Líderes progresistas e igualdad


a todos los líderes en ejercicio y varones dispuestos a serlo

Casi todos los líderes políticos, sindicales y académicos (de los económicos, religiosos y militares ni lo esperamos) aseguran estar a favor de la igualdad entre los sexos y los géneros. Pero habremos de convenir en que, con el poder que han tenido y tienen, si realmente tuvieran una posición clara en este sentido, entonces las políticas de igualdad serían más inclusivas, las leyes y los convenios colectivos promoverían efectivamente la conciliación y la corresponsabilidad, y lo raro serían las comunidades, las diputaciones y los ayuntamientos en los que gobiernan donde no hubiera programas para impulsar el cambio de los hombres.
 
Los líderes son triunfadores por definición. Han ido escalando posiciones en un medio que puede llegar a ser hostil; no en vano se dice que los adversarios militan en otras organizaciones mientras que los enemigos militan en la propia. Es evidente que para alcanzar la cima han tenido que ser muy competitivos y demostrar que son excepcionalmente racionales y que no les tiembla el pulso ante la adversidad. No es frecuente que presuman de humildes, ni de ser buenos padres, ni de ser corresponsables en lo doméstico; esos son los valores que acostumbramos a atribuirles a esas "grandes mujeres" que suelen acompañarles, preferiblemente a la sombra.
Lo habitual es que los veamos como machos alfa que no se plantean cuestionar el modelo masculino que les ha permitido triunfar. Tal vez sea este el motivo de que, cada vez que promueven leyes o medidas igualitarias, no acabemos de tener claro si las impulsan por convicción o porque han visto lo rentables que son económica y electoralmente; o quizás porque están pagando algún tipo de impuesto revolucionario al movimiento de mujeres y a sus compañeras de organización. Sea como fuere, lo cierto es que suelen apuntarse estas iniciativas como éxitos personales y nunca llegamos a ver lo que realmente pasa en las cocinas de los partidos; nunca salen a la luz las concesiones que, a la hora de redactar leyes, programas e iniciativas, hayan tenido que hacer las feministas para conseguir el apoyo de sus líderes o el voto de sus compañeros.
No se oye a ningún líder reconocer que su contribución se haya limitado a dar el visto bueno a las reivindicaciones de sus compañeras aunque, claro está, él haya hecho algún cambio o sugerencia. En realidad no les falta algo de razón cuando se atribuyen todo el mérito de lo que deciden impulsar después de haber cambiado (tal vez recortado) todo lo que a ellos les haya parecido pertinente. Solo se les oye reconocer la influencia de tal o cual compañera (o compañero) en los homenajes que les hacen, especialmente si son póstumos.
A pesar de todo, es preferible que se declaren feministas a que no lo hagan. Es mejor que voten una ley, defiendan la conciliación en un convenio, traguen con las listas cremallera o firmen un manifiesto contra la violencia machista a que no lo hagan. Con estos gestos no engañan a nadie que les conozca de cerca, pero nos recuerdan (en palabras de Bertolt Brecht) a aquellos “hombres que luchan un día y son buenos”. Cuando prestan su imagen para contribuir al avance de la igualdad, como ocurre con los famosos, sus guiños les hacen ser referentes igualitarios de los que la ciudadanía, y sobre todo los varones, andan tan necesitados.
Cuando el alcalde de Jerez de la Frontera me contrató para montar el programa «Hombres por la Igualdad», me preguntó si eso le obligaba a él a cambiar. Tuve que explicarle lo importante que era su imagen para dar credibilidad a la voluntad política municipal de promover la incorporación de los hombres a la igualdad. Él siguió siendo un líder muy patriarcal, pero tuvo dos gestos meritorios: el 25 de noviembre de 1999 publicó un bando que empezaba reconociendo que “La violencia masculina es un problema que nos atañe fundamentalmente a los hombres, aunque quienes lo sufren y son víctimas del mismo son las mujeres”; poco después impulsó entre los ciudadanos de Jerez —con el respaldo unánime del pleno municipal— una recogida de firmas contra la violencia machista que fue un auténtico éxito.
Los que ocupan puestos de responsabilidad, poder y protagonismo son quienes más capacidad tienen para combatir y cambiar las dinámicas que invisibilizan los méritos de las mujeres y de los hombres menos competitivos. Pueden, y deben, dar ejemplo para corregir las desigualdades que arrastran sus organizaciones: cediendo poder y protagonismo, y aprendiendo a estar en segunda fila y a ser representados por mujeres u otros hombres sin sentirse subvalorados, más bien al contrario, siendo conscientes de lo productivo que es animar al resto de la militancia a adoptar formas no competitivas en la creación de proyectos colectivos.
Si en efecto creen que no hay cambio posible sin igualdad entre los sexos y los géneros, su responsabilidad es mayor. Porque han de decidir si quieren ser un obstáculo o un cauce para las reivindicaciones de las mujeres o de los colectivos LGTBIQ. Porque son modelos con prestigio social que pueden servir de referencia a aquellos hombres que tratan de cambiar, a veces en ambientes muy machistas. Porque su implicación, consciente y decidida, facilita que la igualdad sea un tema central de la agenda política para que podamos construir un mundo que garantice la libertad, en las calles y en las camas.
José Ángel Lozoya Gómez
Miembro del Foro y de la Red de hombres por la igualdad

