Hace unos días, coincidí con antiguos amigos a los que hacía
tiempo les había perdido la pista. Ellos son gente trabajadora, de
origen humilde pero acomodados, y nunca destacaron por apoyos claros
a ninguna ideología. Él conserva su empleo, y ella está en paro
sin subsidio. Quedamos en vernos, tomar una cerveza y conversar sobre
muchas cosas. De política también, porque me conocen. Ella siempre
decía que su partido eran su casa y sus niños.
En
nuestro encuentro surgió la política como habíamos previsto. Tras
mostrarme su decepción con el último mandato del PSOE (afirmaron
que les llevo a cambiar su voto tradicional), me dijeron sentirse
engañados y manipulados por un PP que estaba haciendo exactamente
todo lo contrario de lo que prometió hacer, y del que estaban
convencidos que llevarían a nuestro país a cuotas de pobreza y
desigualdad inimaginables hace poco tiempo.
Hasta
ahí todo parecía previsible. Confesé entenderles, y les pregunte
sobre si veían algún partido político que les generase confianza,
o que pensasen que se preocuparía más por sus problemas, su
respuesta fue tajante: Ninguno.
Han
pasado unos días, y hoy recordando esa conversación, me surge una
reflexión que traslado, no sin cierta preocupación. ¿Cuántos
españoles darían su voto en este momento a ese partido inexistente?
Como socialista, me preocupa lo que pienso: serían muchos. La gente
está tan cabreada con sus circunstancias actuales, con la pérdida
de derechos y con la destrucción del bienestar del que se creían
merecedores, que en todos los casos, su decepción con los partidos
políticos escapa a cualquier intento de recuperación de la
confianza por parte de estas organizaciones, ya sean de izquierda,
derecha, centro, o de más allá.
La
sensación es que los partidos de siempre no tienen soluciones a los
problemas del día a día de cada casa, o al menos así se percibe
por una gran mayoría de personas. Y eso es un peligro, con un coste
incalculable para toda la sociedad, no solo para esos partidos, sino
también para los ciudadanos que hoy no se sienten representados por
nadie, porque alguien utilizará ese desapego en su provecho.
Una de
las interpretaciones del PP sobre las manifestaciones, es decir que
los que no salen a manifestarse es que les apoyan en sus políticas.
No se dan cuenta de que mayoría absoluta no significa razón
absoluta, y alguien debería explicárselo. Espero que desde la
izquierda no nos confundamos también y pensemos que esos que no
apoyan públicamente al PP, es que están a favor de la izquierda.
Nos equivocaríamos.
Creo que
empieza a ser peligroso para la democracia que quienes no apoyan ni a
unos ni a otros estén empezando a militar en ese partido sin nombre
que mis amigos creen que es el que más se preocupa por ellos. El
partido que no existe. Desde la izquierda hay que perder el miedo a
las reformas internas, porque de no hacerlo lo que estará en riesgo
no es la existencia de los partidos, sino la existencia de la
democracia. Es el momento de rescatar la política.
Antonio González Cabrera
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