En el
principio creó el capitalismo los cielos y la tierra. La tierra era
algo caótico y vacío, y tinieblas cubrían la superficie del
abismo, mientras el espíritu del capitalismo aleteaba sobre la
superficie de las aguas.
Dijo
el capitalismo: “Haya moneda” y hubo moneda; al principio, como
medida de todas las cosas, pero después pasó a ser medida de las
personas, los sentimientos…: Vio el capitalismo que la moneda
estaba bien, y separó a los civilizados de los salvajes. Llamó el
capitalismo al mercado “día” y al mercadillo “noche”. Y
atardeció y amaneció, el día primero.
El
segundo día creó la ley de la oferta y la demanda: A más demanda,
suben los precios; a menos oferta, también; a más producción, más
centralización; a más complejidad, mando único y disciplina
férrea. Y vio el capitalismo que eso era bueno.
El
tercer día clasificó la demanda en estratos, de manera que unas
pocas personas tuvieran acceso a los mejores bienes, las grandes
decisiones, los asuntos realmente importantes; una gran masa de gente
que trabajase a destajo para ellos a cambio de acceder a las migajas
que caían de su mesa; y otro estrato intermedio, a modo de colchón
entre unos y otros. Y vio el capitalismo que eso era bueno.
El
cuarto día completó el anterior con el axioma: “Privatizar las
ganancias, socializar las pérdidas”; y vio el capitalismo que ésta
era una magnífica idea.
El
quinto día inventó la publicidad: la necesidad de que aumente la
demanda por encima de las necesidades, de manera que se siga
manteniendo las diferencias creadas en el día tercero; en la
convicción de que el mundo es infinito, y que todos los
habitantes de La Tierra serán ricos. Y se convenció el capitalismo
que esta utopía era la adecuada.
El
sexto día el capitalismo inventó a los listos - y por supuesto
avaros – para que pusieran en marcha todo este sistema. Y vio el
capital que no era bueno que los capitalistas estuviesen solos. Y los
alió con los falsos hombres espirituales, a quienes ofrecieron
poder; y le buscaron la sumisión incondicional de los hombres de
armas, entre los que fomentaron el sadomasoquismo; y le inventaron a
los hombres de papeles, leyes, procedimientos… a los que les
dijeron que les darían prebendas si inventaban barreras que
preservaran sus privilegios.
Y vio
el capitalismo que todo aquello era muy bueno.
El
séptimo día el capital no descansó ni a partir de aquel día dejó
descansar a nadie.
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Manolo
Aljarafe
1 comentarios:
He ahí la paradoja del capitalismo. Por una parte le hemos de agradecer la conciencia social que ha provocado, pero por otra nos perjudica debido a que la acumulación de la riqeuza es de unos pocos. La democracia es incompatible con un sistema que no es para todos, la verdad. Aunque me gusta pensar que podemos darle una nueva vuelta de tuerca al capitalismo y hacerlo en un sistema más sostenible e igualatario para todos. Quizás soy algo ingenua en ello, pero creo en el poder del cambio y más aún en el poder de la gente que lo hace posible.
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