No olvidemos a los hombres


Cuando decimos que “la revolución será feminista o no será” hemos de ser conscientes de que no será si es que no logramos implicar en ella a la mayoría de esos hombres que Josep Vicent Marqués llamaba “varones sensibles y machistas recuperables”.



Hace tiempo oí a una mujer contar que llevaba años acudiendo a todas las actividades que impulsaban en su pueblo el Instituto y la Concejalía de la Mujer, que lo aprendido le había cambiado la vida para bien, pero que tenía un problema: al volver a casa se encontraba al marido de siempre, un hombre bueno al que quería mucho y que se esforzaba por superar el machismo en un entorno muy hostil. A ella le costaba entender que las instituciones no impulsaran programas similares a los que atendían a las mujeres para ayudar a los hombres a caminar hacia la igualdad.

En 1999 el Ayuntamiento de Jerez creó la Delegación de Salud y Género y la Delegada Antonia Asencio, consciente de la necesidad de evitar cualquier sesgo de discriminación en las políticas municipales, decidió dedicar el 90% de sus recursos a acabar con las desigualdades que padecían las mujeres sin dejar por ello de ayudar a los hombres a romper con el sexismo, y me ofreció dirigir el programa “Hombres por la Igualdad”.

Fue la primera experiencia institucional dirigida a promover el cambio de los hombres, y nos permitió demostrar que, con el lenguaje y los ejemplos adecuados, podíamos motivar para la igualdad a cualquier colectivo de varones (jóvenes, adultos, padres, trabajadores, policías, drogadictos en rehabilitación…) y propiciar la aparición de grupos de hombres por la igualdad y de colectivos LGTB, al tiempo que desarrollábamos un discurso por la igualdad realmente inclusivo. La experiencia sirvió de referencia para poner en marcha programas similares a la Diputación de Sevilla, al Gobierno Vasco y al extinto Ministerio de Igualdad (también a la propuesta que acaban de presentar a su Ayuntamiento dos trabajadores sociales de Las Palmas de Gran Canaria).

La duración y trayectoria de estos programas, siempre bien acogidos por sus destinatarios aunque de vida limitada, ha dependido de lo clara que tuvieran su pertinencia las responsables políticas de las mismas, del cambio de color político de la institución de la que dependían, de la posición de algunos colectivos feministas (que temían perder parte del protagonismo conseguido en la lucha por la igualdad o el control de los recursos disponibles para impulsarla), y de la debilidad del movimiento de hombres por la igualdad.

Aunque la igualdad entre los sexos/géneros es una reivindicación democrática que el movimiento feminista puso en la agenda pública con ayuda del movimiento LGTB, desde la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer[1] de 1995 en Beijing se mantiene constante la necesidad de promover la participación de los hombres y los niños "para desafiar las estructuras, las creencias, las prácticas y las instituciones que sostienen los privilegios acumulados de los hombres y para abordar las desigualdades entre mujeres y hombres" a fin de combatir "las dinámicas de poder en sus propias vidas así como en sus respectivas comunidades y sociedades”, aunque el PSOE la haya olvidado e IU siempre la haya ignorado.

