El movimiento del 15-M ha puesto en evidencia la profunda deuda que
han contraído las sociedades modernas con la democracia. A su vez,
la democracia moderna tiene una deuda latente con la ecología
política y con su lucha por extender la autonomía personal y la
solidaridad colectiva en el espacio (solidaridad transnacional), en
el tiempo (solidaridad transgeneracional) y al conjunto de la
naturaleza (solidaridad biocéntrica e interespecie). Sobre todo,
esta democracia no suele integrar en sus procesos algunos aspectos
que, además de ampliar nuestros círculos de solidaridad, son
centrales para la transición hacia una supervivencia civilizada de
la especie humana: la cuestión de la autolimitación, la
representación de los sin voz, la gobernanza glocal y la
capacidad de responder a la urgencia ecológica.
En este
artículo, no tengo ninguna intención de ser exhaustivo, ni de
hallar la solución perfecta. Me ceñiré para cada reto a exponer
pinceladas de diagnóstico y de propuestas que espero puedan ser de
utilidad para todas aquellas personas inquietas y ansiosas de
alternativas, tanto en las instituciones como en la calle.
La democracia de la autolimitación
Ante el carácter despilfarrador de
las sociedades occidentales, principal causante de la crisis
ecológica, uno de los factores decisivos es la autolimitación
(Riechmann, 2008). Dicho de otra manera más institucional, la
gestión global de la demanda es una prioridad, no solo en temas más
aceptados como el agua o la energía sino también en todos los
aspectos del consumo de masas: consumo de carne y pescado, emisiones
de CO2, uso de recursos naturales (renovables y no renovables),
espacio de tierra disponible, opulencia material aceptable… Por
supuesto, establecer límites a nuestro consumo y distribuir los
pedazos de naturaleza que nos corresponden según principios de
justicia ambiental, y sobre todo de forma ordenada y asumida por
todos y todas, plantea un reto de gran magnitud para la res
publica.
Para no caer en tentaciones
autoritarias —o, peor, ecofascistas— y asumiendo que un modelo
descentralizado y participativo es la forma más eficiente de
alcanzar el objetivo (Marcellesi: 2008, p6), es común leer en los
movimientos ecologistas y transformadores que se decidirán de forma
democrática las necesidades (básicas, sociales, instrumentales,
etc) ajustadas a los límites ecológicos y a la equidad social. Sin
embargo, es menos común encontrar propuestas concretas de cómo
articular esta “democracia de las necesidades”. Y no son pocas
las preguntas: ¿Quién define y cómo lo que es una necesidad
colectiva? ¿Qué necesidades se ponen a debate? ¿Cómo se combina
este debate con las libertades individuales, puesto que la
satisfacción individual puede entrar en conflicto con las
aspiraciones colectivas? Es por tanto importante definir procesos o
herramientas democráticos que permitan hacer realidad lo que
Riechmann llama la “autogestión colectiva de las necesidades y los
medios para su satisfacción” (2008, p.54)
Alcanzar esta reconstrucción
colectiva de nuestras necesidades, sin imposiciones, pasa primero por
un proceso de reapropriación democrática de la riqueza donde
planteamos abiertamente por qué, para qué, hasta dónde y cómo
producimos y consumimos. En este sentido Viveret (2002), en un
informe solicitado por el gobierno francés de la izquierda plural
(1997-2002), animaba a organizar debates participativos a escala
estatal, regional o local, sobre “la naturaleza de la riqueza, su
cálculo y su circulación”. De hecho, la New Economics
Foundation, quien promueve un cambio radical de norma en el
trabajo al proponer la semana laboral de 21 horas, defiende una idea
parecida: “un debate nacional acerca de cómo usamos, valoramos y
distribuimos el trabajo y el tiempo” (Coote et al: 2010, p.38).
