Los
motivos para abortar se pueden resumir en dos: hay mujeres que no
quieren culminar su embarazo y mujeres que no pueden hacerlo. Las
primeras necesitan una ley que les permita interrumpirlo sin riesgo
para su salud, su dignidad o su libertad; las segundas —salvo
cuando su imposibilidad se deba a problemas de salud— una política
de apoyo a la natalidad que elimine los obstáculos materiales que
les impiden satisfacer sus deseos de maternidad.
La
ley reconoce el derecho de la mujer a interrumpir su embarazo en las
primeras catorce semanas de gestación; una parte del movimiento
feminista consideró insuficiente este plazo, al tiempo que
denunciaba la desaparición del derecho a abortar sin plazo en caso
de grave peligro para la vida o la salud de la embarazada, reconocido
en la ley de 1985.
Que
el Estado nunca haya garantizado el aborto en los centros del Sistema
Público de Salud ha provocado diferencias importantes en las
condiciones de acceso y cobertura a este servicio entre Comunidades
Autónomas. Mientras que en algunas, como Andalucía, los
conciertos con algunas clínicas privadas casi permiten hablar de
aborto libre y gratuito, en otras abundan las mujeres que han
de pagarse la intervención en las clínicas privadas acreditadas.
Hoy
los planes del Gobierno del PP convierten las limitaciones
de la ley de 2010 en algo secundario, porque amenazan el derecho
mismo al aborto. Los hombres por la igualdad debemos apoyar cuantas
iniciativas impulse el movimiento de mujeres para defender la
legalidad vigente, sin dejar por ello de discutir el lugar que
ocupamos y podemos ocupar en esta batalla.
El
derecho al aborto nos concierne a los hombres porque nos plantea
algunos problemas:
De
libertades:
Se trata de defender una conquista democrática que garantiza la
libertad de las mujeres al tiempo que la nuestra, porque la pérdida
de este derecho puede forzar a muchos hombres a asumir paternidades
que ni sus parejas desean, incluso cuando la causa del embarazo sea
un fallo anticonceptivo.
De
responsabilidades:
Los hombres no parimos pero si embarazamos; de hecho somos
responsables o corresponsables de todos los embarazos no
artificiales. Siempre que eyaculamos en la vagina de una mujer fértil
sin usar preservativo o sin tener hecha la vasectomía, asumimos la
posibilidad de provocar un embarazo. Podríamos decir que lo estamos
buscando —aunque no lo deseemos— al delegar en ellas el control
de nuestro futuro.
De
relaciones
sexuales:
El ámbito de las relaciones entre los sexos es el más resistente a
la igualdad. Apenas si se ha cuestionado el modelo masculino
heterosexual que se identifica con el coito vaginal, y la mayoría de
los embarazos no deseados tienen su origen en la resistencia
masculina al uso del condón, porque la educación sexual es una de
las grandes asignaturas pendientes.
De
equidad
de género y respeto a su autonomía:
Las mujeres no necesitan el consentimiento de su pareja para abortar,
pero cuando la gestante requiere la opinión del fecundador, esta
suele ser determinante en la toma de decisión. Anteponer el criterio
del fecundador cuando no existe acuerdo equivaldría a imponérselo a
la embarazada.
Resumiendo:
ir algo más allá de la defensa de los derechos de las mujeres pasa
por usar y promover el uso del condón, cuestionar el predominio de
la penetración, reivindicar una educación sexual igualitaria y
recordar que todo recorte al derecho de las mujeres sobre su
capacidad reproductiva es violencia machista.
José
Ángel Lozoya Gómez,
miembro del Foro y de la Red de Hombres por la Igualdad
miembro del Foro y de la Red de Hombres por la Igualdad
Sevilla,
julio 2014
0 comentarios:
Publicar un comentario