Hace tiempo que vengo pensando en abordar un tema que intuyo algo tabú en el mundo del feminismo. Nos cuesta mucho reconocer que la maravillosa “cuota de género”, esa que tanto nos ha hecho avanzar, está siendo utilizada de manera perversa. Cuesta denunciar que hay mujeres que, lejos de aprovechar su llegada al poder para cambiar las cosas, lo hacen para seguir al pie de la letra el mandato patriarcal y así prolongar un modelo que, a estas alturas de la película, ha evidenciado no responder a nuestra principal necesidad: alcanzar la igualdad real y participar en los espacios donde se decide para transformarlos en espacios con un mayor equilibrio, con distintas perspectivas y donde no exista hostilidad hacia ninguno de los dos sexos.
Corría
el mes de de diciembre de 2011 cuando, dados los obstáculos con que
me topaba en mi trabajo diario, andaba dándole vueltas en mi cabeza
a este tema. Me preocupaba esta realidad principalmente en las
organizaciones de izquierda, que han sido quienes realmente han
provocado los mayores avances en este país. Me topé por casualidad,
en la red, con el que, hasta hoy, me parece el artículo que denuncia
de la manera más clara esta realidad. En “Feminismo
en los partidos y mujeres excusa”, Beatriz Gimeno
describe al detalle y de manera valiente lo que muchas mujeres, que
hemos ocupado cargos de responsabilidad en alguna organización,
hemos vivido y padecido.
Resulta
difícil manejarse entre continuas contradicciones como las que se
dan en las estructuras de poder, pero lo que de verdad resulta
complejo es darle la vuelta al espejo y mostrar a “los poderosos”
la imagen que éste les devuelve. Denunciar en el interno de estas
instituciones que las actitudes no se corresponden con el discurso
con que muchos se llenan la boca, eso es letal en política.
Tiene
todo esto mucho que ver con la crisis que en la actualidad
atravesamos, ésta ha evidenciado las contradicciones del sistema,
contradicciones que provocan una gran desafección en una ciudadanía
muy castigada que exige instituciones más auténticas y
transparentes. Para ello además reclaman una mayor participación
que sólo será posible tumbando organismos excesivamente verticales
y forzando una mayor horizontalidad, acercándolos a las personas.
Y
centrándome en el tema que quiero abordar en este artículo, la
discriminación por razón de sexo, ¿resulta lógico, por ejemplo,
que una organización sindical de clase, entre sus tareas
relacionadas con la igualdad entre géneros, trabaje por la
implantación de planes de igualdad en las empresas? ¿Es loable el
trabajo que se hace en el seno de la negociación colectiva por
romper el techo de cristal, la segregación ocupacional, la brecha
salarial, el acoso sexual, etc.? Lo es y mucho.
Pero
no tiene ningún sentido, ni resulta lógico o ponderable que, cuando
observamos y analizamos estas estructuras sindicales, nos encontremos
con una realidad como la denunciada en el artículo “Los
sindicatos mayoritarios suspenden en materia de igualdad”
publicado el pasado 23 de agosto de 2013 en eldiario.es.
Es
una realidad que en el seno de gran parte de las organizaciones e
instituciones actuales, sigue existiendo sexismo. La segregación
horizontal es muy visible, las mujeres son aglutinadas en
responsabilidades donde el ejercicio del poder es escaso (lejos de
las cuentas y del poder organizativo), por lo general suelen atender
espacios más relacionados con lo “social”. Por otro lado y, lo
que de verdad es más que visible, yo diría pornográficamente
visible, es la segregación vertical o el más conocido techo de
cristal. Los líderes son masculinos. El patriarcado
político-sindical-institucional se resiste con uñas y dientes no
sólo a abandonar el poder, también al simple hecho de compartirlo.
Y
aquí entra la contradicción ¿Qué hacen nuestros líderes cuando
han hecho suyo –al menos estéticamente- mensajes del movimiento
feminista, reiterando una y otra vez las proclamas de la lucha de
tantas mujeres en sus discursos? ¿Qué hacen cuando, tras ser
aceptadas por la opinión pública tan razonables reivindicaciones,
empiezan a sentir que éstas se acercan peligrosamente y les toca a
ellos rendir cuentas? ¿Qué hacen cuando tocan los hechos y no las
palabras? Porque está claro que un político o un dirigente “de
pura cepa” no puede permitirse entrar en contradicción y quedar en
evidencia. Nada mejor entonces, que echar mano del ingenio y nada tan
recurrente como una chistera. Y voilà, como por arte de magia
aparece la “mujer excusa”.
Es
así como, “el macho dominante” (que diría Felix Rodríguez De
La Fuente) vuelve a la carga, urde una nueva y salvaje estrategia
para seguir aferrándose a ese suculento espacio llamado “poder”
y salvar “los obstáculos de la civilización”.
