Estas
elecciones al Parlamento Europeo son diferentes por ser las más
trascendentales que hemos conocido hasta el momento. Es un mensaje
objetivamente cierto, pues el Parlamento Europeo tiene hoy más peso
que nunca en el proceso legislativo comunitario, a la vez que se le
presupone, en esta ocasión, mayor capacidad de influencia en el
nombramiento del presidente de la Comisión. Pero también es una
verdad interesadamente amplificada por la Eurocámara,
por la propia Comisión y por algunos partidos con el objetivo de
mejorar los tradicionalmente desastrosos datos de participación en
los comicios europeos y dotarse así de la fuerza moral que da el
tener un respaldo ciudadano digno.
La
principal lógica que siguen es: tiene usted que venir a votar, pues
en esta ocasión la UE tiene más legitimidad democrática, y por lo
tanto representa y defiende mejor sus intereses como ciudadano (en un
momento en el que sus intereses se deciden en Bruselas). La tiene al
votarse un Parlamento, elegido por sufragio universal, cada vez más
poderoso, y al dotarse de un presidente de la Comisión elegido por
los eurodiputados que mayoritariamente han sido votados en las urnas.
Pero
esta lógica es demasiado simplista. Por un lado, Consejo y
Parlamento son dos cámaras legislativas elegidas en ambos casos por
los ciudadanos, en elecciones nacionales y europeas respectivamente.
Por otro, siguiendo en esta línea, no es cierto que ganemos en
legitimidad democrática en lo referido al nombramiento del sucesor
de Barroso, toda vez que hasta ahora el presidente de la Comisión
venía siendo elegido por los jefes de Estado, que insisto, son
políticos votados también por los pueblos europeos.
Por
lo tanto, la originalidad no radica tanto en el modelo de elección
de quienes toman decisiones importantes, sino que el peso de la toma
de decisiones recae en una institución, el Parlamento, más
transparente que el Consejo. Del mismo modo, en esta ocasión, el
propio proceso de elección del presidente de la Comisión es
igualmente más transparente, pues conocemos de antemano, antes de
votar, a los candidatos a presidir la institución, en lugar de
enterarnos del nombre del candidato cuando ya ha sido nombrado, a
puerta cerrada, por los jefes de Estado y Gobierno, que es lo que
ocurría hasta ahora. Pero más allá de eso, hay que tener claro que
el 25 de mayo sabremos cuál es el partido más votado al Parlamento,
pero no resulta tan obvio que ese día sepamos, a ciencia cierta,
quién será el presidente de la Comisión.
Parece
evidente que el Consejo, que no tiene obligación jurídica de elegir
el nombre del candidato del partido más votado de la Eurocámara,
respetará la tendencia ideológica mayoritaria. Pero no hay tanta
seguridad de que vaya a apoyar al candidato que presenta el
Parlamento, en cuyo caso a ambas instituciones no les quedará más
remedio que negociar y presentar alternativas. Sería un duro revés
para el elector europeo, al que se ignorará flagrantemente, pero no
sería la primera vez que se hace Europa para el pueblo pero sin el
pueblo.
Esta
situación, posible aunque no me atrevería a decir que probable, es
más factible si grupo parlamentario más votado no gana por una
amplia mayoría. Si se trata de la Alianza de Socialistas y
Demócratas, y por lo tanto Schulz es el elegido por los ciudadanos
europeos, el respaldo en el Consejo de su socia de coalición, Angela
Merkel, podría ser suficiente. Si ganan los populares europeos por
escaso margen, los conservadores contrarios a Juncker podrían tratar
de poner otro nombre encima de la mesa. Y en todo caso, a la hora de
proponer un nombre al Consejo para su aprobación, ¿respetará
el Parlamento la lista más votada? Imagínense que no, y que el
juego de alianzas parlamentarias diera como resultado que se presente
al Consejo el nombre del revolucionario anti-troika y
anti-austericidio Tsipras, ¿lo
aceptaría el Consejo?
