El cambio climático ha refrendado hoy el
posicionamiento político histórico de los partidos verdes: ni a la
izquierda ni a la derecha, delante. ¿Pero quién está delante? Hoy esta
definición tiene más sentido que nunca pues una Tierra habitable, un
clima en el que poder vivir es un derecho humano. No hay, pues, un
ecologismo de izquierdas y otro de derechas. Hay grados de
sostenibilidad o insostenibilidad. Aserto este que se puede representar
gráficamente de la siguiente manera:
Para poder conjugar las necesidades no
solo de todos los individuos sino de todas las generaciones, el primer
mandamiento es el del ‘cuidado’: de la Naturaleza y de las personas. Sin
cuidados no hay acción política posible. Por ello para la ecología los
valores primeros de la acción política son, por este orden, la
fraternidad y la equidad entre generaciones. Su centro es la fraternidad
y desde ella mana el resto de principios que la inspiran. Ante la
pregunta: «¿Hay recursos para todos? «¿Hay bastante para garantizar la
libertad general [y la igualdad] frente al temor y la miseria?», la
ecología no plantea un «dilema entre libertad e igualdad» como hace la
economía (C. Amery), sino que las conecta desde el cuidado y la
justicia. Ello significa que las bases de la autoconciencia individual,
pero también política, han de ser construidas con apoyos distintos de
los meramente económicos.
Diré esto en un lenguaje político más al
uso. No solo hay que pensar en las necesidades de los individuos del
presente, también hay que hacerlo en las de las generaciones futuras. La
acción política, por tanto, ha de tener en cuenta no solo la libertad y
la igualdad de los individuos del presente, sino también las
repercusiones que las decisiones que éstos tomen en ejercicio de su
libertad y en su búsqueda de la felicidad tengan para la libertad e
igualdad de las generaciones futuras. Debe evitarse a toda costa que las
decisiones del presente puedan tener un carácter irreversible para el
futuro. Por ello a los jóvenes se les ha de dar un papel en las
decisiones y en las herramientas para enfrentar la emergencia climática.
Pero estamos a punto de incumplir esta premisa política fundamental.
La hipocresía verde lo invade todo: desde
el ecoescepticismo político del que tenemos ejemplos en programas
políticos como el Compromiso Verde del PP de Andalucía, el capitalismo
verde de Ciudadanos, la modernización ecológica del PSOE, el Pacto Verde
propuesto por la Presidenta de la Comisión Europea que según las
estimaciones de los expertos tiene una “brecha verde” de inversión, es
decir, el dinero que falta frente al que sería necesario para lograr la
transición ecológica, de entre 250.000 y 300.000 millones de euros, los
compromisos insuficientes para descarbonizar la economía que envían
los Gobiernos a la ONU, la declaración de emergencia climática de un
Parlamento Europeo con doble sede –Bruselas y Estrasburgo− que emite
19.000 Tne CO2 anuales; a la sostenibilidad débil que
proponen las fuerzas políticas con propuestas como el Horizonte Verde de
Unidas Podemos, el Acuerdo Verde para una España justicialista de Más
País o el rechazo de Equo a incluir en su programa político el
decrecimiento. Mucho ruido verde.
Pasando por el ecoescepticismo de mercado
del que es ejemplo el intento de las grandes empresas energéticas y
bancos de aguar las reglas de «etiquetado verde» que la Comisión
Europea quiere establecer para identificar las inversiones sostenibles
para el medio ambiente y a la vez patrocinan las cumbres mundiales sobre
el clima y hacen mecenazgo verde.
De cara a la
recesión que se anuncia, para algunas economistas del Partido
Laborista− como Grace Blakely, una de las caras jóvenes más conocidas de
la izquierda en el Reino Unido− o la demócrata estadounidense
Alexandria Ocasio Cortez, la idea de un Green New Deal proporciona
un margen de maniobra potencial pues dicho programa se basa en la
demanda y la inversión, y también en ecologizar la economía a largo
plazo.
Esta idea,
que no es nueva, surgió en 2008 cuando un grupo de economistas se reunió
y propusieron un gran programa de inversión que a la vez hiciera la
economía más sostenible.
Señala
Blakeley que se podía haber respondido de otra manera a la Gran Recesión
mediante la inversión en tecnología verde, transportes, reducción de la
desigualdad. Y haber disminuido su impacto a la vez que se impulsaba la
producción y la productividad a largo plazo. Pero no se hizo. Era una
alternativa a la política neoliberal.