Aunque no detallan cómo llevar a cabo esta propuesta, podemos
encontrar algunas iniciativas llevadas de forma participativa en la
práctica: desde las instituciones con la “Iniciativa Spiral” del
Consejo de Europa, (1) desde los movimientos sociales, con el
“Parlamento de la calle” en Québec que dio lugar al “producto
interno suave” (2) o en el Sur, con el indicador de “buen vivir
sostenible” para el Estado de Acre, uno de los más “pobres” de
Brasil. (3)
Por su parte, las “iniciativas en
Transición” (4) son también un movimiento que de forma genuina
quiere compaginar límites del crecimiento con nuevas formas de
democracia. Asumen como punto de partida que nuestras sociedades
tienen que superar a la vez el cambio climático y el techo del
petróleo, y buscan soluciones compartidas basadas en procesos
comunitarios y deliberativos (a nivel de ciudad, de barrio, de
escuela, etc). Aficionadas a metodologías dinamizadoras tipo World
Café o Open Space, apuestan por la inclusión como
valor central para ser capaz de sumar de forma pragmática a
numerosas personas, colectivos, asociaciones, empresas e
instituciones. A través también de herramientas de “democracia
económica” como las monedas alternativas, los grupos de consumo o
los bancos de tiempo, practican la autolimitación —sin
necesariamente tener que mencionarla— desde la relocalización
ecológica, solidaria y resiliente de la economía.
La democracia de los sin voz
Con el concepto de “sin voz”, me
refiero a dos categorías principales que carecen de representación
hoy día en nuestros sistemas democráticos establecidos: los seres
humanos —que viven en tierras lejanas como en los países del Sur o
que todavía no han nacido como las generaciones futuras—, y el
resto de seres vivos y no vivos. De hecho, comparto la sorpresa de
Bruno Latour que se pregunta ¿por qué “hemos pensado que la
política (era) un asunto de humanos entre sí? Puesto que (…)
siempre han interactuado humanos y no humanos y que la política
siempre ha sido también una definición de cosmos.” (2010) Por lo
cual, comparto a su vez la propuesta de Jorge Riechmann de “superar
nuestro arrogante antropocentrismo y aprender a hablar (…) en
nombre de las generaciones futuras, de las restantes especies vivas,
de todos aquellos que no pueden participar en nuestros consejos o
asambleas pero se ven sin embargo afectados por nuestras decisiones
(2005, p.201).
Además, nos llegan desde el Sur
propuestas en torno al sumak kawsay y los «derechos de la
naturaleza» que revolucionan nuestra cosmopolítica moderna. Si,
como lo dice la Constitución de la República de Ecuador del 2008,
la «Pacha Mama (…) tiene derecho a que se respete integralmente su
existencia y el mantenimiento y regeneración de sus ciclos vitales»,
eso implica que la naturaleza, y sus diferentes componentes, se
convierten en sujeto político que de una forma u otra se tendrán
que ir incorporando en nuestros procesos democráticos humanos. Dicho
de otro modo, tenemos que contestar a la pregunta que ya hacía
Barbara Ward en 1972: ¿quién defiende la Tierra?
Ante la actual máquina
representativa silenciadora de los intereses de las generaciones
futuras y de los no-humanos, encontramos primero dos propuestas que
tienen en común la articulación de un sistema bicameral para
ampliar los espacios de controversias y debates. Por una parte, Bourg
y Whiteside plantean en su propuesta de “democracia ecológica”
una “bioconstitución” donde se pondría en marcha el “Senado
del futuro”. Este Senado encarnaría específica y exclusivamente
los intereses largo placistas, y con integrantes elegidos en base a
programas también largo placistas. Los autores introducen también
en este panorama la presencia de las ONG ecologistas en órganos
deliberativos de los poderes públicos (Bourg, Whiteside: 2009). De
hecho, al igual que existe un diálogo social con los sindicatos,
tampoco es descabellado imaginar por esta vía un “diálogo
ecológico” con nuevos agentes que defienden el medio ambiente,
generaciones futuras y/o poblaciones del Sur.
Por su parte, Latour propone
completar el actual Congreso, el de los seres humanos y que llama “la
cámara de los valores”, con un “Parlamento de las cosas”. En
esta “cámara de los hechos”, estarían personas reconocidas por
su competencia en un ámbito particular y que representarían las
“cosas” (atún rojo, abejas, bosques, etc.), al igual que los
diputados tradicionales representan hoy día la ciudadanía. Según
Latour (2006), este parlamento “extiende a las cosas el privilegio
de la representación, la discusión democrática y el derecho”, lo
cual a primera vista casa con los avances en el Sur de los derechos
de la naturaleza.
