Recientemente, llevando a mis hijas a la biblioteca, me encontré con
un cuento de mi infancia cuya historia va así: En tiempos lejanos,
tres bandoleros asaltaban en las carreteras las carrozas y
desvalijaban a sus viajeros/as de todas sus pertenencias en oro y
dinero. Luego acumulaban sus tesoros en un castillo perdido en la
montaña. Un día, atacaron una enésima carroza pero solo había una
niña en su interior. Al no poder apoderarse de otra cosa y para no
irse con las manos vacías, se la llevaron a su castillo. Al llegar,
la niña, temeraria e impertinente, descubrió los tesoros acumulados
desde hacía años y les preguntó con ingenuidad por qué guardaban
tantos baúles llenos de metales preciosos en sus bodegas. Los tres
bandoleros se miraron atónitos, incapaces de contestar: ¡nunca se
habían hecho tal pregunta!
Lo mismo
ocurre en los tiempos modernos: la ecología política, como esta
niña sincera y rebelde, mira a los ojos a los políticos,
economistas y otros bandoleros de las crisis actuales con una
pregunta sencilla: señores (utilizo el masculino exclusivo a
propósito): ¿por qué acumulan todas estas riquezas materiales y
monetarias? Y luego mira a todas aquellas personas que conformamos
esta sociedad diversa y nos pregunta: ¿por qué y para qué
(hiper)producen, (hiper)consumen y (hiper)trabajan tanto?
¿Esto les hace más felices? ¿Les asegura un futuro seguro para sus
hijos y nietas? ¿Garantiza un medio ambiente sano y buena calidad de
vida para la gran mayoría de la población, vivan en el Norte o en
el Sur?
Quizás algunas cifras nos ayuden a
entender mejor la profundidad y carga social y política de estas
preguntas. Está probado, por ejemplo, que por encima de un umbral de
15.000 dólares por habitante y año, no existe ninguna correlación
positiva o negativa entre crecimiento del Producto Interior Bruto y
aumento del bienestar. En cuanto a la esperanza de vida y a la
escolarización, desaparece cualquier tipo de correlación con el
aumento de ingresos respectivamente por encima de 18.000 $ y 12.000 $
per capita / año (2). Lo que significa en lenguaje llano que el
aumento continuo de nuestras rentas y la opulencia material,
principalmente en los países del Norte y élites del Sur, no nos
hacen más felices, ni aumentan nuestro bienestar (3) pero
sí son altamente agresivas con la biosfera. Fíjense ustedes, si
todas las personas de este planeta viviera como la ciudadanía
española, necesitaríamos tres planetas. Como bien decía Kenneth
Boulding allá en los setentas: quién crea que un crecimiento
infinito es posible en un planeta finito, es un economista o un loco…
o, añadiría yo, simplemente un homo sapiens del Antropoceno (4),
drogado a base de trabajo productivo y de consumo de masas.
Ahora bien, cambiemos las
gafas para mirar este mundo y hagámoslo con el Happy Planet
Index (HPI). Se trata de un índice ideado por la fundación inglesa
New Economics Foundation, que calcula la riqueza de un país mediante
tres factores: el grado de felicidad de sus habitantes multiplicado
por la esperanza de vida media y dividido entre su huella ecológica.
España, que a pesar de las crisis sigue manteniendo orgullosamente
un puesto alto de país de “primer mundo” en la clasificación
por PIB per capita (el 30) (5), retrocede con esta fórmula al puesto
62 de 151 (6), es decir casi a mitad de tabla: un país de riqueza
media bien lejos detrás de Costa Rica, que encabezan el listado…
Al mismo tiempo, como —pobre— consuelo, le lleva 42 puestos de
ventaja a Estados Unidos (6º en el PIB per capita), un país que el
economista chileno Max Neef no duda en calificar de país en vía de
subdesarrollo por su alta ineficiencia en el uso de recursos
naturales y la continua recesión social que vive desde los años 80
(7)
En esta dinámica de empobrecimiento
social y ecológico de los países mal llamados “desarrollados”,
no queremos más cuentos de la lechera: ni en Andalucía, ni en
España, ni en Europa, ni en ninguna otra parte. La prosperidad
futura no se basará ni en más crecimiento irracional e innecesario,
ni en una austeridad impuesta para socializar las deudas económicas
y ecológicas contratadas por una minoría. La prosperidad residirá
en nuestra capacidad en construir un nuevo pacto social y ecológico
donde, de forma participativa y solidaria, nuestras sociedades
evolucionen hacia niveles de vida acordes con los límites ecológicos
del planeta y que cubran las necesidades básicas de sus componentes
así como sus legítimas aspiraciones a la autonomía y a la
felicidad. Dicho de otra manera, una nueva etapa para la
humanidad basada en una prosperidad sin crecimiento y el buen vivir.
A modo de conclusión, es de
justicia dejar constancia que en el cuento de mi infancia, una vez
que escucharon la pregunta de la niña, los tres bandoleros dejaron
su negocio e invirtieron toda su riqueza en acoger a las y los niños
huérfanos de la región, transformando su castillo del terror en
pueblos solidarios. Dejando a un lado los tintes paternalistas y
caritativos de esta historia, una auténtica transición
socio-ecológica no tiene por qué quedarse en un simple cuento de
hadas. Eso sí, hará falta más de una pregunta —y de una lucha en
redes y alianzas– para llevar el cambio a todos los rincones de la
sociedad. Por esta razón, necesitamos y podemos aunar una
ecología política fuerte e impertinente desde abajo hacia arriba.
Por Florent
Marcellesi.
Candidato
de Equo para las elecciones europeas de 2014
Publicado en la revista El
Topo, enero del 2014 (1)
Notas
(1) Adaptación y actualización de
un artículo publicado originalmente para Equo
Andalucía y Equo Asturias.
(2) Asimismo, algunos países
alcanzan niveles significativos de florecimiento con solo una
fracción de los ingresos de los países más enriquecidos. Por
ejemplo Chile, con un PIB anual per capita de 12.000 $, tiene una
esperanza de vida de 78,3 años, mayor que la de Dinamarca, con
34.000 $ / año per capita. Por supuesto, habría que afinar este
análisis: 1) cruzándola para cada país con el coeficiente de GINI,
es decir una medición de la desigualdad 2) recordando que Chile basa
su desarrollo en el extractivismo (modelo que tampoco representa una
alternativa sostenible). Para más información sobre umbrales,
riqueza y bienestar, véase Gadrey, Marcellesi, Barragué (2013):
Adiós al crecimiento. Vivir bien en un mundo solidario y sostenible.
El Viejo Topo.
(3) Es más, en tiempos de recesión
la economía de crecimiento nos lleva al colapso social bajo forma de
paro, pobreza y desigualdad masivos.
(4) Según el concepto acunado por
Paul Crutzen, hemos entrado desde hace un par de siglos en el
Antropoceno, es decir una era en la que la humanidad actúa como
fuerza geológica. Véase también Zalasiewicz, Jan et al. (2008):
«Are we now living in the Anthropocene?», GSA Today 18 (2): pp.
4–8.
(5) Según los datos del Fondo
Monetario Internacional (estimaciones de PIB per capita del 2013).
(6) Según los datos consultados el
22 de diciembre del 2013 en http://www.happyplanetindex.org/
(7) Por ejemplo en Estados Unidos,
en 1989 uno de cada cinco niños vivía por debajo de la línea de
pobreza, en 2010 el 32,3 por ciento de los niños de todo el país
eran pobres.
Crédito imagen: hormiga
verde.
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