Desde
hace ya unos pocos años, la radicalidad
democrática
o la democracia
radical
impregna el discurso de varios nuevos grupos políticos. Pero, ¿qué
es la democracia radical? Intentaré garabatear en este post una
reflexión que refleje el debate entre posturas y autores al respecto
(si se quiere saber más sobre el tema o profundizar, lo mejor es ir
a las obras de Chantal Mouffé, que es quién escribe principalmente
sobre el concepto).
En
principio la democracia radical es de difícil conceptualización por
su “contingente” de significados, pero puede definirse como un
mecanismo
o una práctica
de pensar y repensar el “nosotros” al margen de la “práctica
de la democracia liberal”- y sus valores preeminentes y
universalizadores-, en la cual las distintas identidades de grupos y
comunidades puedan dar cabida a una convivencia pacífica basada, por
una parte, en la adopción de acuerdos en base a unos “valores
democráticos comunes” sin renunciar a sus valores propios y
culturales, y, al mismo tiempo, en una práctica de la participación
que permita llevar las decisiones de abajo hasta arriba.
En
definitiva, con respetar los acuerdos adoptados democráticamente
todo vale. La democracia radical huye de las “hegemonías
identitarias” de la democracia liberal, así como las adopciones de
élites representativas con cierta autonomía en la adopción de
acuerdos.
Hasta
aquí todo podría parecer perfecto,
deseable y hermoso.
En esta “especie de teoría que huye de ser teoría” y que
algunos elevan a nuevo paradigma, las tensiones se desenvuelven como
algo natural, como una especie de “fair play” futbolero en la
cual no hay enemigos, sino adversarios de “otros equipos” con los
que hay que limar asperezas continuamente, pero que respetan el valor
del debate, la democracia y los acuerdos entre iguales. Sólo
aquellos que “quieran” recalcitrántemente ser enemigos de la
democracia radical y los valores comunes consensuados
democráticamente lo serán (servirán además para diferenciar a
los “buenos de los malos”). Porque los que pierden
democráticamente, como tienen “buen talante”, aceptan su pérdida
y pasan a ser una oposición legítima de los que han ganado
legítimamente porque lo han hecho de abajo hacia arriba, de grupos
pequeños a grupos mayores… Entonces, ¿qué diferencia hay con lo
que hasta ahora vivimos? Puesto que si es sólo votar cualquier
decisión, eso es simplemente “democratizar” los procesos, las
instituciones, las decisiones.
La
Democracia Radical implica más cosas. En su afán de regir todos los
procesos de la ciudadanía, aboga por una forma de vida en la que las
distintas formas de ver y vivir plenamente la ciudadanía deben
hacerlo “protegiendo las diferencias”, los “valores marginales”
frente a los “valores universalizadores del occidentalismo”, de
la “razón kantiana”, del “liberalismo social” o del
“socialismo liberal”. Pero ¿Qué diferencias son legítimas y
cuáles no? ¿Qué es lo legítimo?
Aquí
es donde comienza el primer
punto “oscuro”,
el nosotros
frente al ellos. Para
que la identidad de un grupo se defina, es necesaria otra identidad
que la diferencie, por tanto para ver “quién se es” se necesita
una pluralidad de identidades diferenciadoras. En un sistema que se
rija según la democracia radical se pueden mantener los valores
éticos y morales de cada identidad grupal o comunal, siempre y
cuando se comparta también un valor democrático o de aceptación de
“normas de la democracia”, de los procesos democrático de toma
de decisiones, quedando fuera de ésta “solución comunal”
aquellos que no respeten dicho proceso. Hacer natural la
conflictividad en lo moral y lo ético como "mal menor", y
dejar fuera a los que defienden otros procesos no democráticos de
toma de decisiones, como "mal mayor”, no es una solución al
problema que tantos teóricos de la Filosofía, la Sociología y la
Ciencia Política han intentado hacer ver, ya que en ésto se está
de acuerdo. Por lo tanto la diferenciación entre "ellos y
nosotros" en base a si uno es de corte demócrata liberal y otro
fascista, es algo que ya existe. Al intentar referenciar las
diferencias “tolerables”, se puede chocar con las “culturas”
de los distintos grupos, y se crearán bloques de "valores
semejantes", no sólo en la forma de tomar decisiones o en los
procesos. Los mismos grupos de limitarán en un “hasta aquí” se
está dentro y a partir “ de ahí” se está fuera de "nuestro
club" ¿Qué diferencia hay con la Democracia deliberativa por
ejemplo?¿Qué diferencia hay con un sistema de democracia liberal
que esté engrasado y participado? Al final, con la Democracia
Radical, nos encontraremos con “bloques de valores comunes”, ya
que si unos con otros vamos perfilando lo que les une, podremos
tender a alianzas entre los que más comparten, o tienen el mismo
“bien común” compartido. ¿Qué diferencia hay con lo de ahora
mismo? Se puede ir de abajo hacia arriba -y es necesario para el
fortalecimiento de las instituciones- pero se debe tener claro que
las diferencias van a ir alineando en grupos de parecidos, para
llegar a grandes confrontaciones entre distintos. No es una solución
a la conflictividad actual, es ‘más de lo mismo’ pero
disfrazado- mi opinión personal- y se crearán homogeneizaciones de
identidad por bloques. Un ejemplo claro lo tenemos con la
“pilarización” en Bélgica, donde se ha pasado de una
