Y os preguntaréis, ¿qué es una
germanista? ¿Una especialista en historia alemana? Podría ser. En
este caso son lenguas germánicas. Podría haber dicho 'lingüista' o
'indoeuropeísta' que todavía es más rimbombante. Pero da igual,
porque el título es un camelo. Lo he puesto porque si pongo lo que
quise poner en principio, 'tribulaciones de una madre en apuros',
nadie, incluida yo misma, querría leerme. Ergo araño puntos como
posible comunicadora de interés si me presento con mi identidad
profesional. Cuando lo que realmente quiero contar es la
imposibilidad de separar ambas identidades y al mismo tiempo la
necesidad de hacerlo.
Empiezo otra vez: ¿qué coño
germanista? ¡Madre! Claro, madres hay muchas, germanistas, menos.
¿De ahí el gancho? ¿Sólo de ahí?
Hete aquí que me hallo preparando la
próxima sesión de un máster en el que participo, cuando la mente
se me va, como tantas veces... ¡Mentira! auto-flagelación. No es
que la mente se me vaya: se me la llevan. La mente y el cuerpo. A mí
la mente se me concentra estupendamente. Lo que pasa en que
constantemente he de cambiar el objeto de concentración: de la
paradoja de Sturtevant a la varita mágica de Gryffindor; de los
Neogramáticos a mamá quiero un té roibos. Y dame 5 euros que voy a
un cumple. ¿Y tú, qué haces con el minecraft desde las 10? Vuelvo
a Peirce y el icono, no por mucho tiempo. Y de tanto vaivén, se me
seca el seso y pienso en mi amigo Javi, su blog, y la política. Algo
tendrá la política, cuando tanta gente se interesa por ella.
De momento, no sé dónde se pueden
alojar las reflexiones a las que tanto tiempo por fuerza he dedicado
desde 2002. Así que aquí las meto.
Sigo
con la separación de identidades. Leo a Amartya Sen (Identity
and Violence)
mientras estoy en el baño (en la taza, vamos; no me baño desde no
sé cuándo). Las personas, incide él, no tenemos una sola
identidad, sino muchas: nos podemos definir por nuestra nacionalidad,
género, ideología política, actitud hacia el medio ambiente,
religión, y demás. Realzar sólo una de esas identidades ... Bueno,
ya me han interrumpido. Comida, preparar las condiciones para que mi
hijo y nuestro anfitrión se pongan a hacer problemas matemáticos.
Realzar sólo una de esas identidades, ver al otro no como esa
amalgama de afiliaciones, sino como representante de una sola, y por
tanto nuestro enemigo en caso de centrarnos en una en la que seamos
opuestos, genera violencia: el oeste contra el este, cristianismo
contra mahometanismo. Hasta ahí, bien. ¿Qué ocurre con nuestra
identidad como madres? Pues que es absorbente. Que lo traspasa todo.
Que ocupa horas y horas, todas las horas, durante años. Que no
puedes dejar de ejercerla porque el bienestar de tus hijos depende de
ella. Está por encima de cualquier otro rol. Incluso de tu rol
profesional, ese que está sancionado socialmente, ese que es
irresponsable descuidar, ese que tiene tanto caché, que te da dinero
para vivir, y hasta te encanta. Y sin embargo, debes descuidarlo, a
veces a tu pesar, si quieres cuidar de esos cuyo bienestar está
fundamentalmente en tu mano (y la de su padre), cuyo infortunio cae
sobre tu exclusiva competencia y conciencia, de manera que no te
puedes permitir ni por un momento no pensar en ell@s, aunque sea con
el cerebro reptiliano (probablemente con ese cerebro, más que con el
neocórtex), porque las consecuencias, de ser malas, no te dejarían
vivir con tranquilidad. Eso de no poderse mirar al espejo. Prefieres
no dormir ahora, cuidándolos, que jugarte el sueño venidero por un
descuido, un momento de holganza. Y por supuesto, te sale más barato
constreñir tu dedicación profesional a lo imprescindible, que poner
en peligro la alimentación o la vida escolar o social o la salud de
esos que dependen de tí, casi exclusivamente de tí. Había puesto
'prefieres' en vez de 'te sale más barato', pero preferir, lo que es
preferir, yo prefiero estar sentada con mis libros, y mis
trabajillos.
Y aquí está
la primera parte de la paradoja: no tenemos una sola afiliación,
argumenta convincentemente Amartya Sen, pero en cuanto a la
maternidad, esa es otra cosa. Lo engloba todo. Se superpone a todo.
No la podemos separar de nuestro rol profesional. De ninguno de los
otros roles. Cuando tenemos hijos, no podemos ser sólo
profesionales, ni sólo disfrutonas discotequeras fiesteras viciosas,
amigueras viajeras meditadoras jardineras agitadoras. Ni todo eso
junto, sin ser madres. Aunque en muchas ocasiones sí somos sólo
madres: el omnirrol.
Dejo para otra ocasión la segunda
parte de la paradoja: a pesar de que como hemos visto es imposible,
es necesario separar y atender nuestra identidad de madres y de
profesionales (u otras). Y pongo algunas palabras clave: psicología,
comunicación no-violenta, Marshall Rosenberg, madre-loba: mis hij@s
antes que otras, el mundo y yo o el mundo y nosotros – nuestra
familia, me refiero (y aquí se ve a un mafioso pasándose el pulgar
por la mejilla o el gaznate). El gen egoísta de Dawkins: ¡Ja!
Y aquí termino por hoy.
Hotaru
2 comentarios:
Tan aguda como siempre
Magnífico!
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