El presente trabajo analiza
dos realidades distintas
y distantes como la cuestión nacional y la crisis climática y
ensaya una ordenación diferente de las cosas. El objetivo del mismo
es aportar plasticidad, movilidad e inducir una metamorfosis
conceptual en este asunto; abrir el debate y crear un estado de
reflexión más allá de las ideas preexistentes sobre la cuestión.
Para ello se plantean vínculos desde la afinidad y la conciencia de
especie.
El trabajo está dividido en 4
partes. La primera realiza un análisis de dos realidades
aparentemente inconexas —la cuestión nacional y la crisis
climática— desde la observación de las relaciones que se dan
entre clima y nación. La segunda lleva a cabo una relectura
ambiental de la historia política desde la década de 1950 en
adelante. La tercera se dedica a examinar cual es el objetivo
político biorregionalismo. Y por último, se realiza una propuesta
de incorporación de dos hechos biofísicos de relevancia al texto de
la Constitución: el cambio climático y las biorregiones.
Palabras
como patria, soberanía, estado, nación, patriarcado, planeta,
biorregión, biodiversidad, son el espacio
donde se residencia el conflicto
entre clima y nación.
Pero a pesar de la urgencia política con que se manifiesta, la
cuestión nacional no es ni debería ser una prioridad. Si España es
una sola nación, una nación de naciones o una parte del territorio
quiere independizarse, es una controversia
lateral que
silencia la anomalía en la que están instaladas las relaciones de
la humanidad con el planeta.
Puesto
que no tenemos otro
planeta de recambio,
el asunto que debe concernirnos
de forma prioritaria es
la crisis climática:
¿cómo vamos a afrontar el cambio climático y los retos ecológicos
que trae este siglo?; ¿cómo vamos a abordar la agenda climática y
la agenda social del siglo XXI?; ¿cuál sería la forma de
organización territorial del Estado que mejor serviría para
afrontar el reto climático: las Comunidades Autónomas, un Estado
federal o confederal o una
organización biorregional?
De
la misma manera que otras experiencias históricas como el
patriarcado, el colonialismo y el capitalismo se han explicado con
categorías concretas y específicas: género, raza o clase social;
para afrontar los efectos del Antropoceno
—uno de lo cuales es la crisis climática— se requiere una
categoría que lo explique:
la especie, desde
la cual construir nuevos sentimientos de pertenencia y nuevos
vínculos de comunidad.
¿Conciencia
de clase, la conciencia nacional o la conciencia de especie? Warren
Buffett presumió en mitad de la crisis financiera que existía «una
guerra de clases» que iban ganando los ricos», su clase.
La izquierda
—en su conjunto— se ha quedado sin respuesta ante la
globalización y la crisis climática. Se ha enrocado en sus
principios convirtiéndose en una fuerza
conservadora. La
ausencia de confrontación entre los proyectos de la derecha
neoliberal y el social-liberalismo, y la ausencia de propuestas de la
izquierda a los retos del siglo XXI, ha producido resignación y
desafección, enviando a la gente a sus casas.
La relectura en clave
ecológica de la actual crisis económica, nos dice que nos
enfrentamos a algo más que a problemas en los sistemas ambientales.
Nos dice que la crisis
ecológica es
también una crisis
civilizatoria. La
traducción política de este acontecimiento exige que nos
preguntemos: «¿hasta qué punto responden nuestras democracias
liberales a los imperativos de la crisis ecológica que afectan
potencialmente a la supervivencia de los individuos presentes,
generaciones futuras y mundo natural»? (Maldonado: 1999) y a la
necesidad de ajustar el metabolismo socio-económico a la crisis
climática.
En este contexto resulta
ineludible establecer una conexión
entre democracia y planeta,
dos cuestiones incomunicadas hasta ahora. Lo que era puramente
contexto (el planeta), a partir de ahora también es objeto: objeto
de decisiones, objeto político, objeto central de la democracia.
Surge así un nuevo
sujeto colectivo de
derechos: la especie,
junto a la nación o la clase social, adecuado al nuevo contexto
planetario de crisis civilizatoria (climática y de recursos), que
exige una respuesta política dirigida a establecer derechos y
deberes planetarios y nuevos paradigmas de organización social.
La
vinculación entre
planeta y democracia
se materializa mediante la implantación de un nuevo paradigma de
organización político-social biorregional.
El modelo biorregional
es pues una mirada a «una vida humana y una política» no estatal y
no jurídica inspirada
en criterios biocéntricos y de sostenibilidad a largo plazo, útil
para definir comarcas naturales –que comprenden comunidades
humanas, animales y vegetales– pensadas como unidades políticas.
Su paradigma es una
guía válida para
organizar la vida de una comunidad de acuerdo con sus sistemas
naturales; sus estructuras de intercambio, tanto interiores como
exteriores; sus propias necesidades como comunidad; y sus propios
sistemas de sostenimiento biológico a largo plazo.
España,
es un país extremadamente vulnerable al cambio climático, al tener
una economía que depende en gran medida de sectores estratégicos
ligados a la Naturaleza y a la salud de los ecosistemas como: el
turismo, la agricultura, ganadería y pesca, en el que gran parte de
su población se encuentra en zonas de riesgo por olas de calor. En
este contexto la acción climática del Estado es una cuestión de
supervivencia. Tirando de historia cabría decir que si la invasión
napoleónica hizo primar el interés nacional sobre el regional, el
cambio climático
debería establecer la primacía
contraria: el
interés biorregional sobre el nacional.
Francisco
Soler
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