población acumulaba la
práctica totalidad de la riqueza nacional, en la actualidad ese 10 %
sigue poseyendo la mayor parte, pero ahora hay un 40 % que disfruta
de un pequeño patrimonio, mientras que el 50 % restante cobra un
sueldo o una prestación pero no acumula patrimonio y no deja casi
nada a sus herederos. Esa emergencia de una “clase media
patrimonial” es para Piketty la mayor transformación estructural
del reparto de la riqueza en los países desarrollados. Con la
ralentización del crecimiento y las rebajas fiscales de la
revolución conservadora de los años 1980, la clase alta patrimonial
vuelve a emerger: el patrimonio del 10 % más rico crece
exponencialmente mientras que el del 1 % más rico lo hace
estratosféricamente.
La perspectiva para el siglo XXI,
una vez que las economías emergentes hayan alcanzado la madurez y la
población mundial se estabilice, es una tasa de crecimiento del
orden del 1 ó 1,5 %, mientras que el rendimiento del capital seguirá
en torno al 5 %. La implicación evidente es que el reparto de la
riqueza acentuaría su senda divergente hasta alcanzar cotas social y
democráticamente inaceptables.
Esta
radiografía completa del capitalismo patrimonial se encuentra en el
imponente último libro de Thomas Piketty
[1],
Le capital au XXIe
siècle. Sin haber sido todavía traducido a ningún otro idioma,
esta obra de Piketty de casi mil páginas se ha convertido
inmediatamente en una referencia de las ciencias sociales
[2].
Ya antes de su publicación, Thomas Piketty, un brillante economista
francés de 41 años, era un referente mundial en el estudio de las
desigualdades de renta. Junto con Emmanuel Saez, de la Universidad de
Berkeley, y Anthony Atkinson, de la Universidad de Oxford, han
construido una base de datos monumental sobre las rentas altas, la
WorldTop
Incomes Database, en la que también ha colaborado el
joven economista
argentino Facundo Alvaredo.
argentino Facundo Alvaredo.
El fuerte impacto del libro de
Piketty se explica por varias razones. La primera es el carácter
inédito y exhaustivo de un estudio del capital, tanto de las rentas
como del patrimonio, en los países desarrollados en la mayor escala
temporal que permiten los archivos, es decir, prácticamente, desde
la Revolución Francesa que instauró en Francia un censo
patrimonial, la Revolución Industrial en Reino Unido y la
independencia en Estados Unidos. Sobre otros países, como Alemania,
Japón, Canadá o Suecia, las estadísticas fiables disponibles
empiezan a finales del siglo XIX. Todos estos datos se pueden
consultar en un anexo
técnico en internet que constituye una auténtica
mina documental. La segunda razón son las conclusiones empíricas
que se extraen de este estudio y que contradicen, como veremos a
continuación, axiomas de la teoría económica hasta ahora
inamovibles. La tercera son las nuevas leyes del capitalismo que se
deducen del análisis de los datos. Por último, Piketty, que
pertenece a la estirpe de los intelectuales franceses preocupados por
el devenir político del mundo en el que viven, ofrece una
perspectiva inquietante sobre la evolución previsible del
capitalismo patrimonial en el siglo XXI y se moja proponiendo
soluciones.
El primer axioma que se derrumba a
la luz de los datos es el de los rendimientos decrecientes de
Ricardo, que serviría a Marx, aplicándolo al capital, para predecir
la crisis del capitalismo por la caída de los rendimientos del
capital a medida que éste se acumula. Ciento treinta años después
de la muerte de Marx, el capital acumulado ha superado cualquier
previsión imaginable en la época del ideólogo del socialismo, pero
su rendimiento sigue siendo sorprendentemente estable en torno al 5
%. El progreso tecnológico, el crecimiento de la población, el
acceso a la educación y, recientemente, la globalización y la
sofisticación de los mercados financieros, han permitido al capital
encontrar constantemente nuevas oportunidades de fructificar. Piketty
no demuestra teóricamente de dónde procede esta sorprendente
estabilidad del rendimiento del capital, pero su lectura de lo que
nos enseña la historia económica deja poco lugar para la duda.
