Desde el pasado 15 de mayo una gran marea democrática, libertaria y tremendamente cívica toma las plazas de muchas ciudades españolas (ya son ciento sesenta), las rebautiza con el nombre Plaza del 15 de Mayo y las convierte en un ágora asamblearia. Las personas allí reunidas culpan a los banqueros y a los políticos de la crisis económica, critican, en numerosas ocasiones con saña, al sistema de la democracia representativa, incluso no reconocen tampoco la capacidad de interlocución social de los sindicatos.
Algunas de ellas son utópicas, las hay también que son simplemente demagógicas, otras coinciden con algunas de las recogidas en los programas electorales de partidos de todo el arco político y, seguramente, las más interesantes son aquellas que proponen la reforma del sistema electoral español para hacerlo menos favorecedor de las mayorías parlamentarias, evitar así el bipartidismo que se va instalando en la vida política española y permitir que los partidos minoritarios puedan enriquecer el debate político y hacerlo más libre.
Sí, más libre, se argumenta, porque se acusa a los grandes partidos de la derecha liberal y de la socialdemocracia al menos de sojuzgamiento a los poderes financieros, cuando no de abierta connivencia con el capital internacional.
Mucho ha sido el eco que ha dejado en el mundo entero este movimiento que ya ha sido bautizado como 15M y comparado con el Mayo del 68 francés y con las revueltas contra las dictaduras norteafricanas. Como se puede ver algunas comparaciones son algo mucho peor que simplistas.
Distintas han sido las interpretaciones sobre su origen e intencionalidad y distintas también las reacciones de los partidos políticos españoles en plena campaña electoral para los comicios municipales y regionales.
Parece que hay un fuerte componente ideológico de la izquierda libertaria en sus filas. “Creemos en la autogestión, la solidaridad y el apoyo mutuo, nos relacionamos horizontalmente, sin autoridad y con pocas recomendaciones”. Esta declaración, que se podía leer en la asamblea permanente convocada en la “Plaza 15M” de Sevilla, recoge de una manera tan sucinta como certera los valores anarquistas de todos los tiempos.
Parece también que el movimiento 15M ha contribuido, en mayor o menor medida, al descenso electoral del el Partido Socialista Obrero Español, que ya enfrentaba estos comicios con el desgaste del ejercicio del gobierno en estos tiempos de crisis.
Pero también es cierto que la derecha española ha perdido el protagonismo que venía ostentando al capitalizar de una manera demagógica todo el descontento social generado por la crisis económica financiera que nos azota a todos en estos momentos.
Lo que no ofrece duda es el aire vital y saludable que para la democracia española supone que la ciudadanía hable, debata, critique, acuse y proponga sobre la propia vida política de esta manera: tomando las plazas públicas, dotándolas del sentido ciudadano más genuino, saliendo del adormecimiento consumista al que nos tienen encadenados eso que llamamos los mercados y reivindicando, es cierto que a veces con rabia mal disimulada, pero también lo es que siempre con fiesta cívica, la libertad y el gobierno del pueblo.
No deja de ser paradójico y desmedido que, a corto plazo, sufra los efectos de esta indignación democrática uno de los gobiernos más progresistas que ha tenido España en toda su historia.
Y no deja de serlo porque hay quién asevera que este movimiento detonó a partir del llamamiento a la indignación de Stéphane Hessel, un viejo miembro de la resistencia francesa, publicado originariamente en francés: “Indignez-vous!” y cuya versión española: “Indignaos” ha recorrido la red como la pólvora. Todos los valores expresados en este llamamiento son los defendidos por la izquierda progresista y parlamentaria de todo el mundo democrático y por la izquierda española actualmente en el gobierno.
Aunque, quién sabe, es posible que todo se originara mucho antes, en aquel glorioso caos creativo y aquel jolgorio de la democracia directa que nos trajo la poiesis griega.
Yo reconozco que a veces soy griego. Pero también, a veces, me dejo llevar por la utilitas romana y sus consecuencias geniales: el derecho y la república romana que , andando el tiempo y la historia, ayudó al surgir de la democracia representativa.
Sin embargo no siempre soy griego o romano, la mayoría del tiempo soy grecorromano.
Y vivo incrustado en esta contradicción, la arquitectura de la democracia directa frente al urbanismo de la democracia representativa, sin la cual me sería imposible reconocerme a mi mismo como ciudadano dotado de sentido político.
Una contradicción, no me cabe la menor duda, sin cuyo concurso será imposible encontrar y poner en marcha las soluciones democráticas que necesitamos.
Necesitamos la libre concurrencia de todas nuestras fuerzas ciudadanas, nos necesitamos los unos a los otros, necesitamos ser grecorromanos.
Me gustas, democracia...
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