a
todos los líderes en ejercicio y varones dispuestos a serlo
Casi
todos los líderes políticos, sindicales y académicos (de los
económicos, religiosos y militares ni lo esperamos) aseguran estar a
favor de la igualdad entre los sexos y los géneros. Pero habremos de
convenir en que, con el poder que han tenido y tienen, si realmente
tuvieran una posición clara en este sentido, entonces las políticas
de igualdad serían más inclusivas, las leyes y los convenios
colectivos promoverían efectivamente la conciliación y la
corresponsabilidad, y lo raro serían las comunidades, las
diputaciones y los ayuntamientos en los que gobiernan donde no
hubiera programas para impulsar el cambio de los hombres.
Los
líderes son triunfadores por definición. Han ido escalando
posiciones en un medio que puede llegar a ser hostil; no en vano se
dice que los adversarios militan en otras organizaciones mientras que
los enemigos militan en la propia. Es evidente que para alcanzar la
cima han tenido que ser muy competitivos y demostrar que son
excepcionalmente racionales y que no les tiembla el pulso ante la
adversidad. No es frecuente que presuman de humildes, ni de ser
buenos padres, ni de ser corresponsables en lo doméstico; esos son
los valores que acostumbramos a atribuirles a esas "grandes
mujeres" que suelen acompañarles, preferiblemente a la sombra.
Lo
habitual es que los veamos como machos alfa que no se plantean
cuestionar el modelo masculino que les ha permitido triunfar. Tal vez
sea este el motivo de que, cada vez que promueven leyes o medidas
igualitarias, no acabemos de tener claro si las impulsan por
convicción o porque han visto lo rentables que son económica y
electoralmente; o quizás porque están pagando algún tipo de
impuesto revolucionario al movimiento de mujeres y a sus compañeras
de organización. Sea como fuere, lo cierto es que suelen apuntarse
estas iniciativas como éxitos personales y nunca llegamos a ver lo
que realmente pasa en las cocinas de los partidos; nunca salen a la
luz las concesiones que, a la hora de redactar leyes, programas e
iniciativas, hayan tenido que hacer las feministas para conseguir el
apoyo de sus líderes o el voto de sus compañeros.
No
se oye a ningún líder reconocer que su contribución se haya
limitado a dar el visto bueno a las reivindicaciones de sus
compañeras aunque, claro está, él haya hecho algún cambio o
sugerencia. En realidad no les falta algo de razón cuando se
atribuyen todo el mérito de lo que deciden impulsar después de
haber cambiado (tal vez recortado) todo lo que a ellos les haya
parecido pertinente. Solo se les oye reconocer la influencia de tal o
cual compañera (o compañero) en los homenajes que les hacen,
especialmente si son póstumos.
A
pesar de todo, es preferible que se declaren feministas a que no lo
hagan. Es mejor que voten una ley, defiendan la conciliación en un
convenio, traguen con las listas cremallera o firmen un manifiesto
contra la violencia machista a que no lo hagan. Con estos gestos no
engañan a nadie que les conozca de cerca, pero nos recuerdan (en
palabras de Bertolt Brecht) a aquellos “hombres
que luchan un día y son buenos”.
Cuando prestan su imagen para contribuir al avance de la igualdad,
como ocurre con los famosos, sus guiños les hacen ser referentes
igualitarios de los que la ciudadanía, y sobre todo los varones,
andan tan necesitados.
Cuando
el alcalde de Jerez de la Frontera me contrató para montar el
programa «Hombres por la Igualdad», me preguntó si eso le obligaba
a él a cambiar. Tuve que explicarle lo importante que era su imagen
para dar credibilidad a la voluntad política municipal de promover
la incorporación de los hombres a la igualdad. Él siguió siendo un
líder muy patriarcal, pero tuvo dos gestos meritorios: el 25 de
noviembre de 1999 publicó un bando que empezaba reconociendo que “La
violencia masculina es un problema que nos atañe fundamentalmente a
los hombres, aunque quienes lo sufren y son víctimas del mismo son
las mujeres”;
poco después impulsó entre los ciudadanos de Jerez —con el
respaldo unánime del pleno municipal— una recogida de firmas
contra la violencia machista que fue un auténtico éxito.
Los
que ocupan puestos de responsabilidad, poder y protagonismo son
quienes más capacidad tienen para combatir y cambiar las dinámicas
que invisibilizan los méritos de las mujeres y de los hombres menos
competitivos. Pueden, y deben, dar ejemplo para corregir las
desigualdades que arrastran sus organizaciones: cediendo poder y
protagonismo, y aprendiendo a estar en segunda fila y a ser
representados por mujeres u otros hombres sin sentirse subvalorados,
más bien al contrario, siendo conscientes de lo productivo que es
animar al resto de la militancia a adoptar formas no competitivas en
la creación de proyectos colectivos.
Si
en efecto creen que no hay cambio posible sin igualdad entre los
sexos y los géneros, su responsabilidad es mayor. Porque han de
decidir si quieren ser un obstáculo o un cauce para las
reivindicaciones de las mujeres o de los colectivos LGTBIQ. Porque
son modelos con prestigio social que pueden servir de referencia a
aquellos hombres que tratan de cambiar, a veces en ambientes muy
machistas. Porque su implicación, consciente y decidida, facilita
que la igualdad sea un tema central de la agenda política para que
podamos construir un mundo que garantice la libertad, en las calles y
en las camas.
José
Ángel Lozoya Gómez
Miembro del Foro y de la Red de hombres por la igualdad
Miembro del Foro y de la Red de hombres por la igualdad
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