Si nos referimos a los hombres solo para denunciar sus privilegios o sus responsabilidades ante la violencia machista, solo conseguimos que sientan que la lucha por la igualdad es un asunto de mujeres; tampoco ponemos en cuestión la falsa percepción que de las políticas de igualdad tiene parte de la población: creen que en los procesos de separación o las denuncias por violencia machista la aplicación de las leyes va en contra de los hombres, e imaginan que el  propósito oculto del feminismo es darle la vuelta a la tortilla invirtiendo las relaciones de poder entre los sexos. Es decir, le abrimos la puerta a los discursos posmachistas, que se apoyan en esta falsa percepción y la fomentan. Estos discursos a la contra han logrado cierta audiencia y le han arrebatado al discurso igualitario parte de la hegemonía, con apoyo del PP que ya se refería al Ministerio de Igualdad como el de "Igual da".

Recuperar la iniciativa requiere actualizar los argumentos con los que defendemos y legitimamos las políticas de igualdad, y más en un momento en que están amenazadas hasta las pensiones de viudedad. En esta actualización es urgente contar con los hombres en el diseño y construcción de la sociedad igualitaria, y la mejor forma de hacerlo es impulsando medidas inclusivas como los permisos iguales e intransferibles por nacimiento o adopción, o la promoción de la incorporación de mujeres y hombres a estudios o profesiones en las que unas u otros están poco presentes.

Las altas ratios de violencia machista en los países escandinavos demuestran que no basta con el paso del tiempo, las leyes y la perseverancia del movimiento feminista (hombres por la igualdad incluidos) para acabar con el machismo, porque para pasar de la igualdad legal a la real necesitamos que la mayoría de los hombres entienda y asuma la necesidad de ceder poder y corresponsabilizarse de los cuidados.

Podemos ha abierto un tiempo nuevo que permite desempolvar viejas reivindicaciones porque todos los actores políticos están más receptivos. La pregunta es si impulsaran programas de hombres por la igualdad que tengan en cuenta sus resistencias y dificultades, para impulsarlos a que se incorporen a un proceso en el que cambien humanidad por poder.



José Ángel Lozoya Gómez
Miembro de la Red y del Foro de hombres por la igualdad






El Uruguay excepcional


"Como el Uruguay no hay", es una frase que gritan con el acento marcado los uruguayos cuando sacan pecho de las bondades de este "paisito" encajonado entre Brasil y Argentina, a orillas del Rio de la Plata. Tal expresión nació en la década de los cincuenta, donde uno de los países de moda del momento, crecía económicamente a un ritmo envidiable. Luego ya vendría el estancamiento y la dictadura cívico-militar, que terminaría con aquel calificativo que la proclamaba por entonces "la Suiza de América".

Que Uruguay está hoy en el mapa occidental bien identificado es incuestionable. Su expresidente Pepe Mujica, la selección de fútbol, el mate o sus reconocidísimos literatos: Horacio Quiroga, Onetti, Benedetti, Eduardo Galeano... tendrán principalmente la culpa. Lo que a veces, no se sabe es que en Uruguay solo viven 3 millones de personas, con una densidad de población muy baja, y aun así hacen tanto ruido en el mundo. Me gusta compararlos con los vascos, que siendo el mismo número, abultan (con el mayor cariño y reconocimiento) tanto, y te los encuentras en cualquier lugar de este mundo.

La República Oriental del Uruguay, nace en la primera mitad del XIX. El estado antes que la nación. Un acuerdo diplomático entre Argentina y Brasil, y donde tuvo gran peso Reino Unido, con intereses comerciales en el Rio de la Plata, fundan el estado uruguayo. Luego la construcción de la nación se encargaría de disfrazar e inventar literatura bélica heroica por la conquista de la independencia, que no van más allá de eso, la voluntad política de diferenciar una identidad nacional que en el momento de la consecución del estado propio era prácticamente idéntica que la argentina. En el propio nombre del estado se refleja, "oriental" respecto a la Argentina, y al rio "Uruguay", que significa "pájaros pintados" en guaraní, como curiosidad.

Ya vemos una primera excepcionalidad, el nacimiento no vino por “un alzamiento de ningún pueblo oprimido por los colonos, y que fuera liderados por un prócer de la patria”. De hecho, es conocido que el General Artigas, que es el que ocupa ese lugar de protagonista en la narración de las batallas por la independencia, siempre pensó en algo más grande, un proyecto donde entraran más territorios de la región sudamericana. Pero es que además, en Uruguay no hubo grandes terratenientes, y tampoco la Iglesia católica tuvo implantación (no había intereses por falta de población "evangelizable"). Además la poca población indígena fue exterminada, dando como resultado una población étnicamente homogénea, solo alterada por la llegada de esclavos afrodescendientes. Vemos entonces como es una anomalía dentro de la historia del siglo XIX en Sudamérica. Los terratenientes no tenían poder político, que era copado por una clase política incipiente, la Iglesia tampoco tenía peso significativo, sigue siendo el país más laico hasta el día de hoy del continente, y la cuestión étnico-racial no era fruto de disputas ni atención política.

