El beato
Karol Wojtyla tenía que ser santificado. Su espiritualidad vetusta,
que amaba a la Edad Media y reprendía a esta Edad Contemporánea que
desde el Siglo de las Luces caminó por la senda del Mal, era una
vigorosa rama de la doctrina más pura de la Iglesia, la que va
contra corrientes del pensamiento que desde el Racionalismo y la
Ilustración trajeron librepensamiento, ciencia y soberanía popular.
El Papa sentía que fue mucho más bienaventurado aquel mundo fiel,
señorial, mísero, servil, clerical, penitente, patriarcal;
atormentado por parásitos, hambrunas, pestilencias y demonios; aquel
mundo de cruzadas, santos belicosos, mártires voluntarios, eremitas
alucinados y prodigios milagrosos. Sabía que fue más bendita
aquella Europa que perduró hasta el XVIII, limpia de sangre,
temerosa de Dios y de los oficios de sus santos tribunales; con
guerras de religión; de gran natalidad, atroz mortalidad, fecundo
celibato; de misterios revelados, saberes prohibidos, misticismos
arrebatados, órganos incorruptos e hímenes intactos… Mucho más
que el Occidente democrático actual, tan próspero, burgués,
individualista, descreído, impúdico, mestizo, impenitente; o tan
evolucionista, investigador, revelador de misterios, con guerras de
mercaderes y sublevado contra la Providencia: con tremendas
tecnologías, órganos trasplantados, niños vacunados; con mujeres
iguales, libres, insumisas y promiscuas; con divorcios,
anticonceptivos o abortos seguros y despenalizados; con parejas
infértiles que tienen hijos (inmoralmente); con homosexuales que
consiguen derechos civiles… Tenía razón el Papa, Occidente es Hoy
lo que es porque se ha guiado por “Ideologías del Mal”.
Comparemos esta Europa del siglo XXI con la de los piadosos quince
siglos que se guiaron por el teocentrismo cristiano: No hay color.
Juan Pablo II supo atraer, apartando del mal, a una sana y candorosa
juventud; aunque no estuvo muy vigilante –nadie es perfecto- en eso
de proteger a los niños de las violaciones cometidas por sus
clérigos pederastas. Su Santidad reaccionó contra reformas de
engañosas teologías liberadoras, contra hedonismos, eutanasias o
preservativos (que salvarán muchas vidas presentes pero impiden
tantas futuribles). Fue gran abogado de la humanidad y sus embriones;
y no pocos simpatizamos con su apología del sexo a pelo (aunque no
fuese aconsejable predicar tal cosa en el África del SIDA con tantas
muchachas desprotegidas ante contagiados machos dominantes).
Su misericordia le llevó a comulgar con dictadores criminales que
habían defendido el orden y la fe, pero no pudo hacerlo con esos
curas que apoyaban causas humanitarias contaminadas de subversión.
Acogió entusiasta a los movimientos y líderes de la fe más
íntegra, hombres como el beato obrador de Dios Escrivá de Balaguer,
como el bendito artista Kiko Argüello o como el legionario de Cristo
Marcial Maciel (a pesar de que ¡ay! sucumbió a muchas infamias y
delitos).
Karol Wojtyla se ha ganado la santidad no sólo por su obra, sino por
la integridad con la que llevó la cruz de sus padecimientos ayudado
por la oración (y la ciencia). Sí, ha sido elevado a los altares
junto a tantos santos de similar naturaleza. Y siempre habrá
despistados que no entiendan que lo ha merecido completamente.
Por Juan Pablo Maldonado García
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