De qué modo las personas que están en situaciones de pobreza sienten su situación y cómo afecta a su bienestar; cómo la restricción de lo que hace agradable la vida, las salidas sociales y las certidumbres que precisamos como personas inciden en nuestra salud mental.
Este post pretende hacer reflexiones y presentar evidencias sobre el impacto de las vivencias de pobreza en una población concreta, la que acude a las intervenciones grupales de una unidad de salud comunitaria.
Según los indicadores de pobreza recogidos en la Estrategia EU 2020, la tasa de riesgo de pobreza y exclusión social es definida como la proporción de la población que vive en hogares que carecen al menos de cuatro de las condiciones siguientes: No tener retrasos en el pago del alquiler, hipoteca, recibos relacionados con la vivienda o compras a plazos. Mantener la vivienda con una temperatura adecuada durante los meses fríos. Hacer frente a gastos imprevistos. Una comida de carne, pollo o pescado cada dos días. Ir de vacaciones fuera de casa, al menos una semana al año .Disposición de elementos de bienestar: automóvil, lavadora, televisión a color y un teléfono.
En la práctica diaria en una unidad de salud mental comunitaria mantenemos contacto cotidiano con personas que están en esta situación y acuden a solicitar ayuda por sentimientos y vivencias en las que de modo cada vez más frecuente aparece la quiebra de su proyecto vital y personal, la carencia de perspectivas sociales y laborales y la incertidumbre sobre las posibilidades de mantener un mínimo de bienestar para sí y para aquellos que dependen de ellos.
Estos sentimientos son expresados a través de conductas que pueden ser catalogadas dentro de varias categorías diagnósticas de las utilizadas en nuestro quehacer; creemos que quedarnos ahí es realizar un pobre y sesgado acercamiento a la vivencia descrita, que podría ser referida de modo más certera con términos coloquiales como pobreza o miseria, o si lo preferimos, para utilizar un término prestado de la sociología, exclusión social.
Con este trabajo, tan sólo pretendemos reflejar la realidad concreta, las vivencias que recibimos, y para las que tan sólo hay que tener ganas de escuchar y ver.
Presentamos para ello tres artículos, los dos primeros publicados en la revista electrónica, Psicoevidencias, "De los mal llamados trastornos menores" en noviembre de 2012 y "De los límites de nuestra intervención", en abril de 2013, ambos constituyen las reflexiones sobre los modelos teóricos y los modos de la praxis llamada clínica de un profesional que intenta mantener un compromiso, en su práctica cotidiana, con el sufrimiento de aquellos que acuden a su servicio. Los dos se detienen también en la valoración de cómo las condiciones de vida, determinadas socialmente, inciden en los sentimientos, vivencias y desarrollo personal de quienes sufren situaciones de pobreza.
El tercer artículo, "Análisis de las vivencias vinculadas a situación de pobreza en los usuarios de una USMC", no publicado en otro medio, es un estudio descriptivo en el que se pretende recoger el impacto de las vivencias de pobreza en una muestra concreta, la que acude a las intervenciones grupales de una unidad de salud comunitaria, muestra sobre la que inciden otros elementos de estrés, como la presencia de enfermedades somáticas concomitantes y la pérdida de rol laboral (y cómo ello incide en su estado de ánimo).
Nuestra pretensión es incidir en el debate sobre la relación entre las vivencias de precariedad social y exclusión en el nivel de salud mental de la población.
Francisco Dionisio Casado Cañero.
Psicólogo Clínico. UGC Salud Mental Área de Salud Sur de Sevilla. Servicio Andaluz de Salud. Profesor ACIS Facultad Psicología Universidad de Sevilla.
E.mail:
fcocasado1@hotmail.com
0 comentarios:
Publicar un comentario