En paralelo a estas propuestas,
también recojo aquí tres iniciativas que apuntan al mismo sentido y
pienso son generalizables:
- El Ombudsman del futuro: el defensor de las generaciones futuras ya existe por ejemplo en Hungría. Además de salvaguardar el derecho constitucional de las generaciones presentes a un medio ambiente sano, actúa como guardián de las generaciones futuras al abogar por la sostenibilidad en todas las leyes nacionales y locales relevantes y al fomentar la intervención de la sociedad civil en estos asuntos.(5)
- El defensor de los animales: existe esta figura jurídica en el cantón de Zurich en Suiza que sin embargo, tras un referéndum federal, no se consiguió extender a todo el país.
- Representantes del Sur en las asambleas del Norte: la red de municipios “Alianza del Clima” (6) otorga de forma estructural la vicepresidencia de su organización a representantes de las poblaciones indígenas de los bosques tropicales.
La democracia glocal
Desde su creación, los movimientos
ecologistas lo tienen claro: hay que “pensar global y actuar local”
acercando los procesos de deliberación y decisión a la ciudadanía
para una mejor cogestión y distribución de nuestros recursos
naturales. Al mismo tiempo y aunque esta articulación tardó en
cuajar, la Cumbre de la Tierra de 1992 terminó de asentar un nuevo
consenso mundial: solo podremos luchar de forma eficiente contra
retos globales, como el calentamiento global, la perdida de
biodiversidad, la deforestación, etc., con respuestas globales. Se
establece de esta manera una danza dialéctica entre dos dinámicas
complementarias desde abajo y desde arriba. La democracia de la
glocalidad refuerza ambos espacios de participación locales
y globales, garantizando una correcta articulación entre ambas
dimensiones tanto desde las instituciones como desde los movimientos
sociales.(7)
Mientras ampliamos la
descentralización como herramienta para la construcción de
comunidades y sociedades resilientes (disminución de la conectividad
económica y energética global), la situación socio-ambiental
mundial requiere de alianzas globales más allá del ecomunicipalismo
(aumento de la conectividad democrática global). Asimismo, según el
grupo Great Transformation Initiative, “la transformación
mundial necesitará el despertar de un nuevo actor social: un amplio
movimiento de ciudadanos del mundo que exprese una identidad
supranacional y construya nuevas instituciones para una era
planetaria” (2010, p3). Los Foros Sociales Mundiales desde 2001
(con sus altibajos sobre cuestiones ambientales), la movilización
social en la cumbre sobre cambio climático de Copenhague en 2009, la
Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los
Derechos de la Madre Tierra en Cochabamba en 2010, la protesta
planetaria del 15-O de los Indignados en 2011, son demostraciones de
la facultad de la sociedad civil a ser un agente de cambio organizado
en redes de redes a nivel supralocal, permitiendo un trasvase
constante entre lo local y lo global y vice versa.
Por otro lado, tras el fracaso de la
Cumbre de Copenhague, también es necesario repensar la estructura
institucional mundial hacia un “marco deliberativo global”. Por
ejemplo, retomemos una vieja reivindicación ecologista, además
defendida por algunos gobiernos: la Organización Mundial del Medio
Ambiente que tendría como objetivo, entre otras cosas, promover la
participación social en relación con los conflictos ecológicos y
los bienes comunes mundiales (por ejemplo a través de ONG
internacionales y locales o de conferencias de consenso globales).
Además, juntemos esta idea con el «Tribunal Internacional de
Justicia Climática» propuesto por la Conferencia de Cochabamba en
2010. En paralelo demos un paso más hacia la democracia global con
la creación de un “Parlamento mundial” que supere las actuales
carencias de la Asamblea General de Naciones Unidas, instaurando una
forma de proporcionalidad entre el peso político de un Estado y su
número de escaños y llegando, ojalá aunque pueda sonar utópico, a
organizar un escrutinio universal (Onesta, 2007).(8) A más
corto-medio plazo, está sobre todo al alcance optar por una mayor
integración europea, más allá de los Estados-Naciones poco aptos
para responder a problemas transfronterizos o a la crisis de las
deudas soberanas —profundamente relacionada con la crisis de la
economía real-real (la de los flujos de materia y energía). Este
federalismo europeo,(9) que espero pueda venir de un verdadero
proceso constituyente europeo, no sería un nuevo romantismo
supranacional sino una realidad regional de dimensión adaptada
(dentro de la actual globalización económica) para impulsar otro
modelo de producción y consumo (hacia la relocalización ecológica
de la economía).
