Vivimos en la sociedad del acoso, una sociedad en la que el modelo hegemónico de poder, el patriarcal, nos estructura verticalmente y nos presiona para que asumamos que si queremos sobrevivir y prosperar tenemos que mostrarnos superiores frente a quienes están por debajo en la estructura, y ser complacientes con quienes están por encima. Este modelo social crea grandes monstruos y es contrario al ejercicio de los derechos humanos, pues significa que no nos regimos en la práctica por los derechos establecidos en las leyes sino por los "regalos y castigos" que nos puedan dar quienes están más arriba en la estructura. Significa que aunque formalmente existan numerosas leyes sobre igualdad y sobre cómo ejercer nuestros derechos, en la práctica se sigue aplicando, en mayor o menor medida, la ley del silencio, con su miedo y arbitrariedad.
En las Universidades, al igual que en otras estructuras que
destacan por su organización jerárquica, como los Juzgados o las fuerzas
y cuerpos de seguridad del estado, o los hospitales, son frecuentes los
casos de discriminación, hostilidad e incluso de acoso, y dentro de
ellos, especialmente los que sufren mujeres por motivos de sexo o de
género.
Por lo general no se trata solo de la conducta de una persona
concreta, sino de una dinámica abusiva que suele implicar a varias
personas e incluso a la institución. El acoso necesita para
desarrollarse y mantenerse del apoyo cómplice, de preferir seguir
promocionando mientras otras personas (sobre todo mujeres) ven sus
carreras bloqueadas, de los silencios, del no puedo hacer nada, de la
falta de reacción, o de la reacción basada en "compensaciones
informales" más que en el reconocimiento alto y claro de lo que ha
sucedido, de la responsabilidad de la institución u organización, de los
derechos de las víctimas a ser reparadas y protegidas incluso de
represalias, y de las demás personas de vivir en un entorno igualitario.
De esta forma las conductas hostiles y arbitrarias, mezcladas con los
privilegios y regalos, se convierten en una tela de araña. Es triste e
inaceptable para quienes intentamos regirnos por la legalidad y los
derechos humanos, que, tras la Ley Orgánica para la Igualdad efectiva
entre mujeres y hombres, sigan sin estudiarse en profundidad buena parte
de las situaciones que se denuncian como posible acoso, e incluso que
no se facilite la detección de otras víctimas del mismo acosador o
acosadores, aún sabiendo que no es extraordinario que sean delincuentes
en serie.
El acoso suele causar un daño difícil de olvidar en las víctimas que
no pocas veces tienen que huir para protegerse abandonando su proyecto
personal, ante la insuficiente respuesta de las instituciones. El acoso
además dificulta la denuncia por parte de las víctimas, por el temor a
represalias y al aislamiento, lo que facilita que la infracción esté
prescita a nivel administrativo, e incluso que pueda prescribir el
delito. Pero eso no quita que la organización tenga que analizar, para
buscar la verdad y sanar la dinámica del grupo, qué sucedió y qué hay
que hacer para evitar que vuelva a suceder, cumpliendo con las
obligaciones de prevenir proactivamente el acoso y la discriminación, y
de atender proactivamente a todas las posibles víctimas.
El acoso es una infección que es importante limpiar en profundidad
porque no solo tiene un protagonista, pues en esa tela de araña, en
mayor o menor medida, estamos todas las personas. Y buen ejemplo de ello
es la sentencia condenando al que fue decano de la facultad de Ciencias
de la Educación de Sevilla. En esa sentencia se dice literalmente:
"Al menos desde 2006, y en relación siquiera a las aquí denunciantes,
el acusado vino realizando ostentación de su poder académico desde un
primer momento, dejando claro a las mismas que él era quién mandaba en
el Departamento de Educación Física de la Facultad de Ciencias de la
Educación…". "Del mismo modo, y contando para ello con la cooperación de
otros miembros del personal docente y PAS de la Facultad el acusado
señalaba a las personas que consideraba que no se comportaban conforme a
lo que él entendía correcto de manera que quedaban desde el punto de
vista docente, aisladas del resto de las personas próximas al acusado".
La sentencia es un retrato claro de las miserias de la Universidad de
Sevilla, pero bien se podría aplicar a otras muchas organizaciones y a
la sociedad en general. La diferencia, en mi opinión, es que las
Universidades tienen una posición privilegiada a la hora de difundir
modelos de comportamiento, y por tanto una mayor responsabilidad a la
hora de difundir el mensaje de tolerancia cero al acoso y a la
colaboración para el acoso, y ofrecer una alternativa basada en la
colaboración, el trabajo y los méritos. En la Universidad se deben
contener los valores más positivos de la sociedad, aquellos que mediante
la investigación y el estudio se pueden y deben aportar al bien común, y
su actuación debe ser ejemplo de corrección y no de miedo, silencio ni
corrupción.
Vivimos en la sociedad del acoso, pero podemos llegar a vivir (o las
próximas generaciones pueden hacerlo) en la sociedad de la igualdad. En
ese camino el papel de las Universidades es fundamental y ya se está
empezando a recorrer, mirando de frente a las debilidades y errores de
la propia institución, a la par que a sus fortalezas y oportunidades.
Actualmente dentro de las Universidades hay personas que
apuestan valiente y decididamente por hacer visible y repudiar el
sistema corrupto y las dinámicas de acoso, y, en definitiva, apuestan
por la Universidad de la Igualdad. Es importante analizar y recordar
tanto lo malo como lo bueno, y buscar caminos que nos unan y nos mejoren
como personas y como sociedad. En este proceso las Universidades son
imprescindibles.
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