Los servicios ambientales están
en la UCI. La huella ecológica de cada español en 2015 era, según
el Ministerio de Medio Ambiente, de 6,4 hectáreas de territorio. Eso
significa que harían falta tres Españas para mantener el actual
nivel de consumo. Un análisis por provincias, pone de manifiesto que
la mayoría presenta un déficit ambiental severo, deuda que se
acentúa en Barcelona, Madrid, Guipúzcoa y Vizcaya, que necesitan
más de diez veces su territorio para mantener el actual nivel de
consumo. ¿Cuánto valen los servicios que la naturaleza presta?
Entorno estable, aire puro, agua
limpia, tierra fértil, que eran servicios prestados por el planeta
gratuitamente, ahora han de ser sostenidos por políticas
ambientales, que tienen un coste económico, a fin de evitar su
colapso. Hemos pasado de una naturaleza benefactora, a otra que se ha
rebelado poniendo precio a sus servicios. Respondiendo a la pregunta
que hacía en el párrafo anterior, puede decirse que valen la vida
en el planeta.
El primer aviso de la
insostenibilidad del crecimiento económico ilimitado, se produjo en
los años 70 del siglo pasado. Fue con motivo de la publicación del
informe sobre los límites del crecimiento en 1972. Después vino la
primera crisis del petróleo en 1973. Y en 1974 se produjo el
descubrimiento del agujero de la capa de ozono. Pero no hicimos caso
de ellos. Esta desobediencia se constata con la elección de los
presidentes o primeros ministros neoliberales: Valéry Giscard
d’Estain en Francia; Margaret Thatcher en el Reino Unido; y Ronald
Reagan en Estados Unidos. Por nuestra rebeldía, vivimos, hoy, en la
época del cambio climático.
Las
políticas ambientales son políticas de supervivencia y de bienestar
al
tiempo que de equidad. Evitar
el colapso de
los servicios esenciales para la vida es una política para la gente,
de la misma manera que lo es construir un hospital o una escuela. De
la misma manera que la construcción de esas infraestructuras no está
destinada a favorecer el sistema sanitario o educativo, las políticas
medioambientales tampoco tienen como destinatario la naturaleza. Sus
destinatarios son, en todos los casos, los ciudadanos: la totalidad o
una parte de ellos. La
existencia de políticas ambientales sólo puede ser explicada en un
contexto en el que los seres humanos no se reconocen en la
naturaleza, no se sienten parte de ella, sino
que viven aislados de la naturaleza, dentro de un vacío de
naturaleza. Hay
que darle, por tanto, la razón a Shakespeare,
cuando decía, en Macbeth,
que «la vida es una historia contada por un idiota».
Los
servicios ambientales, reverso de las políticas ambientales, son
condicionados por el
impacto generado por la demanda humana, sobre los recursos existentes
y la capacidad ecológica del planeta para regenerar sus recursos.
Este impacto se conoce como huella ecológica. Y es la cantidad de
hectáreas de territorio ecológicamente productivo que necesita una
persona para producir los recursos consumidos y absorber los residuos
que genera. Desde la perspectiva de las generaciones futuras, la
huella ecológica, es el déficit o deuda ecológica que le deja la
generación actual.
En
2015, el 13 de agosto, la humanidad ya había gastado todo su
presupuesto ecológico anual. Cada año este día llega más
temprano. ¿En qué día lo gastaremos este año? La huella
de carbono
es la parte más importante de este exceso ecológico global. La
absorción de gases de efecto invernadero, el año pasado, requirió
el 85%
de la biocapacidad del planeta.
Habría hecho falta el doble de los bosques para absorber todo el
carbono que emitió la humanidad a la atmósfera en 2015. Este es el
estado de la cuestión.
Las
políticas ambientales hoy, todavía, son parte de las políticas del
bienestar. Actúan tanto sobre la salud individual, como sobre los
costes del bienestar social, actual y de las generaciones futuras.
Sin embargo, si continua el consumo presente de recursos y emisión
de gases de efecto invernadero, las políticas ambientales se
convertirán en parte de las políticas de seguridad, al ser las
patologías ambientales multiplicadores de la inestabilidad. La
previsión actual es un escenario de mayor impacto ecológico y
social, con mayores pérdidas económicas y mayor riesgo de «recesión
democrática». En este escenario se podría dar un deslizamiento
hacia regímenes autoritarios o disfuncionales, que esgrimiera el
cambio climático como técnica de control social y de persuasión
bajo el pretexto de la necesidad de actuar y la escasez de tiempo.
Con
la legislación vigente, el cambio climático podría servir de
pretexto para declarar el estado de excepción.
Francisco
Soler
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