“La característica principal de la economía es su complejidad. Se trata de un gran mecanismo de relojería con ruedas dentadas relacionadas todas ellas entre sí. Cuando una de ellas se para, el efecto se transmite a todas las demás y destruye la estabilidad de la maquinaria, llegando en algunos casos a parar el reloj”.
Predecir y explicar el funcionamiento de la compleja maquinaria que supone la Economía es un asunto complicado, no en vano todavía no se ponen de acuerdo ni los propios economistas. Esto se debe como decía Galbraith, a que la economía no se adapta a un patrón sencillo y coherente. Una de las definiciones más curiosas es aquella que dice que los economistas son personas que se pasan la mitad de su vida diciendo que va a pasar y la otra mitad explicando por qué no ha pasado.
Con todo lo compleja que puede ser la economía, está basada en algo tan sencillo como son las necesidades humanas. En el fondo somos seres que necesitamos cobijo y alimentos para sobrevivir y perpetuarnos para perdurar como especie. Pues bien, la economía se fundamenta en estos impulsos, el alimento, el cobijo y el vestido.
En la prehistoria, la economía consistía en cazar animales y recolectar frutos. Posteriormente se fueron fabricando utensilios, domesticando los animales, cultivando los campos, y después intercambiando lo que sobraba para adquirir lo que faltaba, dando lugar a uno de los grandes avances de la civilización, el comercio.
Pero antes de que existiesen artículos para intercambiar, había que fabricarlos. Esto ha sido siempre una lucha del hombre contra las fuerzas de la naturaleza, pues las adapta en función de su propio beneficio, de tal forma que se han desviado cauces de rio para regar tierras yermas, se han desplazado montañas para extraer su riqueza minera, todo ello por medio del esfuerzo y del sudor.
La especialización del trabajo, según los historiadores, es uno de los momentos estelares de la humanidad. Aunque en la antigua Grecia ya existían talleres metalúrgicos, la verdadera especialización del trabajo llegó con la Revolución Industrial, durante los siglos XVIII y XIX.
La revolución industrial no sirvió solo para impulsar la división del trabajo sino para introducir otro factor importante, el capital, que según los economistas no es solo el propio dinero, sino todo bien que sirve para producir otro bien. Desde finales del siglo XVIII hasta hoy no ha habido jamás tal proporción de inventos destinados a acumular capital, desde la máquina de vapor hasta el microchip.
Los artífices de tales hazañas son los emprendedores y las empresas. La economía no está compuesta por una empresa sino por millones, igual que tampoco por un consumidor, sino por millones, a partir de aquí poner a todos de acuerdo supone hacer encaje de bolillos.
Este encaje se logra mediante el mercado, que trata de regular las fuerzas de los consumidores, la demanda, y los productores o lo que es lo mismo la oferta. De este tira y afloja surge el índice de necesidades satisfechas, que se llama precio.
El precio de un producto depende de la necesidad de tenerlo, de la abundancia o escasez del mismo y del coste que supone obtenerlo. Aquí es donde se producen las paradojas de la economía. El agua por ejemplo es un bien más necesario que las piedras preciosas, pero debido a su relativa abundancia resulta mucho más barata, pero preguntemos a alguien inmediatamente después de finalizar un maratón que premio prefiere, el agua o el tesoro.
Los gobiernos toman el pulso de la economía haciendo una media de los productos más necesarios para elaborar un índice por todos escuchado, la tasa de inflación. El miedo a que este índice se desboque se debe al efecto dominó que hace sobre toda la maquinaria económica. Un ejemplo, se sucede en todas las últimas guerras vividas, que afectan de lleno al petróleo, el barril multiplica su precio inicial.
El petróleo, que hace 200 años era un producto casi inservible, está hoy presente en todos los órdenes de la vida, gasolina, fibras, pinturas, etc. El ciclo del temor puede ser el siguiente, subir el precio del petróleo supone subir el precio de la gasolina, las empresas de transportes suben sus tarifas con lo que transportar cosas se hace doblemente costoso. Por su parte las empresas que han encargado el transporte de los productos revisarán al alza sus tarifas, o bien recortarán otros costes, como la mano de obra.
Cuando aumenta el desempleo, el Estado destina más recursos a prestaciones sociales y disminuye el consumo al haber menos dinero en manos de los trabajadores, por lo que las empresas no se deshacen de sus mercancías almacenadas. Esto provoca una caída de ahorro, llega menos dinero a los bancos y estos tienen que prestar dinero a un interés más alto, los empresarios tienen menos posibilidades de mejorar pidiendo créditos y en consecuencia se crean menos puestos de trabajo,...
Pero no siempre las causas de la inflación se deben a estos aspectos directos como el petróleo. Otra razón del aumento de los precios es la especulación, uno de los mayores males de la economía. El caso más reciente lo tenemos con la crisis económica actual, que es consecuencia de la euforia financiera descontrolada, y similar a casos anteriores como el de 1.987 en Estados Unidos, donde un grupo de aventureros, por llamarlos de alguna forma, se dedica a comprar las empresas más grandes de Estados Unidos tomando el dinero de miles de ahorradores, a los que prometían intereses elevadísimos. Todo va bien hasta que endeudarse deja de estar de moda y el impero de Wall Street estalla, como una pompa de jabón que ya no puede seguir hinchándose indefinidamente. El efecto se comunica desde las grandes economías a las pequeñas, alcanzando a todas, afecta a todas las piezas de la máquina.
Esta situación que no es nueva y nos suena todos, demuestra la existencia de los ciclos económicos. Surge por tanto, la necesidad de que existan medios de control y esta misión de regular las válvulas de la máquina económica solo puede recaer sobre la Administración.
Sobre el protagonismo del Estado en los procesos económicos se dividen los economistas en dos grupos, los que creen que el Estado nunca debe intervenir y los que creen que el Estado debe intervenir en mayor o menor grado. Aunque esta sea la discusión, es otra historia; Yo estoy en el segundo grupo.
Juan José Maldonado Briegas
2 comentarios:
Me ha encantado el titulo del post Javier.
La verdad es que deberiamos ponernos mas veces las gafas de ninos para entender muchas paradojas de la vida.
Eres un crack y me alegra que tu sabiduria siga viento en popa.
Un rubiales
Saludos, camarada.
Tú sí que eres un fenómeno.
Me alegra saber de tí.
¿Qué tal esas noches de Luna llena?
Salud
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