Pelear
dentro de cualquier estructura de poder por el espacio que debieran
ocupar las mujeres, y que aún no ocupan es una batalla campal, algo
verdaderamente agotador; pero a la vez enriquecedor, cuando una
participa directamente en este tipo de espacios termina haciendo
algunas reflexiones y observaciones que identifican perfectamente
estas conductas machistas. Ponerlas en común con otras mujeres que
pasan por lo mismo en otros espacios y con hombres cuya tolerancia
hacia la desigualdad es cero, debería ser el principio de la
solución.
Algunas
de las pistas que delatan estos comportamientos son, por ejemplo, la
alta rotación de las mujeres en los puestos de dirección,
independientemente de la responsabilidad que se tenga. Salvo
excepciones, ninguna mujer se consolida como una gran lideresa,
aunque sea en “su negociado”. Es decir, la cuota se cubre pero
sustituyendo unas mujeres por otras, como si de un kleenex se
tratasen, con el único objetivo de que no consoliden, para así no
tener que compartir espacio. Son pocas las mujeres que podemos
recordar en primera línea de la política, del sindicalismo o de la
propia historia de nuestro país, mientras muchos son los
incuestionables y empoderados “barones”. Ésta es una de las
formas más claras de pervertir la cuota, pues se mantienen los
porcentajes numéricos de las éstas, pero la impronta de la mujer,
la forma distinta de analizar y gestionar nunca llega a consolidarse
pues no se nos permite ni siquiera llegar a conocer con una mínima
profundidad el terreno de juego.
Por
otro lado existen mujeres que sí permanecen. Si observamos estos
casos, en muchos de ellos se trata de mujeres que jamás cuestionan
al líder o alguna de sus decisiones. Saben que les va la vida en
ello, al menos la vida política. Terminan siendo sumisas con ellos e
implacables con las insumisas. Algunas llegan a desempeñar
vergonzantes papeles prestándose incluso a ser títeres del
verdadero poderoso que se esconde detrás del escenario. Por no
ahondar en ejemplos que he vivido muy de cerca de mujeres que llegan
a reproducir en política ese “rol de cuidadoras” que durante
tanto tiempo se nos ha asignado en el espacio privado. Llega a ser
lamentable el papel obstaculizador que algunas mujeres llegan a
desempeñar bajo una “pose” de feminismo.
Son
muy pocas, las mujeres que a lo largo de la historia han llegado a
puestos de relevancia politico-social desde su independencia, su
diferencia de opinión o su autonomía. La clave está en que son
ellos y sólo ellos quienes deciden a quien “poner”. Siguen
escogiendo ellos, la mayoría de las veces a otro ellos, en contadas
ocasiones eligen a una mujer. Por lo general lo hacen cuando las
circunstancias ya los condicionan y se ven forzados, entonces,
insisto, tiran de la “mujer excusa”, siguen manejando los hilos
ellos mismos sólo que bajo la estética de una mujer.
Ciertamente
hemos conseguido que más mujeres lleguen, pero si las que llegan lo
hacen sin reconocer el trabajo que muchas otras hacen, sufriendo
represalias continuas, para que precisamente ellas estén ahí,
entonces hemos hecho, como se suele decir, “un pan como una
hostia”.
Así
que, una vez diagnosticados los problemas es necesario poner en
marcha medidas que permitan corregir estas desviaciones que, aunque
son sutiles en su estrategia, también son letales para el objetivo
real, la igualdad verdadera.
No sé
si la idea de partidos políticos o sindicatos de mujeres sería
buena pues podría de alguna forma evitar la convivencia, compartir
espacios y además podría terminar generando aislamiento o mundos
paralelos. Pienso que se deben seguir peleando los derechos en el
mismo espacio aunque, por el momento, sea en situación de
desventaja.
Quizás
la cuota debería dar un paso más allá y pasar de ser sólo
“cuantitativa” a ser también “cualitativa”. Debe existir una
mayor sensibilidad hacia las desigualdades que padecen las mujeres en
estos órganos, para ello la formación en igualdad en el seno de los
partidos y sindicatos es imprescindible. Deben incorporarse a la
dirección hombres y mujeres que verdaderamente crean en la igualdad
entre sexos y en la ideología feminista.
La
teoría feminista, por mucho que se intente denostar, ha conseguido
logros muy transcendentales a lo largo de la historia y las
organizaciones de izquierdas no pueden permitirse el lujo de dejarla
de lado mientras pretenden abanderar la igualdad de clases o la
defensa de las personas mayores dificultades. A eso se le llama
cinismo.
“Que
la mujer trabaje para ganarse la vida, o hasta para redimir su
dignidad, bien; pero que la mujer trabajando pretenda elevarse
intelectualmente tanto como el hombre, esto es lo que muy pocos
todavía entienden por aquí”.
Margarita
Nelken.
“La
condición social de la mujer en España”, 1919.
Ana Pérez Luna
Mujer, roja y sindicalista.
Convencida de que la vida hay que pasearla siendo libre y defendiendo
con vehemencia la esencia de una misma.
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