diferenciación Protestantes -Católicos a una diferenciación
Flamencos (germanófonos)- Valones (francófonos), en un sistema
claramente pluralista, que ha cambiado sus fracturas. ¿Realmente la
Democracia Radical hubiera cambiado esta forma asociativa según
“preocupaciones sociales”?¿Se hubiera llegado a acuerdos
diferentes, o incluso alcanzados los mismos, en caso de no existir un
sistema constitucional de democracia liberal? ¿Hubiera solucionado
las fricciones entre las éticas y valores diferentes? La
conflictividad puede tomar diversas formas, e ir cambiando, y la
Democracia Radical reconoce esa conflictividad desde el mismo momento
que afirma (como casi todos los pensamientos políticos) que la
diferencia existe y nos define, pero la Democracia Radical la
enfatiza aún más cómo elemento articulador de la convivencia y su
diversidad cultural. Si el punto de unión es exclusivamente un
proceso de toma de decisiones, sin una ética compartida, sin unos
valores comunes morales; entonces lo que en las sociedades de las
democracias liberales es "lo privado" pasará a ser "lo
público", pues será el elemento diferenciador de un grupo
frente a otros. Éticas y Valores propios serán esgrimidos como
verdades fundamentales, frente a los otros. ¿Realmente un proceso
democrático sin asunción de ciertos valores comunes y universales
en lo moral y lo ético va a reducir la conflictividad de los grupos?
¿Realmente cuando lo privado se hace público y llega a definir la
identidad grupal, si éste pierde va a quedarse callado? Creo que un
sistema basado en la democracia radical lo único que va a crear es
una conflictividad más arraigada.
Llegamos
al segundo
punto “oscuro”-
para el que escribe- con la hegemonía.
Hoy queda demostrado que la atomización de la sociedad, los nuevos
medios de comunicación p2p, internet, redes sociales, etc, han hecho
que para muchos los límites físicos de la sociedad mengüen. El
postmodernismo y la no pertenencia a las clases “tradicionales”
hacen que las distintas personas adopten roles diferentes
(“personalidades y actuaciones”) en distintos conceptos, pero se
observa una profunda “igualdad” en los perfiles nuevos, impuesta
por modas, medias y convergencias. Entonces, si existe una especie de
“uniformidad” de los individuos atomizados, existe una
posibilidad de hegemonía del pensamiento y la actitud en grandes
líneas comunes. ¿Cómo luchar contra la homogeneización desde
abajo y la “uni-formación” desde arriba? Como se ha dicho antes,
la homogeneización por bloques de identidades (los que les gusta el
futbol frente a los que les gusta el baloncesto, dando igual del
equipo que sean por poner un ejemplo burdo) crearán unas tensiones
internas que se irán limando, pero las externas seguirán
permaneciendo. En ese proceso de limar las tensiones internas entre
identidades (ejemplo aficionados del Real Madrid frente a aficionados
del Recreativo de Huelva) habrá identidades que a fuerza de ser
“mayoritarias” y poderosas en los consensos vayan perfilando las
otras, quedando éstas subordinadas a aquellas (se puede ser del
Real Madrid como opción preferente y del Recre como segunda opción
o viceversa) y con el tiempo a lo mejor hasta se pierden y
desaparecen al dejar ser “relevantes”. Esto se critica mucho por
los defensores de la democracia radical, pero no deja de estar
presente en su mismo presupuesto, por lo que no veo que lo solucione,
sólo crean un conflicto continuado en el tiempo, el cuál puede
agravarse en tensiones mucho más fuertes. Ocurriría por ejemplo en
un escenario entre defensores del feminismo y defensores del islam,
sobre los derechos de la mujer. Sin una “norma superior” pactada
en los derechos de la igualdad y la protección: ¿llegarían a un
acuerdo? ¿O se agravarían las tensiones? Si cambiáramos el
Constitucionalismo liberal a una Democracia Radical, ¿Qué
ocurriría? Tendríamos mil comunidades diferentes, entrando en
pugnas unas con otras dentro de sus “valores” particulares,
respetando teóricamente el “fair play”. En el tiempo
posiblemente las que “ganaran” en más procesos se irían
afianzando, atrayendo a otras a su seno, y excluyendo a aquellas que
no aceptaran las “normas” del juego democrático. Con el tiempo
las que se insertan dentro de otra, porque acabarán diluidas, irán
mutando sus valores e impregnando a la principal, o no, depende de lo
novedoso de sus valores, depende de las “modas” que imperen. Lo
que sí está claro es que los bloques de identidades comunes, irán
teniendo fracturas mayores, más insondables. Posiblemente de una
miríada de identidades, se llegaran a 6 o 7 bloques de identidades o
grupos. ¿Suena de algo? Es la historia de la Historia del mundo. De
“tribus” a “Ciudades –Estado”, de “Ciudades- Estado” a
Reinos, a Imperios, a Estados Nación. Ya lo hemos vivido, ¿para qué
repetirlo? Recordemos que los Estados actuales nacen y se crean de
las “tensiones internas y externas”. Las guerras, las amenazas y
la violencia han sido conformadores de las fronteras, tanto como los
lazos de sangre y culturales. La protección frente “al otro”,
han sido culpables de los contextos en los que vivimos. ¿Va a
cambiar eso? Es decir, y suena duro, pero: ¿Hoy somos más humanos
que ayer?¿Somos menos “homínido”? Necesitamos mecanismos que
nos protejan de nosotros y nosotras mismos.