El Green New Deal
es la continuidad de una política del crecimiento perpetuo corregida,
no un proyecto para una nueva política económica, pues no elimina el
sistema de mercantilización ni los motores de expansión. Es
un espacio intermedio entre el ecoescepticismo y la sostenibilidad
débil que no evitará los peores efectos del calentamiento global, pero
que tiñe de verde el capitalismo y concede unos años más a las élites
para la obtención de beneficios. Esas mismas que han tomado la decisión
−y están ejecutando− de romper todos los lazos de solidaridad, ahora más
necesarios que nunca ¿Es esta la receta −cínica o ingenua, no lo se− de
«ganar tiempo», que algunos proponen para hacer frente a la emergencia
climática? Aunque no se que tiempo se puede ganar ante ella.
Por el
contrario, este es el momento de hablar claro y sin tapujos sobre las
opciones para evitar los efectos más adversos del calentamiento global,
pues «si las personas no son plenamente conscientes de lo que está
sucediendo no podrán ejercer presión sobre los líderes. Y sin esa
presión, los líderes políticos no harán nada» (G. Thunberg). Y antes
que el tiempo se agote y el imaginario social se adormezca colonizado
por la ficción de los coches eléctricos y la transición energética como
solución a la emergencia climática y, a la vez, sostener el nivel de
vida y prometer el aumento de las oportunidades de empleo. Pero el
incremento verde del PIB no es la receta mágica, conlleva la dificultad
añadida que este incremento supondría para la reducción de emisiones de
CO2.
Para afrontar la emergencia climática las
economías desarrolladas incluidas en el Anexo I del Protocolo de Kioto
deberían recortar sus emisiones de CO2 entre el 8−10% anual.
Este recorte es posible hacerlo de manera equitativa, como se demostró
en Cuba en la década de 1990. Pero el espacio político de la
sostenibilidad fuerte: decir la verdad, decrecimiento de los sectores
sucios y sustitución por sectores limpios con «medidas de reducción de
la demanda», transición ecológica justa, reruralización del territorio y
renaturalización, sigue sin ser políticamente ocupado. Da pavor. El
dilema entre lo que debe hacerse y lo que puede hacerse sin perder
dinero, votos o poder, mantiene atrapadas a instituciones y políticos.
Nadie se hace preguntas: ¿transición dentro o fuera del capitalismo?,
¿austeridad o mantenimiento del modelo?, ¿cómo redistribuir?, ¿limitar
la población? Ni éstas ni otras. Pero el cambio llegará se quiera o no.
Lo queda por saber es a que coste.
Para las élites, sin embargo, este dilema
no existe: ya resolvieron abandonar la idea de un futuro común donde
todos pudiéramos prosperar de igual manera y han decidido para ello
desembarazarse de todos los lazos de solidaridad (B. Latour) ¿Cuantas
vidas deberán perderse para que los líderes mundiales tomen las
decisiones correctas?
Greta Thumberg decía en Madrid que la
esperanza no está dentro de los muros de la COP25 sino en la calle: en
las manifestaciones climáticas, en las asambleas de los barrios, en la
rebelión que se comienza a manifestar, en las respuestas de la gente en
las encuestas que sobre la crisis climática que se publican estos días
durante la COP25 de Madrid: nueve de cada 10 españoles piensa que es
urgente dar un paso adelante y actuar; seis de cada 10 está a favor de
prohibir los coches diesel y de gasolina a partir de 2040, a optar por
energías limpias aunque sean más caras, a comprar productos locales y a
no usar el avión en trayectos cortos; y cinco de cada 10 está dispuesto a
dejar de comer carne. Y tiene razón. Lo demás está vacío.
Pero la actitud de quienes piensan más en
el dinero que en la vida: esos como Jair Bolsonaro, el pirómano de la
selva amazónica; Donald Trump, que hacen chistes sobre el frío que hace
en pleno recalentamiento global; Xi Jinping, el presidente chino, que
aspira a seguir contaminando por el procedimiento de comprar cuotas de
emisión de gases a países tan pobres que ni siquiera se pueden permitir
el lujo de poseer industrias; y tantos otros, hace que me pregunte con
Manuel Arias: «¿hasta qué punto [responderán] nuestras democracias
liberales a los imperativos de la [emergencia climática] que afectan
potencialmente a la supervivencia de los individuos presentes, las
generaciones futuras y del mundo natural»? ¿Hay alguien ahí o tendremos
que elegir entre salvarnos o morir a la fuerza?
Francisco Soler
https://mas.laopiniondemalaga.es/blog/barra-verde/2019/12/10/ni-a-la-izquierda-ni-a-la-derecha-delante/
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