Si la violencia tiene formas específicas
en lo histórico y en lo social, y se produce en contextos igualmente
específicos que le otorgan sentido, la forma específica de violencia de
la época en que vivimos, dominada por el cambio climático, es la violencia ecológica: una explotación económica, sin límites, de la Naturaleza, hasta el punto de violentar y destruir sus leyes.
Esta violencia, que ha cambiado la relación entre medios y fines, sin
embargo, no es calificada como tal. Es imaginada como fuerza legítima,
violencia autorizada, poder legal o poder del estado. El ensayo de W.
Benjamín «Zur Kritik der Gewalt», de 1920, ha adquirido, otra
vez, inusitada vigencia, debido al cambio climático. La manifestación de
sus efectos y su progresiva amplificación ha creado una crisis global y
del orden democrático-(neo)liberal, similar a la que ocasionó el
ascenso del nacionalsocialismo en Alemania. La especificidad de la
situación actual es la interrelación entre la crisis ecológica global,
de la que su mayor expresión es el cambio climático; una crisis
financiera; y la crisis del trabajo que ha originado la automatización.
La vigencia que muestra el ensayo de
Benjamín, pone de actualidad nuevamente el problema de la violencia. En
este caso, el de la violencia ecológica. En este contexto debemos
preguntarnos si la violencia, esta violencia en concreto, sólo puede ser
perpetrada en el ámbito del derecho, la política o la moral. O si
también es posible la existencia de una violencia natural, posibilidad hasta ahora negada.
El cambio climático, en una paradoja,
permite afirmar la existencia de este tipo de violencia. Éste no puede
ser calificado como un suceso semejante
a un terremoto. Un seísmo es resultado de la acción de las leyes de la
geología. Se desencadena sin intervención humana. El cambio climático no es un suceso. Ni tampoco un simple fenómeno. Es la respuesta de la Naturaleza al quebrantamiento de sus leyes. Es un acontecimiento.
Algo perturbador, que parece suceder de repente e interrumpe el curso
normal de las cosas. Esta percepción es la que tiene la gente del cambio
climático. Además como dice Zizek, «reconfigura el presente y habilita
un futuro impensable sin él, (…) redimensiona y articula el pasado que
le precede para que este pasado pueda abrazarlo, encajarlo, explicarlo.»
Pero el cambio climático es, además, antropogénico. Un acontecimiento originado por la mano del hombre, bajo el amparo del Derecho del Estado. Violencia natural desatada por el hombre, que opera
y despliega sus efectos en la biosfera. Pero también en el orden
simbólico del derecho, de la política y de la moral. Guerras del
petróleo por el control de los yacimientos y la seguridad del
suministro; migraciones masivas por causas ambientales. Auge de una
extrema derecha xenófoba y nacionalista. Tratados, acuerdos y
convenciones climáticas (el último, el Acuerdo Climático de París).
El cambio climático es poder constituyente
La violencia del cambio climático afecta a la «vida desnuda», pero también al animal político, al «’algo más’ del zoon politikon
aristotélico». Afecta a la vida desprovista de protección jurídica y,
del mismo modo, al ciudadano y a la ciudad. Es ley natural rota.
Violencia pura. Destruye el derecho humano y las leyes económicas. Pero
a la vez funda, instituye, un nuevo derecho, cuyo marco y límite habrán
de ser las leyes naturales. Es poder constituyente.
Afecta a la política. El modelo de deliberación parlamentaria de
producción de las leyes queda, por tanto, puesto en cuestión. Y si la
democracia está en crisis, también lo estará el concepto de derecho
propio de ella. Ese que proclamó que la propiedad es un derecho
inviolable y sagrado, y declaró la libertad de empresa, productora de la
violencia ecológica.
El cambio climático evidencia la ironía que él mismo constituye: el máximo despliegue de poder humano, coincide con su máxima impotencia
La violencia ecológica, por tanto, niega el axioma que el enjuiciamiento de los medios sólo puede hacerse desde el derecho positivo activo y no desde el derecho natural.
El cambio climático muestra la necesidad que este enjuiciamiento se
realice desde esta segunda óptica: la de la ley natural. En la
distinción entre medios y fines, se ha sostenido hasta ahora que cuando
había una contradicción entre fines justos y medios justificados no
existía una solución. La explotación sin límites de la Naturaleza se ha considerado
un medio legítimo para alcanzar progreso y bienestar social e
individual. No existía contradicción entre medios y fines. Eran
justificados y justos. El cambio climático, sin embargo, ha advertido la
necesidad ineludible de interrumpir, de detener, la continuidad violencia ecológica-derecho.
Desvela una violencia que pretende un fin injusto. Que se apoya en un
derecho inaplicable, cómplice de la destrucción de la Naturaleza y sus
leyes. El cambio climático evidencia la ironía que él mismo constituye: el máximo despliegue de poder humano (científico, técnico y económico), coincide con la máxima impotencia humana. Violencia instalada en la Naturaleza que se erige como autoridad, para excluir la violencia económica que amenaza el orden natural.
El contrato social necesita ser acompañado de un contrato natural
El enjuiciamiento de la actividad humana
desde la óptica de la ley natural, permite poner en relación dos
realidades hasta ahora desconectadas: Naturaleza y mundo. Desde esta
óptica se puede sostener que el cambio climático introduce la Naturaleza
en la Historia y la Historia en la Naturaleza. Cabe preguntarse
entonces: ¿Puede ser considerado el cambio climático una categoría histórica?
Si. El cambio climático debe ser pensado como una nueva categoría del
análisis histórico. Y es que la representación de la Historia que
origina el cambio climático ya no puede mantenerse. La interrelación del
ser humano con el planeta ya no es física, corporal, individual; sino
global, colectiva. Ya no es con los elementos locales, sino con la
atmósfera, los océanos, los desiertos, las selvas. Con las reservas de
recursos. Las megalópolis han devenido «variables físicas que ni
piensan, ni pacen, pesan.» Se han hecho
tan irreverentes para el planeta como el grafitti de la pared de un
cementerio que decía: «levantaos gandules, la tierra para el que la
trabaja». En este contexto histórico, en el que la «teología de la
producción» ha llevado hasta sus últimas consecuencias el mandato
bíblico «dominarás la tierra», el viejo contrato social debe ser acompañado de un nuevo contrato natural.
El ser humano no puede continuar viviendo encerrado en lo social,
ignorando el planeta. «El contrato social viene directamente de la
naturaleza.»
Política de supervivencia frente a la crisis ecológica, pero también frente a un
fascismo latente como tendencia de masas que espera ser activado. Y lo
será si no se firma el nuevo contrato. Un fascismo que, en su versión
siglo XXI, se puede presentar también como un deslizamiento hacia
regímenes autoritarios o disfuncionales que esgrimen el cambio climático
como técnica de control social y de persuasión bajo el pretexto de
actuación frente a la emergencia climática y la escasez de tiempo. Ecofascismo. Algunos think tank
piden ya que las implicaciones del cambio climático y el calentamiento
global se integren en la estrategia de seguridad nacional y de defensa,
no en la estrategia de lucha contra el cambio climático. Para Benjamín
«la regla es el “estado de excepción”». Hoy éste es ecológico, además de social.
Paco Soler
http://mas.laopiniondemalaga.es/blog/barra-verde/2016/12/30/violencia-ecologica-medios-fines/
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