Los historiadores dibujan a Uruguay, como una pradera y un puerto. El carácter ganadero ha sido y es fundamental, conociéndose internacionalmente esa carne de alguna de las 9 millones de vacas (tres veces el número de uruguayos) para hacer “asados”. Pero quizás el puerto, por la exportación, pero sobre todo por la importación de ideas europeas, tenga una mayor centralidad si queremos entender este país. A principios del siglo XX, a ritmo de las primeras democracias liberales occidentales, Uruguay ya tenía un sistema de educación público y extendido, un estado laico, sufragio femenino, derechos laborales y sociales al ritmo europeo, un sector público de gran alcance... El "batllismo", como se llamó el movimiento político impulsor de este progreso, en honor al presidente José Batlle, hizo y dejó una idea de país que sigue influyendo ya entrado el siglo XXI.

La República del Uruguay parece una socialdemocracia de las que ya se fueron en Europa. El estado interviene en la economía sin cuestionamiento ideológico ninguno. La educación pública es toda una institución social, y la universidad tiene coste cero para los estudiantes. La luz, el agua, la distribución del petróleo, las telecomunicaciones... todas empresas públicas integradas en una administración estatal inmensa. Y el país crece. Uruguay atrae inmigrantes de todo el mundo, por su baja tasa de desempleo y buenos índices de calidad de vida. Además posee la tasa más baja de inseguridad ciudadana de la región, donde este tema se está tornando central. Pero es que además, el capital económico internacional también se siente atraído por la estabilidad económica y social para hacer llegar sus inversiones. ¿Les funciona la socialdemocracia? Creo que sí.

Tampoco sufrieron la ola neoliberal salvaje que les tocó vivir a estados cercanos, como gran ejemplo, Chile. Durante la dictadura algunas ideas presentadas como "técnicas" avanzaban hacia esto, pero el regreso del sistema representativo democrático trajo de nuevo las ideas socialdemócratas que vienen definiendo la idea de país. Los derechos laborales, defendidos por una central sindical con gran peso en la escena política, son muy amplios, y son habituales los paros y concentraciones con éxito para los intereses de los trabajadores.

En 2004, por primera vez en la historia, un gobierno de izquierdas llegaría al poder. El Frente Amplio, una coalición de partidos que alberga desde socialdemócratas, hasta declarados comunistas, pasando por ex-tupamaros (guerrilla urbana en tiempo de la dictadura). Desde entonces se potenciaron aún más las políticas sociales, con especial atención al género, la diversidad sexual y la cuestión raza-etnia. Trascendió también internacionalmente la "legalización" del cannabis, que aun en desarrollo, sí que permite actualmente una tolerancia social plena a su consumo público. En materia medioambiental, Uruguay se abastece en el 85% por energías renovables. Tal es así que este año no cambiarán la hora en verano, “ya no hay ahorro energético que lo justifique” explicaba el Presidente Tabaré Vázquez, de un ala más centrista dentro del Frente Amplio que su predecesor José Mujica, y con la que también pretende subir el consumo de establecimientos hosteleros al anochecer antes.

La centralidad de la clase política y de los partidos en el sistema, provocó desde principio del anterior siglo, la mayoría de los conflictos se dirimieran en la arena electoral. Esto va cambiado durante las últimas décadas donde también movimientos sociales y organizaciones de la sociedad civil tienen una activa participación en una sociedad altamente politizada. Una cultura política comunitaria, e inmersa en este sentido laico y de "lo público" que arrastra desde principios del XX el sentido del estado uruguayo. Una excepcionalidad en su región.

La estancia con motivos académicos en la Facultad de Sociales de la Universidad de la República, cundió en 5 meses al que escribe acá su visión para llegar a este acercamiento, que al menos es una de las caras de la realidad uruguaya. La misma que tiene también sus brechas abiertas, con un sistema público sanitario deficiente, una excesiva centralización administrativa y de servicios en la capital montevideana, y una “cesta de la compra” de coste muy elevado (a precios nórdicos, para que se hagan una idea). El metro cuadrado de vivienda también está a alto precio. Los salarios dan, para que no existan desahucios ni pobreza energética extendida, pero permiten un ahorro limitado. Y como cuestión política que se torna central en democracia: la “amnistía” e impunidad respecto a los crímenes en dictadura sobre los que se basó la transición consensuada es tema de debate público. Tras dos plebiscitos, donde los ciudadanos refrendaron la “ley de caducidad” la movilización no cesa en sus reclamos de justicia y memoria democrática, mientras dentro del partido de gobierno existen diferencias internas al respecto.