Aquí
llegamos al tercer
punto “oscuro”,
el proceso en sí y su capacidad
de consenso.
Una Democracia Radical, debe presuponer que los grupos o comunidades
busquen un consenso determinado, pero ¿cuál es el mínimo de ese
consenso? Aquí otro, y no menor, de los problemas de la Democracia
Radical, ya que no hay un mínimo expuesto. Si tenemos un mecanismo,
debemos tener un “manual de funcionamiento”. La democracia “no
radical” liberal indica mecanismos como el quorum
o las mayorías
cualificadas,
que hacen que una decisión tenga capacidad de “consenso”, que
se usa para ciertos asuntos. En cambio la Democracia Radical, que va
a usar todo el mecanismo democrático de mayorías para alcanzar
acuerdos de abajo hacia arriba, le falla un asunto actual: la
desafección política y las “abstenciones”. ¿Cómo hacer que la
ciudadanía participe?¿Cómo hacer que la ciudadanía tome partido
más allá de las elecciones “liberales” cada cuatro años?
¿Mientras no lo tome que ocurre? ¿Es Democracia Radical tomar
decisiones con altas abstenciones? Se está viendo que la abstención
en las decisiones internas de los partidos nuevos que toman
decisiones en base a la Democracia Radical, es mayor que los partidos
de corte “más tradicional”. ¿Justifica esto sus decisiones? ¿No
queda devaluada la Democracia Radical dentro de sus funcionamientos?
Es más, si llegan a las instituciones: ¿Usarán esa misma “técnica
y justificación” de “bajo quorum” para tomar decisiones que
afecten a todos? ¿Al final una minoría “participativa” tomará
decisiones por el conjunto? No sé, casi que me recuerda un poco al
feudalismo. Cambia el contexto, hay ciudadanos con derechos, pero
sólo unos pocos “mejor informados” y “con más tiempo” serán
los que decidan y participen. Cierto que ahora vivimos un
neofeudalismo del poder económico, pero se podrá combatir de otra
forma, no con las mismos principios de minorías bien posicionadas o
ventajistas.
Es
un camino largo y con sombras, al que por cierto no entiendo “cambio
de modelo” puesto que se sigue usando la misma técnica, aunque
cambien los valores. Es un paso hacia “atrás” para desandar lo
andado. Es cierto que el que escribe no es amigo del “comunitarismo”,
por una sencilla razón, siempre he dicho que del “comunitarismo al
totalitarismo” sólo hay una delgada línea roja: que se impongan
los valores de una comunidad sobre otra. Me gusta más la idea de
Habermas (adaptada al socialismo y la ecología política) sobre
republicanismo cívico y democracia deliberativa, teniendo en cuenta
las limitaciones de la ciudadanía en tiempo, y haciendo una clara
separación de lo que es lo público y lo privado de la ciudadanía,
blindando derechos públicos y dejando libertades privadas, buscando
consensos legítimos y legitimizados, más allá de toda duda,
protegiendo identidades y minorías, incluso de ellas mismas. Me
gusta el progreso de todas y todos. Me gustan los acuerdos y la
democracia de abajo hacia arriba, la deliberación, la participación,
pero también un Estado de Derecho, una Norma Suprema- más flexible
y más “cortita” pero que exista- que exista separación de
poderes, que existan valores comunes a una sociedad más allá de los
valores democráticos, un Estado de Bienestar que proteja a sus
ciudadanos. Será que soy un “hijo de la razón” (y no voy a
entrar en si es patriarcal o no, eso es otro debate) y creo en los
Derechos Humanos, en la Igualdad, en la Justicia, en esos valores
“universales” de los hombres y las mujeres. Y creo que hay que
seguir luchando por ellos hasta llegar a un “nuevo paradigma”,
pero no creo en desandar lo andado para volver a empezar. Sobre todo
por lo que ya se anduvo, que ya sabemos qué pasos pueden darse y sus
consecuencias pasadas.
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