EL SILENCIO DE ELLOS

 

Fui a ver ‘El silencio de otros’ con mi familia. Mi padre en especial tuvo una infancia novelesca debido a la posguerra. Cuando salimos de la peli, ‘Papá, ¿qué te ha parecido? ¿Te ha gustado?’. ‘Me ha movido demasiado. Preferiría no haberla visto. De hecho, si hubiera sabido cómo es, no habría venido’.

Yo había puesto alguna esperanza en la película como detonante para una catarsis compartida. Había puesto empeño en que la viéramos juntxs lxs de la familia. Pensé que podríamos conjurar infortunios pasados. Brevemente, mi padre nació en la cárcel (no literalmente; a mi abuela, que estaba en la cárcel, la sacaron para dar a luz, y la volvieron a meter una vez vacía). A los cinco años volvió a ver su madre y dos años después a su padre. Lo peor fue, dice, que enseguida esos extraños le plantaron dos hermanos de los que él tenía que cuidar al salir el cole. Vivían en un pueblo de la Manchuela. Su padre, mi abuelo, iba para abogado (mejor pluscuamperfecto: había ido), pero volvió de la cárcel inhabilitado y por supuesto vencido. Callado. Se dedicaron a labrar el mini-/ mediofundio propio de esa parte de la península, a cargar, comer y callar.

La familia no se tuvo que exiliar, ni que enterrar a nadie. No tenían muertos sobre los que auparse ni público al que embelesar con sus desventuras. No había público. Todxs en el pueblo sabían todo. Y lo único posible era callar. Me dijo mi padre que no se hablaba nunca de política en el pueblo, que lo único que él sabía entonces era que él era de izquierdas. ‘¿Por qué?’. ‘Pues porque mi familia era de izquierdas’. ‘Ah! Entonces se hablaba de eso en familia’. ‘Noooo, ¡qué va!’. ‘Entonces cómo lo sabías’. ‘Pues hija está claro, mi padre y mi madre habían estado en la cárcel’. Nada más. Lo novelesco se acabó en cuanto volvieron de la cárcel. Después, borrón y cuenta nueva, desde cero absoluto (-273 grados, creo recordar).

Hoy, mientras leo lo que mi abuelo escribió sobre Miguel Hernández cuando estuvieron juntos en el frente (‘Perdonabas con tu sonrisa nuestra estridencia. Y tu perdón era una fuerte soldadura para nuestra amistad’), escucho el silencio incesante de mi padre contando sus hazañas en la mili en Sidi Ifni y al volante del camión. No quiere, no puede, oír el silencio de otros.




Hotaru
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