Uruguay es un país en auge, que se coloca en el mapa, y que tiene muy claro su modelo. Una de las alternativas progresistas más sólidas de Sudamérica.

Pablo Domínguez

A que no hay huevos

 
Cada vez que se pronuncia esta frase imagino a uno o más hombres decidiendo si asumen o no el riesgo a que se les reta.
El año pasado tuve el placer de colaborar como docente para un curso online de Gizonduz [programa dirigido a los hombres que depende de Emakunde–Instituto Vasco de la Mujer] titulado «Hombres, igualdad y masculinidades».Me correspondió elaborar la unidad didáctica “Masculinidades y violencia”, y el texto que introducía la unidad trataba de explicar la importancia de entender la relación que existe entre masculinidad y violencia. La violencia es una parte esencial de la socialización de la masculinidad que busca afirmar la virilidad de quienes la practican para evitar parecer lo que no deben ser: débiles, homosexuales o femeninos. Este maridaje entre masculinidad y violencia está tan naturalizado que pasa desapercibido y nos cuesta ver que la mayoría de los protagonistas directos de las peleas —en colegios, campos de fútbol, incidentes de tráfico, sitios de copas o protestas— son hombres, que la violencia sigue siendo el argumento decisivo en la resolución de todo tipo de conflictos, que los protagonistas y las víctimas más frecuentes son hombres,y que es preciso acabar con este vínculo para combatir las violencias machistas y abordar la deconstrucción de la masculinidad.
El alumnado del curso podía optar, para ser evaluado, por desarrollar un trabajo en el que debían contar algún episodio del que hubieran sido testigos [o del que tuvieran conocimiento cierto]en que uno o más hombres se hubieran visto presionados a actuar violentamente o a poner sus vidas en peligro para no ser tildados de poco hombres; en el relato debían desarrollar el contexto, el motivo, los protagonistas, lo ocurrido y lo que hicieron o dejaron de hacer las personas que observaron los hechos. Sus relatos muestran la frecuencia con que niños y adultos asumen riesgos para evitar que se cuestione su hombría: imitan a otros más diestros o temerarios buscando el reconocimiento del grupo que valora la violencia o el riesgo, beben más de la cuenta aunque tengan que conducir,o se enfrentan por conflictos entre sus hijos.
Me falta espacio para contar tantas historias: la del padre del niño de dos años al que agarra fuertemente del brazo porque llora el primer día de colegio mientras le dice: “No llores porque tienes que ser fuerte y valiente. ¡Si eres todo un chicarrón! Las niñas se van a reír de ti si sigues llorando”; la del chaval tildado de "maricón" que salta desde cinco metros de altura al mar y se rompe la mano al darse con una piedra, lo que le impidió volver a bañarse ese verano,aunque enseñaba orgulloso su “herida de guerra”,la prueba de su pertenencia al grupo de los hombres; o la de los jóvenes que se pelean por una chica, el suspirante para impresionarla y el novio para defenderla y demostrar su virilidad, cada uno apoyado por sus amigos y todos cumpliendo las expectativas de los testigos, con quienes coinciden en que los hombres siempre han de estar dispuestos a pelear, aunque pierdan o aunque puedan recurrir a la policía que está a pocos metros.
"Maricón", "nenaza", "rajado", "blandengue", "gallina", "cobarde", "poco hombre", "a ver si tienes cojones"…Estas expresiones siguen constituyendo un auténtico reto y un detonante de comportamientos de riesgo —beberse cada uno una botella de ron, correr los toros o saltar por encima de una fila de coches aparcados— que pueden acabar en accidentes y lesiones de importancia. El miedo a reconocer que se tiene miedo está detrás de muchos episodios de conducción temeraria,escaladas peligrosas, resistencia al condón en relaciones sexuales de riesgo, etcétera. El miedo a que los hijos sean —o parezcan ser— unos cobardes lo vemos en los padres que los educan en la no violencia pero que a la vez les invitan a defenderse si son agredidos, sin percatarse de que para lograrlo han de ser tan violentos como el agresor. La predisposición de los varones a exponerse a peligros, actuando de manera irresponsable contra sí mismos para validar su hombría, forma parte del aprendizaje de la masculinidad desde pequeños, una alta dosis de machismo que explica por qué las lesiones y las muertes por accidentes son más frecuentes entre la población masculina y que la masculinidad pueda ser considerada factor de riesgo.
Los relatos del alumnado también hablan de chicos maltratados desde la infancia por ser poco viriles, de quienes prefirieron salir corriendo a enfrentarse a otros, o de insumisos al servicio militar, acusados de maricas, a los que golpearon y detuvieron por negarse a dejar que los"hicieran hombres" entre la incomprensión de muchos y la solidaridad de un movimiento que resultó imparable. Pero la mayoría de los varones tiene que dejar de ver la prudencia como sinónimo de cobardía y empezar a cuestionar la heroicidad, la misoginia, la homofobia, las jerarquías o la virilidad, si quieren evitar que ese "tener que ser"los tenga dolorosamente cogidos por lo que presumen poseer.
Por cierto, para guisar unas buenas criadillas de toro lo único que hace falta son 400 gramos de criadillas, pimienta negra, cuatro dientes de ajo, aceite de oliva y dos patatas.


