Ocurrió tras la caída de las Torres Gemelas,
tras el 11M, tras el atentado de Londres, tras los de París, y ahora
tras el de Bruselas. Siempre que ocurre igual, sucede lo mismo. Tras
las imágenes de muerte, de las que algunos hasta llegan a afirman
poseer “las mejores”, nos toca soportar la gran parafernalia
mediática que hace desaparecer de nuestros ojos todo lo demás. A
los análisis típicos y tópicos, les siguen los típicos discursos
llenos de tópicos: que si la unidad frente al terrorismo, que no
lograran destruir nuestros valores, que nosotros acabaremos con esta
lacra, etc., etc.
Como sabemos que no hay mayor ciego que el que no
quiere ver, podemos concluir que los gobiernos europeos están
abarrotados de personajes con carencia voluntaria del sentido de la
vista. Saben que en estas trágicas circunstancias, a su favor juega
la brutalidad inherente a todo atentado, lo que difuminará cualquier
posibilidad de crítica a su actuación. Son conscientes de que para
los occidentales, no valen lo mismo unos muertos que otros, y se
aprovechan de esa percepción. Por eso nadie pensará en sus
responsabilidades como gobernantes occidentales, y así se sienten
libres para dar rienda suelta a sus declaraciones, a garantizarse
horas de programación televisiva, a repetir frases hechas sin
necesidad de aportar ninguna clave, a sentirse políticos sin
necesidad de hacer ningún análisis, sin tener que buscar las causas
ni los porqués.
Los gobernantes occidentales han cometido
verdaderas barbaridades, y no solo el famosos trío de las Azores,
también muchos de los actuales dirigentes siguen cometiéndolas, que
para eso ellos dirigen "países civilizados", frente a
quienes comenten los atentados, que pertenecen a países pobres y
débiles. A esos dirigentes no les duelen igual nuestros muertos que
otros muertos, aunque sepan que todos los muertos son igual de
injustos. Ahora, tras un atentado, saben que lo que más vende son
las palabras vacías, la propaganda política, la charlatanería sin
escrúpulos. Y como no, algunos también se sienten legitimados para
aprovechar el terrorismo como arma arrojadiza en la política
nacional.
El mundo no funciona bien, porque mientras unos
pocos se enriquecen, a otros simultáneamente los estamos condenando
a la muerte y la miseria. Pero para superarlo, a los occidentales nos
basta con cerrar los ojos, con no enterarnos. Incluso algunos hasta
se permiten defender los intereses de los que así se enriquecen,
convencidos de que son los verdaderos creadores del empleo. Después
nos alarmaremos y sorprenderemos con los atentados, con las muestras
y manifestaciones de odio a occidente, olvidándonos de que ellos son
los mismos a los que antes hemos condenado a la muerte y la miseria,.
Nos extrañamos como si pensáramos que aún les queda algo que
perder. Hasta se llegan a utilizar los atentados para justificar que
debe seguir aparcado cualquier intento de un mínimo reparto de la
riqueza en el mundo.
A los europeos, los arboles nos impiden ver el
bosque. ¿Dónde se ha quedado nuestra dignidad? ¿Y nuestra
vergüenza? Aunque solo fuese por prudencia, deberíamos analizar las
causas de los problemas, y no limitarnos a describir solo sus
síntomas. Nos conformamos con manifestar nuestra opinión vacía de
“algo habrá que hacer”, sin preocuparnos de buscar las causas
por las que un país es saqueado. Somos ciudadanos de países ricos,
y ya tenemos suficiente con discutir si quienes huyen de sus guerras,
son refugiados o no pueden tener esa calificación entre nosotros.
Somos superiores, y nos basta con saber su nacionalidad, su religión,
su nivel de formación o su cuenta corriente, para decidir entre
darle la bienvenida o colgarle el cartel de potencial terrorista y
cerrarle las puertas.
Vivimos las consecuencias de que nuestro mundo sea
gobernado no por la política, sino por el poder económico, y
mientras los ciudadanos guardamos el silencio de los cementerios.
Tanto los atentados de Bruselas como los anteriores, como la crisis
de los refugiados, o las guerras silenciosas, son solo consecuencias
de esa realidad. No es que los gobiernos europeos no sepan combatir
los extremismos, de los que conocen sus apoyos, cuales son los países
de entrenamiento, y cuales sus financiadores. Lo cierto es que
existen sencillamente porque a ese poder económico no le interesa su
desaparición. En el siglo XXI, en el que somos capaces de conocer la
trazabilidad (desde su origen a su consumo) de una lechuga que llega
a nuestra mesa, no podemos decir que desconocemos donde se fabrica un
arma, por donde se transporta, quien cobra por su comercialización,
o en que manos acaba siendo utilizada.
Claro, que una vez expuesta esta reflexión, me
pregunto que si la petición de que eso cambie, la hace un español,
un europeo residente del país en el que en la corrupción y en el
enriquecimiento de algunos de sus gobernantes, está la causa de la
pobreza de muchos de sus conciudadanos, y donde a pesar de ello, una
mayoría de población sigue votando a los responsables de esa
situación, solo puede tratarse de alguien que cree en las quimeras.
Una petición colectiva seria diferente, aunque
creo que con igual resultado.
Antonio
González Cabrera.
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