El TTIP, contra nuestras necesidades

Imagen: Stefan Roth

Nos enfrentamos a una crisis global que es a la vez democrática, socio-económica y ecológica. De ahí que cualquier herramienta comercial que negocie la Unión Europea tendría que mejorar la calidad democrática de nuestra sociedad, disminuir la desigualdad y la brecha entre los más enriquecidos y más empobrecidos, y combatir de forma eficiente el cambio climático. Sin embargo, el TTIP va exactamente en el sentido contrario de estas premisas básicas.

Primero, el TTIP propone crear un tribunal de arbitraje privado para resolver desencuentros entre empresas y Estados, el llamado ICS por sus siglas en inglés (Investment Court System). Este caballo de Troya de las multinacionales permitiría, por ejemplo, que un Estado tenga que indemnizar potencialmente a una empresa por querer aumentar el salario mínimo (como ha pasado en Egipto), por prohibir el fracking en su territorio (como en Quebec) o por querer defender la salud pública contra la industria del tabaco (como en Australia). Además, pretende crear el mecanismo de Cooperación Reguladora que permitiría a las grandes corporaciones presionar a los gobiernos y a la propia UE en la elaboración de cualquier ley que les afecte. Se trata de una pinza pre y post-legislativa perfecta para aumentar el poder de las multinacionales frente a las instituciones democráticas de la UE y sus Estados Miembros.

Segundo, el TTIP es un peligro para el empleo. Según un estudio de la Universidad de Tufts en Boston, el único realizado bajo un modelo económico de Naciones Unidas que toma en consideración variables como el desempleo y la desigualdad -ausentes en los estudios de la Comisión Europea-, el TTIP supondría la pérdida de 600.000 empleos en toda Europa. Recordemos que la puesta en marcha del NAFTA (tratado de comercio e inversiones entre Estados Unidos, Canadá y México) supuso la pérdida de 1 millón de empleos en EEUU.

Los derechos de las personas también se verían directamente afectados por la propia dinámica de este tipo de tratado:

• En caso de haber una “convergencia normativa” entre las partes del acuerdo, en Europa se hará a la baja en lo que afecta a las políticas y regulaciones en materia de derechos sociales, laborales, medioambientales, etc, ya que resulta difícil de imaginar que EEUU adecue las suyas a las europeas.

• En caso de aprobación del TTIP sin convergencia, habrá un dumping social, laboral, y medioambiental, es decir, las empresas transnacionales intentarán abaratar sus costes, trasladando su producción a lugares con menor protección.

Tercero, el TTIP está en total contradicción con el acuerdo climático de París que supone una descarbonización de la economía europea en 2050 y por el que la UE se ha comprometido como primer paso a reducir un 40% las emisiones de CO2 en 2030. Sin embargo, además de que el aumento del comercio transatlántico va acompañado de un inevitable aumento del transporte transatlántico aumentando considerablemente las emisiones, el TTIP favorece las energías fósiles (petróleo, gas no convencional, arenas bituminosas, etc.) y pone trabas a las energías renovables. Resultado según un estudio de Ingeniería Sin Fronteras: hasta 6.000 millones de toneladas de CO2 suplementario, más de 200% en 2030 respecto a los niveles actuales.

Frente a este callejón sin salida que representa el TTIP (y también el CETA con Canadá), es necesario establecer estrategias alternativas de cooperación entre la UE, EEUU y demás países desde una economía centrada en las personas y nuestro entorno. Un buen acuerdo permitiría reforzar el poder de nuestras instituciones democráticas frente a las multinacionales, poner fin a los paraísos fiscales y a la economía de casino, impulsar reglas comerciales que respeten los derechos humanos, el trabajo digno y los ecosistemas, y permitiría acelerar la transición ecológica de la economía en base al acuerdo climático de París. Frente al TTIP, hay sin duda alternativas democráticas, solidarias y ecológicas.






Florent Marcellesi, Coportavoz de EQUO en el Parlamento Europeo




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