El
concepto de participación ciudadana se reivindica como una alternativa a
los modelos de democracia por delegación cada cuatro años. Aunque no
deja de haber oportunistas que lo utilizan para indicar que el estado
dejará de prestar servicios y que serán los ciudadanos y las ciudadanas
las que tengan que buscarse la vida por su cuenta para cuidar al hermano
discapacitado o la madre con alzehimer. Algo así como el modelo de
filantropía norteamericano, en el que se asume que el estado no cubre a
la mayoría de la población y que la comunidad ha de implicarse en
solucionar las necesidades sociales.
Si queremos, podemos ver una parte positiva en ese modelo: la generación
de un sentimiento de pertenencia a tu comunidad y la implicación
ciudadana, como parte de ella, en la búsqueda de soluciones; la otra
parte es que ese modelo al final se ciñe a la participación social y no
política (o como mucho la política se limita a lo puntual), con lo cual
tampoco se cuestionan las causas subyacentes de los problemas, sino que
se concibe la participación como elemento utilitarista y que aleja a la
ciudadanía (en muchos casos) de la incidencia en las causas importantes.
El
problema es que en un sitio hemos dejado que el Estado sea algo extraño
y no controlado por la ciudadanía; y en otro han reducido el Estado a
la mínima expresión y dejado que sea el apaño de cada cual, coordinado
con los vecinos o no, el que vaya buscando soluciones. ¿Retomar el
control en el primer modelo sin arriesgarme al segundo? ¿Rescatar cosas
de los dos mundos ya que deberían ser complementarios y no excluyentes?
En
los países con mayor participación ciudadana (voluntariado,
política...) hay una mayor calidad de vida media, mayor equilibrio
social y menor número de injusticias. Por contra en los países con menor
participación ciudadana, una pequeñísima parte de la población se
aprovecha del control político para hacer lo que quiere y saquear los
recursos del país...Hay quien afirma que estas dos premisas se pueden
discutir, pero estaremos de acuerdo en que nosotros vemos con envidia
sociedades más dinámicas y activas en sus procesos de innovación y
participación social.
Al
respecto quiero traer a colación algunas conclusiones de Vargas
Machuca, Pérez Yruela y algunos otros ya en el año 2010, cuando
publicaron “Calidad de la democracia en España: una auditoría
ciudadana”, con los resultados de un estudio del CIS realizado en 2007.
Allí constatan que los españoles consideramos de manera mayoritaria que
los que detentan el poder político y económico están por encima de la
voluntad de la ciudadanía, de la soberanía popular y, al mismo tiempo,
nos damos cuenta de que la sociedad civil española no llega a niveles de
participación suficientes para ser un actor relevante en el proceso
político. Todo lo que ha llovido desde entonces, todas las tormentas y
soles que han caido sobre la sociedad española, todas las plazas, toda
la nueva politica, todas las mareas y las nuevas voces, no parece que
hayan hecho cambiar el diagnóstico: los
problemas de nuestra democracia se localizan en un circulo vicioso
alimentado por un débil funcionamiento de la sociedad civil y por la
baja calidad de la representación política.
La
cosa no ha resultado tan fácil como ha podido parecer en algunos
momentos de los años recientes. Una sociedad civil desmotivada por la
política en el mejor de los casos, cuando no en abierta confrontación, y
un sistema de representación alejado de la ciudadanía, incluidas
instituciones del estado y organizaciones políticas partidarias, son los
dos ingredientes que determinan la calidad de nuestra democracia.
Indudablemente no son mimbres para tejer una suficiente calidad
democrática.
Quiero
resaltar que la construcción de la ciudadanía compete a las
instituciones gobernantes y organizaciones políticas a la hora de
generar marcos de oportunidad para la generación de modos ciudadanos de
comportamiento, pero no es posible sin la confluencia deliberada de la
propia ciudadanía autoorganizada. Es decir, que necesitamos modos
comunitarios de percibir la democracia como transformacional, no como
transaccional: se trata de modificar democráticamente nuestra realidad
social, no de firmar un “contrato” en virtud del cual yo te proveo de
derechos, en forma servicios públicos, a cambio de tu voto.
La
construcción políticosocial tiene tres patas (lo público, lo privado,
lo civil). Creo que esto es importante. Antes la discusión se centraba
en lo público y lo privado (lo cívico-social se desdibujaba en lo
privado para los liberal-anglosajones o en lo público para los
jacobinos), ahora ya no se discute el papel preponderante de la
iniciativa privada mercantil en la construcción social, se da por hecho
que el estado y la iniciativa pública ya no juegan y se han de traspasar
sus funciones a la sociedad civil (menos la parte del león contante y
sonante que se privatizará a mayor gloria del capital).
Algo
derivado de esta situación habrá que aprender, pero sin perder el papel
de las administraciones del estado, también y sobre todo las
municipales, como redistribuidoras de riqueza, generadoras de igualdad,
reguladoras de los procesos económicos, garantes de los derechos básicos
de salud, educación y bienestar, responsables, dueñas y promotoras de
la iniciativa económica en sectores estratégicos.
Reivindicando
también el papel de la sociedad civil autoorganizada: entender la
ciudadanía como virtud cívica y compromiso social, garantizar y
facilitar el acceso a la interlocución social a poderes ciudadanos
colectivamente organizados (en torno a las necesidades y
reivindicaciones autodeterminadas) como mínimo en igualdad de
condiciones con los poderes mercantiles.
Y
para terminar por donde empazábamos, no dejarse engañar por los cantos
de sirena sobre la big society y exigir a los partidos que estén a la
altura de las circunstancias y se reinventen como partidos ciudadanos.
Ciudadano Moreno Ibarra
http://www.elcorreoextremadura.com/noticias_region/2019-02-05/2/30076/participacion-ciudadana-y-calidad-democratica.html
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