Otro mito que se derrumba es la
visión optimista de Kuznets de una reducción de las desigualdades
amedida que el desarrollo económico y humano avanza. Kuznets basó
su predicción en una serie temporal de datos relativamente corta,
entre 1920 y 1950. El paso a la escala del muy largo plazo operado
por Piketty demuestra precisamente lo contrario, puesto que la
relación r>g se muestra constante en la historia, y que la
excepción es el breve periodo entre 1950 y 1970. En este sentido,
los datos también hacen tambalearse otro supuesto básico de la
economía neoclásica, que implicaría una tendencia hacia la
igualación entre las rentas del capital (r) y el crecimiento
económico (g).
El análisis frío y objetivo de los
datos, así como de las dinámicas en juego que los arrojan, ofrece
una perspectiva para el siglo XXI poco alentadora, con una economía
mundial instalada, desde hace treinta años, en una senda firme de
acumulación cada vez mayor de riqueza en lo alto de la pirámide. La
ley de hierro de r>g conduce a la victoria del rentismo sobre la
meritocracia, en la que “el pasado devora al futuro”. El
capitalismo patrimonial ya conoció una evolución similar en el
siglo XIX que desembocó en 1913 en niveles de desigualdad sin
precedentes. Nadie puede desear un nuevo conflicto mundial devastador
para deshacer esa desigualdad, por lo que Piketty se adentra al final
con valentía en el terreno de las propuestas para atenuar o corregir
dicha evolución. La principal de ellas es la instauración de un
impuesto mundial progresivo sobre el capital, tanto de los activos
inmobiliarios como mobiliarios y neto de deudas. Piketty no se hace
ilusiones sobre la viabilidad política de su propuesta, aunque
argumenta convincentemente sobre su viabilidad en el seno de la Unión
Europea si existiera la suficiente voluntad política (Piketty no
esconde su optimismo relativo acerca de la deliberación democrática
en base a los datos y las conclusiones a las que nos llevará la
acumulación de riqueza más allá de lo socialmente soportable).
Pero la considera una “utopía útil” en el sentido de que obliga
a cualquier otra solución a medirse con respecto al ideal teórico
que constituye dicho impuesto mundial progresivo sobre el capital.
También demuestra los beneficios que comportaría, más allá de la
recaudación, la cooperación fiscal internacional necesaria para su
implantación.
No hay espacio aquí para mencionar
otras cuestiones apasionantes tratadas por Piketty con una claridad
pedagógica al alcance de cualquier ciudadano formado, desde la
distribución de la renta hasta la historia de los sistemas
impositivos, pasando por la causalidad entre el desmantelamiento de
los tipos marginales superiores “confiscatorios” y la explosión
de los sueldos de los altos ejecutivos. Tampoco cabe una crítica más
detallada del hecho de que el análisis y las tesis de Piketty
reposen sobre el estudio pormenorizado de las estadísticas pero no
sobre una investigación de las fuentes y fuerzas capitalistas de
creación de riqueza. Aún así, Le capital au XXIesiècle
constituye una obra mayor no sólo por el amplísimo objeto de
estudioque abarca y los múltiples frutos que otros investigadores
podrán recoger del espectacular compendio de datos y análisis, sino
por la lucidez y humildad con la que Piketty reconoce la pertenencia
de la economía a las ciencias sociales y su deber de contribuir,
desde la honradez intelectual, a enriquecer el debate democrático en
aras de descubrir las políticas que producirán los resultados más
acordes con los objetivos morales y sociales de una comunidad.
Antonio Quero coordina el grupo
Factoría Democrática de militantes y simpatizantes socialistas. Es
funcionario de la Comisión Europea. Actualmente en la Dirección
General de Presupuesto, ha trabajado en los departamentos de I+D, de
Relaciones Exteriores y de Economía.
[2]
Sepuede
encontrar un resumen en
inglés en The
return of “patrimonialcapitalism": review of Thomas Piketty’s
Capital in the 21st century,de
Branko Milanovic.
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