CARTA ABIERTA A LOS MILITANTES SOCIALISTAS DE BASE







Queridos compañeros y compañeras:

Nosotros, militantes que nunca somos candidatos, ni delegados, ni siquiera invitados a los congresos del PSOE; nosotros que no vamos en listas electorales, ni sabemos qué es un nombramiento y que nuestra militancia se circunscribe a repartir propaganda; nosotros estamos en todos los mantras y agnósticas jaculatorias de aquellos que en los cónclaves batallan por espacios de poder que, por cierto, tan lejanos nos resultan. Porque ese debate de ideas que siempre acaba sin ideas que debatir nos produce el pálpito de que no puede pensar en términos de recuperación de una existencia plena quien estima que también la muerte es un camino. Asistimos siempre a una lucha por el poder en que lo contrincantes son colaboradores necesarios los unos de los otros; es lo que los anglosajones llaman blurring in complexity, introducir complejidad, en un intento morboso de que los agentes de la política anterior y de la orientación orgánica que la sostuvo protagonicen ahora y encaucen la voluntad de cambio manifestada por nosotros, la militancia, en un ejercicio fantasmagórico de rentabilizar el descontento sobre ellos mismos.
Los que propiciaron que el partido socialista pasara de ser un proyecto a una situación, quieren que la situación no cambie porque el proyecto no les importa ya que nunca lo han tenido. Pretenden que las responsabilidades individuales sean colectivas y que la voluntad colectiva se singularice en ellos para seguir gobernando un destino que es probable que ya no les corresponda. Es un ejercicio de partenogénesis política en la cual el aparato se reproduce a sí mismo. Y en estas circunstancias lo que menos le conviene al partido socialista es convertirse en una organización esclerotizada y resistente al cambio. Decía Octavio Paz que las masas humanas más peligrosas son aquellas en cuyas venas ha sido inyectado el veneno del miedo... del miedo al cambio. No hay tiempo para persistir en la banalización de la política porque desgraciadamente ese tiempo no está vacío: lo pagan muy caro los más débiles, que sufren los costes de un sistema económico cruel y deshumanizado.
Pocas aseveraciones pueden llevar a la melancolía y la desesperación como la que realizó François Furet cuando concluía que estamos condenados a vivir en el mundo que vivimos. Negar la capacidad de la política como instrumento de transformación de la sociedad a cambio de un funcionamiento correcto de una realidad injusta, supone la limitación onerosa del acto político en ese intento perverso de llevar la política a los ámbitos conceptuales de “que las cosas funcionen.” Se ignora que el verdadero acto político no es simplemente que cualquier cosa funcione en el contexto de unas relaciones injustas sino precisamente aquello que modifica el contexto que determina el funcionamiento de las cosas. Sólo la izquierda promueve un cambio real, el que concibe la política como instrumento de transformación, de impulso cívico encargado de abrir caminos hacia una sociedad más justa, libre y solidaria. Por ello, es imprescindible la soberanía de la política, el valor del cambio, la irrenunciable primacía de los principios; caminos que el socialismo no puede abandonar sin dejar de serlo. Y el cambio debe empezar por el mismo partido socialista.
En el ámbito de la crisis global que estamos viviendo; mientras el capitalismo trata de restaurar su musculatura empobreciendo a capas más amplias de la sociedad; mientras una contrarrevolución sin escrúpulos amenaza las conquistas políticas y sociales de los dos últimos siglos; en el desorden de un marco geopolítico que hace saltar todas sus costuras; en el horizonte de un colapso energético, ecológico y antropológico sin precedentes; en medio de esta crisis sistémica, ¿qué significa ser de izquierdas? La manifiesta desafección de las mayorías sociales de progreso al partido socialista, en un contexto en el que lo que está en crisis son las recetas neoliberales; el amplio mandato otorgado por las urnas a la derecha para que actúe sin complejos en contra de los intereses de amplios sectores de la ciudadanía, supone la necesidad de abrir un espacio de reflexión en el contexto de la izquierda para sobresanar la crisis que padece de posición y de función dentro de la sociedad española.
El socialismo ha pasado de ser un proyecto para transformarse en una situación y las situaciones son cambiantes cuando se actúa en el vacío, cuando se corre el peligro de transformarse en el joven Werther, el personaje de Goethe, cuya tragedia fue la de no encontrar un camino cuando su propia historia le puso ante lo imposible. Es el momento de fijar la ideología como la pulpa nutritiva de un proyecto transformador fundamentado en la acción política y no en la gestión burocrática; la izquierda, como consecuencia, debe reconocer el carácter antagónico de la vida social y aceptar, por tanto, la necesidad de tomar partido ante la presunta neutralidad tecnocrática de la gestión eficiente de una realidad injusta. Es necesario, asimismo, la oxigenación de la vida partidaria ensanchando la democracia interna que propicie el debate de ideas y la participación. Otra cosa no puede sino significar un continuismo estéril que perpetuaría un camino que ya sabemos que no conduce a ningún lado. No hay contradicción más flagrante en un partido de izquierdas, y, sin embargo, tan habitual, que la incapacidad de renovación, la pérdida de esa capilaridad que supone la apertura permanente a la movilidad de personas e ideas. Quizás porque las ideas ya no actúan como principios que estén presentes en la realidad asegurando la armonía y la coherencia del todo, configurando una racionalidad amplia y sistemática.
Por ello, ocurre que cuando una estructura se esclerotiza por un sistema de poder determinado que constriñe la posibilidad de renovación de abajo a arriba, acaba perdiendo el sentido de su propia función. El propio Max Weber se dio cuenta de que el desarrollo político alemán anterior a la irrupción nazi se basaba en el “legado” de Bismarck, que era sobre todo, el de una burocracia muy fuerte y no alterada, en contradicción, incluso ideológica, con el orden institucional liberal. Algo así como el drama de Aquiles, inventor del cálculo infinitesimal para no alcanzar nunca a la tortuga. El poder orgánico se aísla para no ser vulnerable y después se sorprende de que su debilidad esté en intentar construir artificialmente una realidad en la que nadie cree. La patrimonialización del partido es una realidad que no soporta ninguna otra, pues no nace para ser compartida sino todo lo contrario para negar todas aquellas que la impugnan. De esta forma, y fundamentada en una consanguinidad de índole morbosa, es una realidad que sólo obedece a los estímulos de su propia perpetuación. Lejos de todo y de todos sólo es cercana a sí misma.
Devolver el debate al ámbito de las ideas, ampliar la base horizontal de la participación, fundamentar el liderazgo en el ámbito de la capacidad política y no en las redes clientelares, no es algo necesario sino imprescindible. El PSOE vive una grave crisis identitaria que hace que un amplio segmento de la sociedad que se siente de izquierdas no reconozca al partido socialista como una alternativa de izquierdas. La consolidación de una estructura de poder endogámico que derrocha todas las energías en perpetuarse en los puestos de influencia, ha conducido a una organización que actúa en el vacío, alejada de la realidad social y dispuesta en todo momento a contrarrestar cualquier circunstancia atentatoria a su estatus de igual manera que la mantis religiosa inmoviliza a los otros insectos para devorarlos, inyectándoles en las articulaciones un humor anestésico.
Ya hemos visto que mirar para otro lado o pretender que Lampedusa está de moda no dejan de ser unas formas como otras cualesquiera de suicidio. El futuro del socialismo español pasa porque vuelva a ser un proyecto en lugar de una situación ad hoc de intereses irreconocibles desde planteamientos progresistas. Recuperar la capilaridad con la realidad social constituyéndose, desde los principios y la ideología, como un instrumento útil a través de la acción política para satisfacer las demandas de los ciudadanos, es una obligación y una necesidad.