José Ángel Lozoya Gómez
Miembro del Foro y de la Red de hombres por la Igualdad

Tratado teológico – político, Baruch Spinoza


“Que contiene diversas disertaciones que muestran cómo la libertad de filosofar puede garantizarse sin perjuicio de la piedad y la paz del estado, y que no puede destruirse sin que se destruyan también la propia piedad y paz estatales”. Así nos presenta Spinoza su Tratado teológico político.

María José Villaverde nos dice que el objetivo de Spinoza al escribir su Tratado teológico-político fue el de defender la libertad de pensamiento y expresión, combatiendo a la vez a los predicadores intolerantes, con la intención de minar su autoridad.

Spinoza defiende que el valor de la religión es el de promover entre las personas elementales reglas morales de justicia y caridad. Lo que cuenta es su función social, no sirve para determinar qué es verdad o qué no lo es: poco importa admitir el libre albedrío o creer que todo está determinado, poco importa aceptar o no la existencia de un más allá donde se premia a los buenos y se castiga a los malos.

Las religiones reveladas son solamente útiles para aquellos que no se quieren regir por la autonomía de la razón y la propia voluntad, obedecen a mandato ajeno y dejan constancia de que en sus acciones no son autónomos sino dependientes de otro: “A quien da a cada uno su derecho, solo por miedo al poder público, obedeciendo a una autoridad extraña y bajo la presión del mal que recela, no se le puede llamar justo. Al contrario, el que da a cada uno su derecho, porque conoce la razón de las leyes y su necesidad, obra con cuidado constante, no por voluntad extraña, sino por la propia, merece realmente el nombre de justo” (Spinoza, Tratado teológico-político, Tecnos, p. 21).

El ámbito de la religión es el de la obediencia, la sumisión y el sometimiento, el ámbito de la razón es el de la libertad. Las autoridades religiosas no tienen competencia sobre la verdad. Todo credo es tolerable siempre que salvaguarde los principios públicos de libertad de pensamiento y expresión y tan sólo sea aplicable a sus fieles, no a los demás ciudadanos. Si no obra así, no sólo debe ser prohibido, sino también combatido.

El fin del estado no es el de dominar a los individuos y someterlos al derecho de otro, sino el de permitir a cada uno que conserve el derecho natural que tiene a la existencia sin daño propio ni ajeno. La libertad de pensamiento y expresión debe ser salvaguardada y las autoridades públicas, el estado, deben ser el garante de esa salvaguarda, si no lo hacen estarán cometiendo impostura. La democracia (si es de índole deliberativa, mejor) es el medio más adecuado para salvaguardar el marco de seguridad y libertad que posibilita la autorrealización humana. Una autorrealización que sólo se puede experimentar de manera individual, pero que no puede darse sin la concurrencia, el respaldo, la complicidad, la comprensión y la colaboración del resto de la sociedad: “Sin la ayuda mutua (las personas) viven necesariamente en la miseria y sin poder cultivar la razón” (Spinoza, Tratado teológico-político, Alianza, p.334).