La democracia de la urgencia ecológica
Llegado a este punto, no podemos
obviar una cuestión planteada por algunos autores ecologistas: ¿es
compatible la urgencia de la crisis ecológica con los tiempos que
implican la democracia de la autolimitación, de los sin voz y de la
glocalidad? Es cierto que esta democracia descrita en el
artículo supone procedimientos complejos y alargados en el tiempo
para poder deliberar, debatir de forma contradictoria, (in)formar a
la ciudadanía y articular a una multitud de redes y agentes con
intereses múltiples a diferentes niveles locales, regionales y
mundial. Asimismo, según Semal y Villalba (2010), existe una
incapacidad intrínseca de los procesos deliberativos democráticos a
integrar la urgencia en su percepción del tiempo. Es más: hay un
ultimátum ecológico (reforzado por el cruce de las cuestiones
climáticas y energéticas) y por tanto una “cuenta atrás” para
tomar decisiones fundamentales, so pena de una desaparición brutal
de cualquier ideal democrático.
Sin negar esta objeción, estas
reflexiones se basan por un lado en la predominancia de un escenario
de tipo “colapso” (10) y, por otro lado, tienden a favorecer una
respuesta a través de una élite eco-ilustrada. Si bien estoy de
acuerdo en que hay prisa en adoptar cambios estructurales y no queda
casi margen de maniobra para equivocarse, la capacidad de aguante del
sistema actual ante el derrumbe social y civilizacional (por encima,
por ejemplo, de lo que predicaba el primer informe del Club de Roma
en 1972) parece indicar que todavía es probable que exista una
“ventana de sostenibilidad” para alcanzar reformas sustanciales y
compatible con una transición democrática hacia una sostenibilidad
solidaria local y global (que requeriría en torno a una generación).
Dicho lo dicho, lo escrito no deja de ser una apuesta con cierta
dosis de fe en el ser humano (al igual que los ecologistas del
colapso aplican otros tipos de creencias, más pesimistas y
hobbesianas, sobre la humanidad). Simplemente, tenemos que
admitir que los escenarios de futuro no pueden ser pronosticados
puesto que carecemos de una información completa sobre el estado
actual del sistema, que no podemos prever la evolución de sistemas
complejos turbulentos y que tampoco podemos anticipar las decisiones
humanas futuras ante dichas evoluciones.
En conclusión, dentro de la
democracia ecológica del siglo XXI marcada por la incertidumbre y la
indeterminación, nuestra primera meta es poner todos los recursos
para construir sociedades resilientes y cohesionadas preparadas a
enfrentarse a cambios bruscos y a probables puntos de ruptura e
inflexión. Mi apuesta es clara: no solo es deseable sino que es
también posible desde una democracia radicalmente reformada desde la
ecología.
Publicado
en el nº42 de la Revista Ecología
Política
Referencias:
Bourg, D. y Whiteside, K. (2009): Pour une
démocratie écologique. Disponible en:
Coote Anna, Jane Franklin and Andrew Simms (2010):
21 horas: Por qué una semana laboral más corta puede ayudarnos
a prosperar en el siglo XXI, New Economics Foundation.
Disponible en castellano en http://www.ecopolitica.org/
Great Transition Initiative (2010): Imagine
All the People: Hacia un movimiento de ciudadanos del mundo, en
Visiones y caminos para un futuro lleno de esperanza, GTI.
Latour, B. (2006): “El Parlamento de las cosas”,
la Vanguardia, 08.02.2006
Latour, B. (2010): “Remettre les non humains au
coeur de la politique”. Ecorev, Invierno 2010, n34.
Marcellesi, F. (2008): Ecología política:
génesis, teoría y praxis de la ideología verde, Bakeaz.