Juan Antonio Molina Gómez
Periodista y escritor


2 comentarios:

Emilio dijo...

Sobre calidad de la democracia y participación querría contribuir planteando lo que nos dice Pérez Yruela acerca de la cisis y la crisis de las democracias....

En el texto “Sociología en tiempos de crisis”, que recoge su discuros de inauguración del curso 2010-2011 del IESA, Perez Yruela propone un modelo de democracia basado, entre otros, en los siguientes puntos:

- ciudadanía activa, participativa y comprometida
- unos políticos que sepan interpretar la voluntad de la ciudadanía a través de la consulta, transparencia y proximidad,
- un ordenamiento jurídico que proteja los derechos de todos y sobre todo de los más débiles

¿Cómo creeis que se ha avanzado en estas cuestiones?. Considerais realmente que la calidad de nuestra democracia es baja?

Acción Politeia dijo...

En el año 2010, Vargas – Machuca, el mismo Pérez Yruela y otros publicaron “Calidad de la democracia en España: una auditoría ciudadana”, con los resultados de un estudio del CIS realizado en 2007. Allí constatan que los españoles consideramos de manera mayoritaria que los que detentan el poder político y económico están por encima de la voluntad de los ciudadanos, de la soberanía popular y, al mismo tiempo, nos damos cuenta de que la sociedad civil española no llega a niveles de participación suficientes para ser un actor relevante en el proceso político. Es decir, los problemas de nuestra democracia se localizan en un circulo vicioso alimentado por un débil funcionamiento de la sociedad civil y por la baja calidad de la representación política.
Una sociedad civil desmotivada por la política en el mejor de los casos, cuando no en abierta confrontación, y un sistema de representación alejado de la ciudadanía, incluidas instituciones del estado y organizaciones políticas partidarias, son los dos ingredientes que determinan la calidad de nuestra democracia. Indudablemente no son mimbres para tejer una suficiente calidad democrática.

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