Según Tierno Galvan, para Spinoza “cualquier concepción religiosa y cualquier forma exterior de culto son compatibles con cualquier forma de estado, siempre que se mantengan en los límites de la razón […] La razón, en cuanto tiene que ordenar el mundo, tiene que ordenar la religión […] La fe, o, en otros términos, la religión, no justifican la política. El pensador político no lo es si está condicionado por principios religiosos” (Tratado Teológico-político. Estudio preliminar, Tecnos, pp. LXXIII-LXXVI).

(Notas tomadas de Spinoza y de Villaverde Rico y Tierno Galván en la introducción y estudio preliminar del Tratado teológico-político de Baruch Spinoza, Tecnos, 1996, en 5ª edición de 2010)

#TerritorioCarbonilla


¿Renta Básica Universal o subsidios condicionales?


Según las estadísticas, en Europa viven 123 millones de personas en situación de pobreza (carencias materiales severas). España ocupaba en 2013 el sexto lugar por la cola en la UE, con el 27,3% de población pobre. Pero, según una reciente encuesta del INE, las cifras de pobreza y exclusión social en España han aumentado y afectan ya a un 29 % de la población, casi 14 millones de personas. Respecto a los niños, según UNICEF, en los últimos años ha crecido más de un 10% el número de menores en hogares que están por debajo del umbral de la pobreza.

Estos son los efectos más evidentes del aumento continuo de desposeídos por la concentración creciente de la propiedad y el capital; ejércitos de desposeídos con crecientes dificultades para encontrar un empleo con garantías, o no perderlo, y que se ven abocados a engrosar las filas de precarios y excluidos. Políticas públicas eficaces, diseñadas e impuestas por las buenas o por las malas desde los centros de poder global, hacen posible este proceso de concentración de propiedad, capital y poder, nada “natural” como es fácil comprender. La eficacia de estas políticas pro-oligárquicas (que laman “inversiones productivas”) contrasta con la ineficacia largamente demostrada de las políticas públicas de protección social (que llaman “gasto social”).

Entre estas políticas son destacables todos los tipos de subsidios, ayudas y rentas mínimas. Todavía hoy se sostiene desde muchos foros que su ineficacia radica en su insuficiencia, y reclaman consecuentemente que se aumenten las partidas, se amplíe el abanico de “beneficiarios” y se mejoren los controles. Es esta justamente la reivindicación, ya secular, de los sindicatos “mayoritarios” y la promesa, también secular, de los partidos “con vocación de mayoría”.

Pero el creciente número de personas y entidades de la sociedad civil que abogamos por la implantación de la Renta Básica Universal (RBU) estamos convencidas de que la ineficacia de estas medidas no radica principalmente en su cicatería presupuestaria –cierta- sino en la filosofía política que las inspira. En lo fundamental, todas estas “ayudas” condicionales son coherentes con los principios de la “sociedad de trabajo” en que vivimos (Hannah Arendt dixit), configurada para someter a la mayoría al imperio del trabajo, a la necesidad perentoria de trabajar y a que el trabajo presida nuestras vidas. En coherencia, todas las ayudas condicionadas son diseñadas para que los potenciales “beneficiarios” no escapen al yugo del trabajo y permanezcan en disponibilidad total en los mercados instituidos a tal efecto, desde los mercados de trabajos precarios a los más especializados y mejor remunerados. Ninguna “ayuda” por separado ni el conjunto de todas estorbará que quede satisfecha la demanda de trabajo de cada uno de esos mercados ni el respectivo ejército de reserva, igualmente escalonado, como tampoco el ejército de reserva final de los excluidos.

Pero en toda la escala es la pobreza, también escalonada, y la amenaza para cada quien de caída por esa escalera, el resorte que compele desde abajo. Desde arriba atrae a partes iguales el señuelo del “consumo por gamas” o la expectativa de una “carrera brillante” (prêt-à-porter). En esa banda se mueve el ejército ingente de desposeídos de propiedad y de las condiciones materiales e ideáticas de libertad. Esta es la auténtica magnitud de la trampa de la pobreza, a la que se alude a menudo sin que se entienda la condición axial que ha alcanzado en nuestras sociedades. Porque el consumo, sea hortera y disparatado o selecto y elegante, no salva de la pobreza, que no es, como suele creerse, ignorancia de códigos de distinción y carencia material, por severa que sea: pobreza es dependencia y supeditación a otros; alienación. Porque una vida frugal, incluso una vida de renuncia material severa, no es pobre si no es sometida.