Onesta, Gérard (2007): “A European to a Wolrd
Parliament” en The Case for global democracy, advocating a
United Nations Parliamentary Assembly, Kauppi et al.
Semal, L. y Villalba, B. (2010): “Obsolescence
de la durée et actualité du délai”. Ecorev, Invierno 2010, n34.
Riechmann, Jorge (2008): “¿Cómo cambiar hacia
sociedades sostenibles? Reflexiones sobre biomímesis y
autolimitación”, Democracia Ecológica. Formas y experiencias
de participación en la crisis ambiental.
Riechmann, Jorge (2005): Un mundo vulnerable:
ensayos sobre ecología, ética y tecnociencia, Los Libros de la
Catarata, Madrid 2000
Viveret, Patrick (2002): Reconsidérer la
richesse : rapport final de la mission “nouveaux facteurs de
richesse”, Secrétariat d’Etat à l’économie solidaire,
Paris
Notas:
(1) El Consejo de Europa impulsa en varias
localidades europeas la elaboración participativa de indicadores de
progreso y de bienestar compartido por todas las personas y agentes
de un territorio. Más información: https://spiral.cws.coe.int/
(2) El Parlamento de la calle fue un ejercicio de
democracia directa impulsado por movimientos de lucha contra la
pobreza que interpeló la Asamblea Nacional de Québec. Como
respuesta, el Primer Ministro quebequense creó un órgano llamado el
“Cruce de los saberes”. De sus trabajos nació el indicador
“producto interno suave”. Más información:
http://www.produitinterieurdoux.org/
(3) El estado de Acre ha definido un indicador de
“buen vivir sostenible” que tiene en cuenta su principal riqueza:
el bosque amazónico. El proceso se ha llevado a cabo de forma
participativa con economistas brasileños y la sociedad civil local
—en primer lugar, los pueblos indígenas— y ha contado con el
asesoramiento de una ONG y una universidad francesas. Más
información:
http://www.france-libertes.org/Creation-de-l-Indicateur-de-bien.html
(4) Más información en
http://movimientotransicion.pbworks.com
(5) Más información:
http://jno.hu/en/?&menu=intro
(6) Más información:
http://www.klimabuendnis.org/
(7) La Great Initiative Transition
propone de hecho una triple dinámica “Desde abajo: las
responsabilidades deberán desplazarse hacia los niveles locales
dentro del espíritu de subsidiariedad y participación. Desde
arriba: las crecientes necesidades de gobernabilidad global
desplazarán una parte mayor de la toma de decisiones al contexto
internacional. Desde los lados, los negocios y la sociedad civil se
convertirán en socios más activos de la gobernabilidad.” (Raskin
et al. (2002): La Gran Transición: la promesa y la atracción
del futuro, Instituto Ambiental de Estocolmo, p54).
(8) Incluso existe una campaña mundial para una
Asamblea Parlamentaria en la ONU:
http://es.unpacampaign.org/about/index.php
(9) Por ejemplo, los premios Nobel de economía
del 2011 recomiendan que, para superar la crisis, Europa se dote de
un presupuesto federal al igual que lo hizo Estados Unidos tras su
independencia en 1776. Fuente:
http://www.lemonde.fr/economie/article/2011/10/10/resoudre-la-crise-de-la-dette-un-jeu-d-enfant-pour-les-nobel-d-economie_1585401_3234.html
(10) Llamo colapso a un escenario de futuro donde
los conflictos y las crisis entran en una espiral descontrolada y las
instituciones se desploman.
1 comentarios:
La atención a los recursos que consumimos, y de los que podemos disponer sin comprometer su renovación, la clave de una actividad económica sostenible, está en relación con el cambio radical de modelo económico. Un modelo presente desde los inicios del capitalismo, y de la Revolución Industrial, basado en la acumulación acelerada de excedentes en unos pocos, es por naturaleza depredador de los recursos naturales y sociales. para mantener su crecimiento ha de destruir recursos, y destruir sociedades. Ha de romperse esa trampa. En la historia, véase el libro "Colapso" de J.. Diamond, han existido formaciones sociales que ha cavado su tumba por el agotamiento de recursos. La ntra es una de ellas.
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