Puesto
en duda que el nuevo proceso de selección del presidente de la
Comisión, conforme a su actual planteamiento, dote claramente de más
legitimidad democrática a la UE, y sin saber a ciencia cierta si
dicho proceso, tal y como lo entiende y lo vende el Parlamento, será
respetado por el Consejo, reflexionemos ahora sobre si es cierto que
un supuesto incremento de la legitimidad democrática de las
instituciones tendría incidencia en un aumento de la participación
ciudadana en las elecciones europeas. En realidad, no hay nada que
pruebe que vaya a ser así, pues la legitimidad democrática
institucional –medida en grado de influencia del Parlamento- ha ido
aumentando desde 1979, a la par que la apatía ciudadana por los
comicios europeos ha caído desde esa fecha.
El
aumento de la abstención no parece responder pues de una manera
clara a la falta de legitimidad democrática institucional. Tampoco
parece tener relación directa con la cantidad de información sobre
la UE que tienen los ciudadanos, pues el acceso a ésta es hoy
infinitamente mayor que en las primeras elecciones europeas, donde la
participación era más alta. Por otro lado, el fenómeno de la
crisis es muy reciente, mientras que la abstención crece
históricamente de manera estable y así seguirá siendo según
muestran las encuestas. Tampoco la secuencia descendente de
participación en los comicios europeos corresponde con la de los
Estados europeos en el nivel nacional o subnacional. ¿A
qué se debe por lo tanto esta apatía ciudadana ante las elecciones
europeas?
Siendo
muchos los factores, un motivo a considerar podría ser que el
potencial votante no ve una relación clara y directa entre lo que
elige y la ideología predominante en el complejo entramado
institucional y las políticas comunitarias que se ejecutan. Siendo
así, la idea de que en esta ocasión el voto valdrá para elegir a
sus representantes no en una sino en dos instituciones podría añadir
un plus de incertidumbre y confusión al votante. Por ejemplo, si
alguien quisiera apoyar a Martin Schulz en su carrera a la
presidencia de la Comisión tendría que votar inexorablemente, sea
de su agrado o no, a la lista de Elena Valenciano. O si alguien
quiere depositar su confianza en el PP, cuya bandera es ser artífice
de la salida de la crisis, debe saber que su voto en principio lleva
acarreado apoyar a Juncker, una de esas personas a las que, sea
cierto o no, se ha acusado de agudizar la crisis española.
Esta
práctica es la habitual en numerosos sistemas nacionales. Para que
Rajoy sea presidente antes hay que votar a diputados nacionales que
te pueden gustar más o menos. Pero a escala europea encontramos
algunos elementos de distorsión y aumento de la complejidad, como
son las desconfianzas nacionales o el desconocimiento generalizado de
los candidatos al parlamento y, sobre todo, a la Comisión, toda vez
que con éste último no existe un efecto de cercanía geográfica.
Es decir, el proceso, que es positivo en sí mismo porque tiende a
sentar las bases de unas futuras elecciones paneuropeas en las que el
ciudadano sabe lo que vota y a quién vota, se ha hecho
paradójicamente en estos primeros momentos más complejo, pudiendo
dificultar al ciudadano poco preparado y formado en cuestiones
europeas el ver la relación directa entre lo que se vota y el efecto
de ese voto.
Sumémosle
en el caso español partidos como UPyD que no aclaran a sus
ciudadanos en qué grupo político del Parlamento entrarán a formar
parte –cuando de ello dependerá buena parte de las decisiones
políticas que tomen-, partidos pequeños que se presentan por
separado pero que compartirán por turno un único escaño en
Estrasburgo, y numerosas formaciones de izquierda jugando una
compleja partida de las alianzas imposible de seguir, y tendremos el
caldo de cultivo perfecto para que el ciudadano vote más por
responsabilidad que por tener verdadera conciencia de para qué sirve
lo que está haciendo.
Chema Cruz
periodista especializado
en temas europeos
@chemacruzr
3 comentarios:
Supongo que la gente está harta, que no cree en las instituciones que silencian los procesos sociales y menoscaban la memoria histórica. Es trágico.
Creo que nos faltan líderes renovados, caras nuevas y, sobre todo, sinceras.
El hambre del pueblo no tiene valor para esas elecciones del circo parlamentario.
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