La propuesta de la RBU o de ciudadanía parte precisamente de rechazar lo que comienzan aceptando subsidios, ayudas y rentas mínimas: que el sujeto debe permanecer sometido al Reino del Trabajo. Porque el valor superior que pretende recuperar es el de la libertad, antes que el productivismo que subyace y legitima la carrera agónica de trabajo y consumo en que vivimos.

Los detractores de la RBU invocan diversas razones técnicas y materiales que la desaconsejarían o la harían irrealizable. El supuesto técnico más socorrido es pecuniario: no habría dinero para financiarla –dicen- o, lo que viene a ser lo mismo, su dotación provocaría efectos inflacionarios desconocidos y temerarios –arguyen-. Al respecto, invitamos a los lectores a consultar un estudio recientemente publicado para el conjunto del reino de España[1]. Se demuestra ahí con rigor y minuciosidad que la medida sería aplicable aun dejando intacta la estructura tributaria actual del Estado, modificando solo los tramos del IRPF y absorbiendo todas las ayudas y subsidios condicionales actuales de igual o inferior cuantía (645 € aprox.). La respuesta general a este estudio técnicamente impecable del año 2014 ha sido ignorarlo. Así que, salvo algún honroso caso, la mayoría sigue repitiendo contra la medida viejas fórmulas y cifras descabelladas.

Evitan así los detractores entrar en el debate ideológico-político de fondo al que inevitablemente aboca mirar de frente la propuesta. Y esto seguramente no porque duden si posicionarse contra la medida o porque no dominen las claves del debate. Evitan el debate de principios porque hacerlo les obligaría (les obligará) a desvelar su pensamiento lúgubre: su íntima aunque públicamente negada convicción de que este orden social vigente solo puede garantizarse manteniendo en el reino de la necesidad y el sometimiento a la ingente masa de desposeídos. ¿O hay otros argumentos?

[1] http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=7535
http://blogs.publico.es/otrasmiradas/4982/renta-basica-universal-o-subsidios-condicionales/
Félix Talego Vázquez
Profesor de Antropología Social. Universidad de Sevilla. Integrante de la Plataforma de Sevilla por la Renta Básica Universal

FAVORITA


Los poetas escriben las historias para que te alcancen. Ellos son capaces de ver la vida con ocho ojos como una araña, o con uno sólo como los cíclopes. La literatura trae miradas desde otros ángulos, los poetas quieren que los veamos, tienen necesidad de que los veamos. Por eso la poesía, la prosa, el teatro, exigen rigor al que los lee. 

La escritura es el exponente mayor del habla. El habla es lo que más caracteriza a los humanos, “animales que hablan” sobre todas las cosas. ¿Cómo puedes despreciar lo que más representa el habla? ¿Cómo puedes estar lejos de las palabras y del placer de leerlas si leerlas es conocerte a ti mismo? Eres quien las escribe, las palabras. Y vuelcas en ella vuestra mirada sobre el mundo; y compartes otro ángulo de esa realidad que aún hay que aprender a leer. 

Leer. Los libros, entre las manos, como si palpitaran, son placeres sencillos. La lectura no es gratuita, es un compromiso. Lees y te comprometes a encontrar el ángulo de la realidad del que escribe cada obra. En esta sociedad materialista y consumista leer es un acto heroico, leer y explicar lo que lees, y sentir lo que lees, y distinguir lo que lees. La literatura es sólo un mapa que debe crecer en la lectura, en el ojo del que la transita.

Agradezco el premio a la Universidad de Cádiz y al Vicerrectorado de Proyección Internacional y Cultural por la publicación de la obra en la página de Creación Artística de la Universidad. Me siento dichoso y agradecido por este reconocimiento al texto que he escrito, y a la vez guardo un sentimiento amargo de asombro, triste, por escribir algo tan aterrador, tan áspero y que desgraciadamente está inspirado en hechos reales. La crítica va dirigida al mundo que se nutre de los impactos sensacionalistas.

Favorita es un homenaje a los periodistas de guerra, es una crónica en formato teatral, en la que Jean y Favorita, una pareja de corresponsales en la Guerra del Golfo (1991, ¿o cualquier guerra de este siglo?), cuestionan si revelar o no una escena terrorífica que exhibe la barbarie, la desproporción entre el hombre y el mundo de los hombres en guerra.

Antonio Daniel García Orellana es autor de FAVORITA, Premio de Creación Literaria El drag de la Universidad de Cádiz, 2014.
Puedes leer y descargar la obra completa pinchando en este enlace FAVORITA