El profesor Juan José Linz Storch de Gracia ha fallecido en New
Haven (Estados Unidos), donde vivió buena parte de su vida enseñando
e investigando en la universidad de Yale. Deja tras de sí una obra
ingente que, en su mayor parte, tenía como telón de fondo el caso
de España, o de las varias Españas: la transición, los conflictos
lingüísticos, la Segunda República, el fascismo, el régimen
autoritario, las identidades colectivas, las elites políticas, el
nacionalismo, la democracia. El público tiene la oportunidad de
conocer su obra en castellano gracias al esfuerzo compilador de José
Ramón Montero y Jeff Miley que han reunido una selección de sus
trabajos en siete volúmenes publicados por el Centro de Estudios
Políticos y Constitucionales. Es el mejor tributo intelectual que se
le ha podido hacer. Él mismo y su esposa y compañera de vida, Rocío
Terán, revisaron línea a línea las traducciones y las
actualizaron. Su obra es un regalo intelectual de primer orden que
muchos mandatarios, aspirantes a político, intelectuales, profesores
y estudiantes deberían conocer. Quizá les aportaría luz en su
cometido público.
Juan Linz era el académico español más internacional, el más
citado y, muy probablemente, el más relevante. Sus alumnos fueron
legión y se repartían por los cinco continentes y por varias
generaciones. Su obra es conocida, pero quizá lo son menos algunos
aspectos de su personalidad que sólo los amigos conocen.
Linz era un espíritu curioso e inquieto. Su libido sciendi le
condujo a viajar incansablemente por decenas de países, lo que le
permitió atesorar (además de una curiosa colección de figuras de
elefantes) conocimientos de primera mano sobre la realidad de
sociedades lejanas y culturalmente distantes. Esos viajes y su vasta
cultura convirtieron sus clases en una ventana desde la que sus
alumnos miraban al mundo, conocían mejor otras religiones, otros
regímenes, otras tradiciones, generalmente para terminar
comparándolas con España. Su cultura preferida era la India, sobre
la que escribió un magnífico libro con Al Stepan, su alter ego
intelectual, que debía haber sido una comparación con España:
sociedades multilingües, plurinacionales, con tensiones
territoriales que, pensaba, sin embargo, se las apañan para vivir
políticamente juntos. No pudo ser la comparación, y bien que le
pesó.
Juan era humilde, como sólo los grandes saben serlo. Jamás se dio
importancia. No era raro oírle decir “bueno, yo tengo aquí un par
de ideicas…” y luego se sacaba de la chistera la explicación a
una paradoja en la que podías haber trabajado sin éxito varios
meses. Siempre le gustó reconocer el trabajo de los demás. Muy
difícilmente se encontrará a alguien que le oyera despreciar el
trabajo de un colega o de un discípulo. Esa grandeza le hizo ser una
referencia para muchos estudiantes y profesores que buscaban su
consejo y orientación. ¿Hay mejor reconocimiento en vida para un
académico? Siempre lo tuvieron, sin importar ni su ideología ni su
procedencia.
Así, su casa de Handem fue centro de peregrinación y encuentro para
multitud de académicos y también de personalidades de todo color
político. Y esto era posible por su eclecticismo intelectual y su
capacidad de ponerse en la piel del otro para entender sus
comportamientos y poderlos explicar. Lo heredó de la lectura atenta
de Weber y de la asimilación de su verstehen. Weber, o el tío Max,
como le llamaba Rocío, fue fuente de ideas y punto de partida de
muchas de sus investigaciones. Fue uno de los gigantes a cuyos
hombros se subió para ver más lejos y para ayudarnos a otros a ir
más allá. Como él, fue generoso y paciente con sus colegas y
alumnos, y recogió los frutos. Casi cien tesis doctorales dirigidas
a estudiantes que, después, fueron académicos punteros, políticos
relevantes, asesores notorios, y que tuvieron en Linz una referencia
intelectual y de vida ejemplar. La penúltima, sobre las monarquías.
La última sobre el País Vasco que casi ve terminada. Su capacidad
de trabajo iba mucho más allá de las largas noches ocupadas con
colegas y alumnos: días antes de morir revisaba en el hospital con
Al Stepan y Juli Minoves un artículo sobre las monarquías en el que
trabajaban, incluso ya con dificultades respiratorias. La
preocupación por el trabajo responsable y bien hecho fue lo que con
más nitidez traspasó a muchos de sus estudiantes.
Supo, además, inculcar su pasión por la ópera y por el arte como
sólo pueden transmitirla quienes sienten genuinamente placer
estético ante la obra bien hecha. Ir con él a un museo era, además
de agotador, una delicia para el intelecto. Le gustaba perderse por
las galerías del Metropolitan o quedar con Rocío en la de los
impresionistas o la de la India tras sus clases en Columbia para
luego ir a comer probablemente a un tailandés o coreano. EL japonés
de Handem le chiflaba. La comida India, una de sus favoritas, las
solía reservar para celebrar la publicación de alguno de sus
trabajos.
Se nos ha ido uno de los últimos científicos sociales que ni creía
ni practicaba el “disciplinarismo”. No se sentía cómodo
encajado en la sociología o la ciencia política. Ambas las manejaba
con solvencia reconocida y en ambas cosechó multitud de premios y
galardones; los historiadores lo tenían como uno de los suyos, su
formación inicial fue en derecho y disfrutaba dialogando con colegas
de otras áreas. Desbordó los límites disciplinarios miopes y
estrechos a los que algunos quieren todavía constreñir el
conocimiento. Siguiendo la estela de Weber (y de Simmel y de otros de
sus héroes intelectuales) se convirtió en un precursor de la
transdisciplinariedad, término que le hacía sonreír.
Juan Linz, catedrático de sociología y ciencia política de Yale
University, doctor honoris causa por siete universidades, premio
Príncipe de Asturias y premio Johan Skytte, falleció en el Yale-New
Haven Hospital el uno de octubre de 2013 a la edad de 87 años. Buen
viaje, profesor. Buen viaje, amigo.
Xavier Coller Porta
Xavier Coller es catedrático de Sociología en la Universidad Pablo Olavide de Sevilla
y leyó su tesis con Juan Linz en la Universidad de Yale.
Xavier Coller es catedrático de Sociología en la Universidad Pablo Olavide de Sevilla
y leyó su tesis con Juan Linz en la Universidad de Yale.
0 comentarios:
Publicar un comentario