Hace
más de cuatro siglos que las mujeres europeas aceptamos el papel de
“mujeres sumisas” quizás para el evitar el esfuerzo que supone
tomar a cargo una existencia auténtica, tal como observaba de una
forma muy inteligente Simone de Beauvoir. En su momento, aceptamos el
trabajo de casa, el llamado “trabajo sucio”, porque el trabajo
sucio es el más seguro de todos, a cambio estábamos en condiciones
de exigir una retribución totalmente desmedida: La total manutención
de la mujer.
De pronto me encuentro sola en la habitación y pensando, ¿qué nos pasa a las mujeres? Estoy sola, llevo la mitad de mi vida sola, estoy acostumbrada a mi soledad y la verdad es, como muchas mujeres me confiesan, que no nos gusta estar solas. Es esa una verdad en cuyo rechazo he gastado muchas energías. No me sorprende descubrirlo cuando hablo con amigas...”estoy harta de estar sola”, me dicen en secreto. Quisiéramos vivir insertas en la piel de otra persona, sentirnos seguras y cuidadas. Estos pensamientos, estos deseos, han estado presentes en nosotras desde hace mucho tiempo. No es el deseo de mimos y caricias tan necesarios para todas las personas, se trata de otro deseo que no tiene nada que ver con la reciprocidad amorosa y que nos cuesta confesarlo, es el deseo de ser “salvadas” por un hombre.
Hay miles de mujeres así. Mujeres que hemos crecido de una determinada manera, no se nos ha enseñado a insertarnos en un mundo de adultos en el que solo nosotras somos responsables de nosotras mismas. Fuimos criadas para ser protegidas, apoyadas, mimadas y educadas para la felicidad conyugal. Y por supuesto que fuimos descubriendo, cada una por su cuenta, la mentira que encerraba esta afirmación. Los mimos y los cuidados son necesarios para vivir, son importantísimos; pero no podemos dejar en el otro la responsabilidad de nuestro propio cuidado.
Con el tiempo descubrimos que más vale libertad que seguridad. Pero la libertad asusta. Esta libertad trae consigo muchas consecuencias: Crecer y desenvolvernos en la vida sin la necesidad de “escondernos” en otra persona que consideramos “más fuerte” que nosotras, tomar decisiones basadas en nuestra propia valía y no en la de nuestras parejas, nuestros padres, nuestros maridos o nuestros hijos. La libertad exige que seamos auténticas y sinceras con nosotras mismas, que nos trabajemos la dependencia psicológica y emocional de los hombres enraizada por siglos y eso, ¡cómo no!, aterra. ¿Por qué las mujeres cuando tenemos la oportunidad de dar un paso hacia nuestra independencia tendemos a retroceder? ¿Por qué no estamos acostumbradas a enfrentarnos con nuestros miedos y a vencerlos? En realidad porque no estamos adiestradas para la libertad, sino para la dependencia.
Hablo con mujeres que sienten miedo, inseguridad, nostalgia del padre o del marido que no fue y de la madre que velaba por ellas y las cuidaba. Vuelvo a sentir la voz de la niña abandonada que a veces soy, de mujeres que no pueden dar un paso solas, que necesitan la aprobación del otro...y por otro lado, está lavoz de la mujer guerrera, de la rabia que se siente contra una misma, del esfuerzo y del coraje que hacen falta para reorganizarse sin más amor y protección que nosotras mismas. “En cada mujer existe una niña enamorada y temerosa y un hombrecito valiente que quiere vivir”, decía una feminista americana.
Antes era fácil salir de esta polémica, bastaba con responsabilizar a los hombres...Solo que ese tipo de feminismo se ha quedado obsoleto. El feminismo es ahora un conflicto interno y doloroso, una batalla contra nosotras mismas, una R-evolución personal. Una auténtica evolución como individuos que se saben valiosos y que van al encuentro de otros individuos igualmente valiosos desde la libertad y no desde la dependencia. Quizás entonces comprendamos que “o hacemos de Hadas madrinas de nosotras mismas” o que nadie más va a venir a rescatarnos de entre las cacerolas; que el príncipe encantado no existe y que en muchos casos el Príncipe Azul, destiñe, como dice un buen amigo.
Escribía la feminista Magda Catalá que “las guerras son el producto de tanto llanto reprimido...El día en que los hombres se permitan llorar todo lo que llevan dentro dejarán de pelarse y hallarán por fin una cierta paz interior. Las guerras de las madres, de las mujeres por educar a sus hijos, debe ser una lucha interna y creativa”.
Deberíamos educar a niños y niñas distintos, feminizar a las niñas no es vestirlas de color rosa. No se trata de aprender a hacernos hombres, sino individuos en el más alto sentido de la palabra. Se trata de una empresa difícil y valiente que requiere un largo recorrido hacia el interior de nosotras mismas, hacia nuestra responsabilidad como personas. No es un camino fácil; pero puede que al no depender del otro para apuntalar nuestra inseguridad, estemos en el camino acertado.
Carmen Ciudad
Women International League for Peace and Freedom
1 comentarios:
me parece tremendamente sincero y valiente admitir,que el papel que la mujer debe desenpeñar en la sociedad del siglo XXI no es la via del feinismo de antes ,que hacia siempre al hombre ,responsable de su falta de capacidad para el desarrollo pleno que todos llevamos dentro.
Yo como hombre ,no pretendo redimirme de la parte de culpa que nos toca,pero desde luego,es mas un problema de lucha interna en la mujer,de creerlo posible partiendo de sus posibiidades , que son muchas
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