Los migrantes, una
nación sin pueblo, no sólo tienen que huir de otros hombres para
sobrevivir. Con el colapso climático también deben huir del
planeta. Ellos son los migrantes climáticos. Sienten en su cuerpo la
inhospitalidad de la Tierra y además reciben en su rostro la escasa
solidaridad y ausencia de fraternidad de sus nuevos vecinos. La
patria, para aquellos a los que esta palabra todavía dice algo, sólo
significa la imposibilidad de sobrevivir. Son nuda hominum.
Hombres desnudos de estatuto jurídico, sin un régimen legal que los
proteja, no reconocidos por el derecho internacional como refugiados.
Meros seres humanos. ¿Puede llegar a ser usado el colapso climático
como un instrumento biopolítico de control de flujos migratorios y
dominación?
Sujetos políticos
en su país, pero sin estatuto jurídico en su huida, los migrantes
climáticos se han convertido en sujetos de segunda clase. No están
–entre los ciudadanos− pero son retenidos. El resultado de esta
indefinición es la paradójica figura de los «expulsados
retenidos». Meras existencias de frontera. Vidas desnudas ante el
poder soberano de la Naturaleza y del Estado, a la que quedan
reducidos estos seres humanos sin derecho ni ciudadanía. En ellos la
trilogía clásica estado-nación-territorio queda truncada. Pero
desde su abandono y desprotección ellos, los migrantes climáticos,
nos interrogan. Ponen en cuestión nuestro estatuto de ciudadanos de
la Unión Europea, blancos y occidentales, titulares de derechos.
Europa es un punto
neurálgico para las migraciones climáticas que llegan desde África
y Oriente Próximo. Pero para muchas personas será imposible huir.
Sólo quienes gozan de buena salud o posen más recursos podrán
emprender el éxodo, el abandono de todo lo que son y de todo lo que
tienen. Las poblaciones inmovilizadas entretanto habrán de padecer
situaciones humanitarias más graves que quienes emigran. Muchos
serán abandonados a su suerte en zonas semiabandonadas, inhóspitas,
sin la protección del estado y en contextos angustiosos. Es
necesario preguntarse, por ello, si cuando el colapso climático se
haga más profundo, estas regiones pueden llegar a convertirse en
«espacios de excepción» donde todo sea posible, a modo de modernos
campos de concentración. Sin alambres de púas, barreras, rejas,
sólo con barreras climáticas.
Pero las migraciones
climáticas no son un patrimonio exclusivo de los países pobres.
Habrá también desplazamientos climáticos masivos en el interior de
los países ricos. Dentro de la propia Unión Europea. Y en el
interior de los países que la integran: Almería y Murcia comenzarán
a despoblarse a partir de 2040, debido a la sequía y al aumento de
la temperatura. Y también los habrá desde los países ricos hacia
los países pobres: desde EE.UU. hacia México, como prevé el
gobierno de este país.
¿Cuáles son
entonces los derechos de los migrantes climáticos? ¿Quién será
responsable del bienestar económico y de la nueva ubicación de las
masas de desplazados en un planeta más caliente, que hoy hace huir a
25 millones de personas, que se espera se incrementen hasta los 250
millones en 2050 y que sean 1.200 millones en 2080, según la ONU y
ACNUR? ¿Quién garantizará los derechos de quienes queden
inmovilizados en sus lugares de origen?
Hasta ahora estas
preguntas se han respondido desde el puro azar de haber nacido en uno
u otro lugar. Nacimiento significa nacionalidad, ciudadanía,
derechos. Los «derechos son atribuidos al hombre en cuanto soporte
del ciudadano» de un Estado-nación. El migrante climático –al
igual que todo refugiado− rompe esa unidad. La inclusión
diferenciada de nacionales y de migrantes −a los que se reconocen
derechos civiles y sociales básicos, pero no derechos políticos−,
es hoy una concepción obsoleta de la ciudadanía. La dinámica
planetaria de la crisis climática no conoce contextos de interacción
enmarcados dentro de las fronteras y la exclusión de los migrantes
–también los llamados climáticos− es incompatible con la igual
relevancia moral de todos los seres humanos. Esta dinámica deja al
desnudo la política migratoria de la UE: insolidaria y con un alto
coste económico y moral, al desplazar a terceros países las masas
de desplazados para contener a los migrantes en las fronteras de esos
países, a cambio de elevadas cantidades de dinero −caso de Turquía
o Marruecos−. Con ellos se desplaza de modo figurado la emisión de
emisiones de CO2 realizadas durante más de 150 años por sus
miembros y el resto de países de industrialización temprana. No
querer ver una realidad ayuda a no ver otras.
El colapso climático
y los desplazamientos humanos masivos han colocado sobre la mesa la
necesidad de una nueva concepción de la ciudadanía y el debate
fronteras abiertas/fronteras cerradas. Constata este evento la
necesidad de desplegar políticas de protección, no de seguridad.
Habrá que establecer, por tanto, un nuevo marco conceptual que
defina el estatuto de quienes huyen, de quienes quieren huir y no
pueden y de quienes no huyen. G. Agamben nos muestra cual
puede ser el camino: el abandono de los conceptos fundamentales que
representan los sujetos de lo político −el hombre, el ciudadano y
sus derechos, el pueblo soberano, el trabajador− y la
reconstrucción de la arquitectura
política desde la figura del
refugiado: «el concepto guía ya no sería el ius del
ciudadano, sino el
refugium del
individuo», como paradigma de un nueva conciencia histórica.
El refugiado se muestra en esta tarea como una categoría
ético-política que delimita las otras categorías clásicas que han
servido para validar las estructuras e instituciones en que nos
movemos. «En cuanto habitante externo de un orden que no le reconoce
como ciudadano pleno, contiene la potencialidad ética y política
para cuestionar ese orden.»
El colapso climático
plantea la paradoja que el planeta
es nuestro único refugio, al tiempo que más partes del mismo
dejan de serlo cada día. Esto convierte a las ciudades, cada vez
más, en espacios de refugio, no sólo para los que huyen, también
para para quienes no huyen. Significa esto que todos
debemos aprender a reconocer
el refugiado que somos, aunque estemos inmóviles.
Francisco Soler
http://www.eldiario.es/andalucia/NovusOrbis/Migraciones-cambio-climatico_6_683541643.html
http://www.eldiario.es/andalucia/NovusOrbis/Migraciones-cambio-climatico_6_683541643.html
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